Un rinc¨®n en el tiempo
En pleno centro de El Cairo, a pocos metros de Midan al Tahir y de la imponente mole del kafkiano edificio oficial conocido como la Mugamma, se encuentra un para¨ªso de silencio y belleza, en cuyo interior bien podr¨ªa encontrarse estudiando planos y atlas el paciente ingl¨¦s, si no fuera porque ¨¦ste m¨¢s bien resulta aqu¨ª un anacronismo hist¨®rico, adem¨¢s de una cursi molestia.
Hablo de la Sociedad Geogr¨¢fica Egipcia, cuyo nombre figura, en ¨¢rabe y en franc¨¦s, en el friso de un encantador palacete colonial. Por menos de tres euros, y una propina a Ragab, que me hizo de gu¨ªa, entr¨¦ en un mundo para el que no me hallaba preparada, aunque alg¨²n amigo me hab¨ªa puesto sobre aviso. Y, por encima de todo, dej¨¦ atr¨¢s un mundo, el actual, el m¨ªo, para el que a veces pienso que tampoco estoy hecha.
"Aqu¨ª encontrar¨¢n ustedes, adem¨¢s de paz, lo mejor que el colonialismo dej¨®"
Belleza, historia, geograf¨ªa, el tufo a un pasado embellecido por una mirada nost¨¢lgica -y poco feraz: pero deliciosa-, todo eso se re¨²ne bajo los techos artesonados con ricas maderas trabajadas con motivos ¨¢rabes e isl¨¢micos, de colores inesperadamente vivaces y policromados de ensue?o. Una enorme nave se abre en la planta baja, dividida en sal¨®n de actos y biblioteca. Diversas donaciones, desde que la instituci¨®n -que tiene car¨¢cter no gubernamental- fue fundada en 1875, en tiempos del khedive (virrey bajo el Imperio Otomano) Ismail, han aumentado hasta 2.500 el n¨²mero de vol¨²menes, en ¨¢rabe y en muchas otras lenguas, que se aprietan en las estanter¨ªas. En las paredes, mapas del Delta del Nilo realizados en tiempos antiguos, otros no menos a?ejos -obsequio de embajadores alemanes- muestran el dibujo de una Europa central ya desaparecida para siempre. En la biblioteca, dos muchachas egipcias estudian y consultan libros y atlas. Hay un precioso silencio y una pregunta m¨ªa: ?Qu¨¦ tengo que hacer para venir aqu¨ª a trabajar y consultar? Pagar una peque?a cuota anual. Es el para¨ªso. M¨¢s all¨¢ de las vidrieras coloreadas, la calle cairota. Pero aqu¨ª no nos alcanza su ag¨®nico resuello.
En la parte de la nave destinada a conferencias, tres cuerpos de sillas plegables -datan de finales del XIX: eran una innovaci¨®n- se despliegan frente a un majestuoso p¨²lpito-tarima de madera que usan los conferenciantes. Los asientos abatibles de las sillas poseen un mecanismo sencillo para que no hagan ruido al abrirse: un aplique hueco al que suele ponerse algod¨®n.
Aqu¨ª encontrar¨¢n ustedes, adem¨¢s de paz, lo mejor que el colonialismo dej¨® -libros, conocimientos, mapas, avances- y lo m¨¢s apreciable de la cultura egipcia, es decir, su inventiva y su sofisticaci¨®n, hoy tan amenazada por la embestida de todos los fanatismos. Si no se desmayan ustedes ante una mesa marqueteada en madreperla, que serv¨ªa para estudiar los rollos de mapas, es que tienen que rezar un r¨¦quiem por su sensibilidad art¨ªstica. Dise?ada por la propia Sociedad Geogr¨¢fica, consiste en una amplia superficie rectangular rematada, a izquierda y derecha, por dos cilindros dotados de una peque?a manivela. As¨ª los rollos de mapas iban avanzando o retrocediendo a gusto del consumidor.
Hay juguetes antiqu¨ªsimos y objetos ¨¦tnicos del Alto y Bajo Egipto, pero la joya del lugar, aquella ante la que visitante, gu¨ªa y cuidador de la sala contienen el aliento -ellos, por orgullo; yo, por la sorpresa- es la estancia que re¨²ne uno de los principales motivos por los que este pa¨ªs sigue en pie: el canal de Suez. Lo m¨¢s enternecedor de esta muestra de la magistral obra de ingenier¨ªa dise?ada por Ferdinand de Lesseps son los panoramas, esas escenas tridimensionales cuya ingenuidad corre pareja con su ingenio. Detenerse ante los diferentes cuadros produce, si no nostalgia, s¨ª un inexplicable flashback hacia lugares y momentos que uno s¨®lo conoce por lecturas. Ah¨ª est¨¢ la emperatriz Eugenia de Montijo asistiendo a la inauguraci¨®n del canal y recibiendo las apasionadas explicaciones de Lesseps. Sobre todo, ah¨ª est¨¢ ese panorama de diez minutos de duraci¨®n que le hace sentirse a uno en la proa de un barco a vapor, rodeado de l¨¢nguidos colonialistas, mientras el buque avanza canal abajo, y dos fantasiosas pinturas en movimiento producen la impresi¨®n de que, efectivamente, uno se adentra hacia el mar Rojo, con Asia a la izquierda, y a la derecha, ?frica.
Cr¨¦anme, todav¨ªa hay cosas en esta vida que cuestan poco dinero y dan muchas satisfacciones. Visitar la Sociedad Geogr¨¢fica es una de ellas.
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