Historia de dos ciudades
"Es el mejor de los tiempos, es el peor de los tiempos. Es la edad de la sabidur¨ªa, y tambi¨¦n de la locura". Todo eso, parafraseando a Charles Dickens, se concentra estos d¨ªas sobre el barrio de El Cabanyal de Valencia. Ayer, miles de vecinos del n¨²cleo marinero y de otros barrios de la ciudad recorrieron c¨ªvicamente -los equipos de limpieza enviados para borrar el rastro de lo sucedido tuvieron poca cosa que recoger- las calles de El Cabanyal para pedir que se respete el patrimonio y la memoria colectiva. Y eso, seg¨²n su entender, pasa por que el PP renuncie a derribar 450 edificios para construir una avenida que partir¨ªa en dos un barrio hist¨®rico y protegido y cumpla con su obligaci¨®n de esforzarse para que los vecinos que lo habitan tengan las m¨ªnimas condiciones de salubridad, seguridad, servicios, etc.
Por contra, el portavoz municipal Alfonso Grau, en vez de escuchar, puso todo su esfuerzo en intentar arrojar sobre los manifestantes cuanto estiercol hall¨® a mano. Grau tach¨® la manifestaci¨®n c¨ªvica de "espect¨¢culo bochornoso", insinu¨® que la plataforma vecinal Salvem El Cabanyal cuenta con "una financiaci¨®n sospechosa" y conden¨® a esos ciudadanos al estatus de "minor¨ªa muy reducida con tics poco democr¨¢ticos".
El vicepresidente Juan Cotino fue m¨¢s prudente y tan solo se limit¨® a dejar caer que los manifestantes eran una especie de quintacolumnistas extranjeros -en su mayor¨ªa catalanes, cuando no socialistas- que nada tienen que opinar sobre qu¨¦ calles se abren o se cierran en Valencia.
Los argumentos del Ayuntamiento y el Consell poco tienen que ver, sin embargo, con el fondo de la cuesti¨®n, que no es otro que el modelo de ciudad que ofrecen a los ciudadanos. La alcaldesa, Rita Barber¨¢, desde que aprob¨® el plan de reforma de El Cabanyal en 2001, poco ha hecho por mejorar la vida de unos vecinos, sometidos a la disyuntiva de elegir entre derribos o marginaci¨®n y que se hallan enfrentados en su desesperaci¨®n. Arropada por sus sucesivas mayor¨ªas absolutas -incluso en El Cabanyal-, Barber¨¢ ha optado por negociar el futuro de la ciudad con promotores y arquitectos, antes que con los propios vecinos. Y ante la dificultad no ha dudado en ejercer toda su influencia sobre el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, para ganar una batalla que corre el riesgo de perder en los tribunales. Pero puede que, para la alcaldesa de Valencia, el riesgo no est¨¦ ah¨ª, sino en que siguiendo el modelo de ciudad participativa que postula Carmen Alborch, un d¨ªa los vecinos quieran tomar las riendas de su futuro.
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