L¨¢grimas
Mi habitaci¨®n en La Habana daba a un patio interior que ten¨ªa mucha resonancia. El ama de casa me advirti¨® que hacia la medianoche oir¨ªa el orgasmo de la mulata del primero derecha; luego, al amanecer, me despertar¨ªa el canto de una docena de gallos que los vecinos criaban en las terrazas y enseguida, abajo en el solar, comenzar¨ªa a llorar Camilito, el hijo de la negra Teresa. Todo se produc¨ªa seg¨²n lo esperado cada noche, aunque el llanto del ni?o parec¨ªa no tener fin cuando empezaba a llorar despu¨¦s de que cantaran los gallos. Camilito berreaba sin parar, a veces se encanaba y al quedarse m¨¢s de un minuto sin respiraci¨®n yo cre¨ªa lleno de angustia que hab¨ªa muerto, pero ese silencio s¨®lo era un punto de apoyo para redoblar el sollozo con m¨¢s fuerza todav¨ªa. En medio de su berrinche, que pod¨ªa durar una hora o m¨¢s, se o¨ªa la voz melodiosa de la negra Teresa, que dec¨ªa: "Camilito, mi amol, qu¨¦ te paaasa". Al final el ni?o consegu¨ªa ser atendido y su llanto hab¨ªa tenido un sentido. Los beb¨¦s lloran como un mecanismo de defensa cuando sienten hambre, sed, fr¨ªo, calor u otra molestia. Basta un m¨ªnimo problema, el biber¨®n, el chupete, los pa?ales, para que el beb¨¦ llame la atenci¨®n. Madres amorosas, ni?eras sol¨ªcitas, criadas cari?osas o enfermeras profesionales acuden a la cuna tan pronto como oyen que un ni?o mimado emite el primer vagido. Camilito lograba que su madre le atendiera despu¨¦s de desga?itarse durante una hora seguida; muchos ni?os afortunados lo consiguen en menos de un minuto, pero hay millones de ni?os que no obtienen nunca una cosa ni otra. En el campamento de refugiados ruandeses en Tanzania me di cuenta de que los ni?os no lloraban. S¨®lo miraban fijamente a sus madres. Un m¨¦dico me explic¨® que all¨ª los ni?os no lloraban porque su cerebro ya hab¨ªa codificado a trav¨¦s de su larga miseria heredada que el llanto no les serv¨ªa de nada. El dolor estaba asimilado al silencio. En la tragedia de Hait¨ª se ha visto en una foto famosa al bombero ?scar Vega con un ni?o de dos a?os en brazos, rescatado de los escombros. El ni?o tiene l¨¢grimas en los ojos, pero tampoco llora. Sin duda ha aprendido bien la lecci¨®n mucho antes de nacer. Sabe que al final del llanto no hay nada ni nadie. S¨®lo parece asombrado de seguir vivo.
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