Ripley prefiere Alb¨¦niz
Ll¨¢menlo deformaci¨®n profesional: cuando estoy leyendo, apunto las referencias musicales que surgen en el texto. Son pistas valiosas sobre el autor o, si hablamos de ficci¨®n, sus criaturas. Esas notas, desde luego, sirven si luego quieres comentar el libro en la radio y necesitas ilustrarlo.
Para cualquier novelista, es un riesgo. Durante d¨¦cadas, Jack Kerouac fue considerado un zote en m¨²sica por celebrar en On the road al exuberante Slim Gaillard, en vez de boppers m¨¢s ce?udos. Injusto: al escuchar hoy a Gaillard hay que sonre¨ªrse ante sus trepidantes disparates ling¨¹¨ªsticos. Al otro extremo, sospecho de esos autores contempor¨¢neos que pretenden dar una aureola de exquisitez a sus personajes haci¨¦ndoles degustadores de Billie, Miles y similares iconos t¨®picos. Al menos, los h¨¦roes de Michael Connelly admiran a un maldito como Frank Morgan.
Se abusa de ambientar musicalmente la novela negra detallando lo que escucha el protagonista
En los ¨²ltimos tiempos, se abusa de ambientar musicalmente la novela negra. Se insiste en detallarnos lo que suena en el coche, el apartamento, el bar del protagonista. George Pelecanos, tan brillante por otros motivos, tiende a caracterizar los personajes seg¨²n su consumo musical: los blancos buenos oyen rock alternativo; los negros honrados prefieren el soul a?ejo y los malotes chapotean en hip-hop.
Toda una novedad, ya que los novelistas cl¨¢sicos se mov¨ªan en un vac¨ªo sonoro. En sus p¨¢ginas, nadie compraba discos, escuchaba la radio, iba a locales hip o alternaba con jazzmen. Toda esa decoraci¨®n se a?adi¨® a posteriori, gracias al cine. Relean la integral de Tom Ripley, las cinco novelas de Patricia Highsmith ahora reunidas en un tomo por Anagrama.
Por ejemplo, no hay m¨²sica en la pri-mera novela. Desconf¨ªen de El talento de Mr. Ripley, la tramposa adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica de Anthony Minghella. Ni Ripley ni su presa, Dickie Greenleaf, alardeaban de cool. El Tom de Highsmith no hizo un cursillo acelerado en jazz antes de viajar a Italia; era incapaz de saltar al escenario a cantar My funny valentine a lo Chet Baker.
Las aventuras de Ripley siguen siendo mesmerizantes reflexiones sobre los l¨ªmites morales. S¨®lo que, aun asumiendo su falta de realismo, cuesta aceptar el modo expeditivo con que Highsmith resuelve sus imposibles tramas: Tom tiene una flor en el culo, pero imposible creer que liquide a seis mafiosos y ni siquiera cambie de domicilio. Tampoco encaja la cronolog¨ªa. En La m¨¢scara de Ripley se dice que han pasado cinco a?os desde el asesinato de Dickie. Pero transcurre parcialmente en el swinging London de 1965: compra en Carnaby Street, acude a fiestas con minifalderas, pone a los Beatles "para subir el ¨¢nimo".
Los gui?os musicales abundan en Tras los pasos de Ripley (1980), donde Tom desarrolla sentimientos paternos -?y de otro tipo?- respecto a un desequilibrado admirador, un joven millonario que naci¨® "cuando los Beatles comenzaban su carrera". Varias veces suena el Transformer, de Lou Reed, elep¨¦ de 1972. De hecho, Tom se "transforma" en travesti para vigilar una discoteca gay berlinesa. Siempre pudorosa, la Highsmith sugiere un lado oculto en la sexualidad de Ripley.
Su mismo matrimonio resulta tibio: "No hac¨ªan el amor a menudo, no lo hac¨ªan siempre que Tom compart¨ªa su cama, pero cuando lo hac¨ªan Heloise se mostraba c¨¢lida y apasionada". Heloise tiene una oportuna amiga ¨ªntima, No?lle, con la que viaja constantemente, dejando el campo libre para las cenagosas actividades de Ripley.
Tom demuestra insospechadas querencias bohemias: en Nueva York, se instala en el Chelsea Hotel. Pero sabemos que es un bon vivant con aspiraciones de burgu¨¦s ilustrado: toma clases de clavic¨¦mbalo. Al escuchar Satellite of love, se siente inc¨®modo e insiste en cambiarlo por Iberia, versi¨®n de Michel Block. Decide que Isaac Alb¨¦niz supera a Lou Reed: "Poes¨ªa musical comparado con lo otro, poes¨ªa sin las trabas de unas palabras humanas con mensaje".
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