La desconexi¨®n
La sociedad espa?ola est¨¢ confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la direcci¨®n de la marcha ante la crisis. Es necesario pensar en el grave divorcio actual entre los pol¨ªticos y la ciudadan¨ªa
La crisis actual va a afectar a la sociedad espa?ola de un modo tan profundo y duradero que no puede por menos que suscitar esperanza. La crisis puede traernos una repetici¨®n de aquella experiencia de 13 a?os de los ochenta a mediados de los noventa, con su media de 18% de tasa de paro y su agitada ret¨®rica del cambio. Tambi¨¦n puede situar a Espa?a en una larga senda de crecimiento insuficiente, proporcionado al modesto nivel (logrado tras 30 a?os de turnos de izquierdas y derechas) de su competitividad, su innovaci¨®n tecnol¨®gica, su educaci¨®n superior, su unidad interna y su influencia geoestrat¨¦gica. Ante ello, deber¨ªamos adoptar una actitud de prudente optimismo. Porque aunque es dudoso que aprendamos de la experiencia, en cambio es seguro que podemos aprender de ella.
El 68% de los espa?oles piensa que el Gobierno ha informado de la crisis tarde y mal
Ejecutivo y oposici¨®n se echan la culpa, como si unos fueran muy buenos y otros muy malos
No es f¨¢cil aprender de la experiencia. En estos a?os pasados, era evidente que el pa¨ªs ten¨ªa una pol¨ªtica econ¨®mica de dejarse llevar, viv¨ªa en la irrelevancia de su papel internacional, se divid¨ªa cada d¨ªa un poco m¨¢s, no acomet¨ªa reforma alguna y, en definitiva, estaba yendo a ninguna parte. Pero como cada uno iba a lo suyo, y lo suyo iba en la direcci¨®n del viento, pocos cre¨ªan que fuera cosa de aguzar la mirada y dejar de darse buenas noticias. El poder disfrutaba del poder, la oposici¨®n tampoco sufr¨ªa tanto en la oposici¨®n, las clases dirigentes representaban su papel en la feria de los discretos, todos se quejaban un poco pero marchaban en l¨ªnea recta, y el pa¨ªs de a pie funcionaba. En ese ambiente, que la casa com¨²n se quedara peque?a pas¨® de ser evidente a ser invisible. Era como si, a fuerza de cortedad de miras (sobre los asuntos comunes, no los propios) de unos y otros, se hubieran quedado todos ciegos, y, en consecuencia, como si la habitaci¨®n de lo com¨²n se hubiera quedado a oscuras.
Cuando un pa¨ªs es como una habitaci¨®n a oscuras, nadie ve nada, nadie escucha nada, y los consejos se los lleva el viento. Si son los que las gentes quieren o¨ªr, no hacen falta; y si no los quieren o¨ªr, es obvio que no los oyen y tampoco son necesarios. Pero lo que los consejos no consiguen, lo hace a veces la realidad misma. Puede suceder que una ventana se abra, o que la realidad rompa la pared, por el hueco entre un raudal de luz, y la habitaci¨®n se ilumine sin remedio. A veces, la ocasi¨®n de que esto ocurra es un asunto menor, casi una an¨¦cdota. Por ejemplo, llega el momento en el que a Espa?a le toca la presidencia europea, todos imaginan que ser¨¢ un periodo de vino y rosas, y, sorpresa, sorpresa, un extranjero se atreve a decir que "el rey est¨¢ desnudo" como en el cuento de Andersen. La cr¨ªtica parece ins¨®lita porque no encaja con las maneras de la corte. Pero ah¨ª queda.
A veces la realidad irrumpe en la habitaci¨®n bajo la forma de una encuesta; por ejemplo, una reciente que acabo de analizar junto con Juan Carlos Rodr¨ªguez (La traves¨ªa del desierto, Cuadernos de Informaci¨®n Econ¨®mica Espa?ola, diciembre 2009). En ella se observa una sociedad atenta, que quiz¨¢ considera todav¨ªa la crisis cosa de parados e inmigrantes, es decir, de otros; pero la ve crecer con preocupaci¨®n creciente. En parte, porque apenas conf¨ªa en la clase pol¨ªtica. S¨®lo un 20% cree que el Gobierno la afronta bien; un 30% espera que el PP la afronte mejor; el 43% no conf¨ªa en ninguno de los dos. Lo del Gobierno parece m¨¢s grave, porque se le juzga por el poder que tiene hoy, y no por los gestos y las palabras de quienes quiz¨¢ lleguen al poder (o no) en dos a?os. Adem¨¢s, el 68% piensa que el Gobierno ha informado de la crisis tarde y mal, y s¨®lo un 44% cree que siquiera entiende sus causas. Conf¨ªa tan poco el p¨²blico en lo que le dicen los pol¨ªticos que parece no reparar en lo que le cuentan del pacto social para luchar contra la crisis. Un 56% declara no haber o¨ªdo hablar de ¨¦l, y, entre quienes s¨ª han o¨ªdo hablar, s¨®lo el 41% cree que se firmar¨¢, aunque le conceden poca importancia. El p¨²blico trata la informaci¨®n sobre el pacto social como si fuera un ruido, al que no atiende. Tampoco al p¨²blico le entusiasma lo que los pol¨ªticos hacen con el sistema financiero; bastantes no ven raz¨®n para salvarlo, ni creen que el hacerlo resuelva muchas cosas. Cierto que el asunto es intrincado, y actitudes similares se encuentran en otros pa¨ªses; pero aqu¨ª la desconfianza forma parte de un s¨ªndrome general de desconexi¨®n entre ciudadan¨ªa y clase pol¨ªtica del que hay m¨¢s ejemplos; como las cr¨ªticas que se hacen a la insuficiencia del fomento de la innovaci¨®n tecnol¨®gica, o al exceso de dinero f¨¢cil, de cr¨¦dito a la construcci¨®n y la compra de viviendas, y de dependencia energ¨¦tica. Pol¨ªticas (o ausencia de ellas) de muchos a?os, que parecen comunes a pol¨ªticos de distintos colores. Ello deber¨ªa hacerles m¨¢s humildes y comprensivos los unos con los otros. Pero he aqu¨ª que no: que se echan la culpa como si unos fueran muy buenos y otros muy malos. Fatiga verles jugar eternamente este juego infantil, con el que evidentemente ellos disfrutan much¨ªsimo. Pero el p¨²blico no disfruta tanto; y lo dice: el 68% piensa que los dos grandes partidos se tratan como aut¨¦nticos enemigos y no como meros adversarios. Obviamente, entre enemigos no puede haber sino odios disimulados, compromisos inestables y deslealtades a la primera ocasi¨®n. Ello sugiere no una comunidad pol¨ªtica sino una contienda civil latente, y a la larga contribuye a desmoralizar una sociedad de la que poco menos de un tercio suele interesarse en la pol¨ªtica, y poco m¨¢s de un tercio suele confiar en los dem¨¢s.
La sociedad est¨¢ confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la direcci¨®n de la marcha. Ni le ayudan a entenderla unos medios de comunicaci¨®n que el 69% de la sociedad ve poco objetivos, y que, atentos a sus agendas, a la larga la dejan ni m¨¢s sabia ni m¨¢s ecu¨¢nime, y s¨ª m¨¢s expuesta al esp¨ªritu partidista y al eslogan de turno. As¨ª las cosas, la sociedad se obceca con problemas como, por ejemplo, el de la reforma laboral, porque se ofusca con la palabra "abaratamiento" y no centra su atenci¨®n en la dualidad escandalosa del mercado de trabajo, ni ve que la creaci¨®n de trabajo es un proceso temporal en el que hay que fijarse en los incentivos de hoy para conseguir los resultados ma?ana, y a veces se deja impresionar por apelaciones a manifestaciones de lucha contra el paro que recuerdan las rogativas de anta?o clamando por la lluvia.
Por su parte, la opini¨®n experta, bien intencionada y capaz, avanza algunos pasos pero a¨²n le falta aliento y acierto para la tarea pedag¨®gica que tiene por delante, y sus consejos se pierden en el ruido ambiente antes de llegar al personal. Es curioso que al cabo de 33 a?os de democracia nos encontremos en esta situaci¨®n. Recuerda otros tiempos. Si lo pensamos bien, Espa?a ha tenido dos periodos de orden m¨¢s o menos liberal democr¨¢tico y capitalista, que duraron entre 30 y 40 a?os. Uno, el periodo liberal que arranca con la primera guerra carlista y acaba en el caos del cantonalismo y la tercera guerra carlista, all¨¢ por los a?os setenta del siglo XIX. Otro va desde la Restauraci¨®n hasta la crisis de los a?os siguientes a la Primera Guerra Mundial y la dictadura. En ambos tuvo lugar un proceso de desconexi¨®n entre la clase pol¨ªtica y la ciudadan¨ªa, de desafecci¨®n general, a veces de radicalizaci¨®n de minor¨ªas de sentimientos intensos, de debilidad del sentido c¨ªvico de las ¨¦lites econ¨®micas, de p¨¦rdida de calidad del liderazgo pol¨ªtico, de aumento de las divisiones internas y de marginaci¨®n o irrelevancia del pa¨ªs en la escena mundial.
Por supuesto que la historia no se repite siempre; a veces ni siquiera se repite, sino que contin¨²a. Pero en todo caso, ahora que estamos a 33 a?os del comienzo de una nueva aventura democr¨¢tica no ser¨ªa ocioso pensar en estas cosas, aprovechando la crisis. Podr¨ªamos pensar en la desconexi¨®n entre clase pol¨ªtica y ciudadan¨ªa; que es, tampoco lo olvidemos, responsabilidad de ambas. Pensar en ello podr¨ªa darnos una inyecci¨®n de optimismo, y poner a prueba si tenemos cabeza y coraz¨®n para enfrentarnos con la realidad.
V¨ªctor P¨¦rez-D¨ªaz es presidente de Analistas Socio-Pol¨ªticos.
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