El mismo recuerdo
Narrativa. Lees y presencias una despedida. En la cocina desayunan un ni?o y sus padres. Amanece. Despu¨¦s se escucha un claxon. Bund¨® y Petroli, los amigos y compa?eros del padre saludan desde la cabina del cami¨®n ?o s¨®lo lo hace ¨¦l cuando el Pegaso se pone en marcha? Conducen un cami¨®n de mudanzas con itinerario europeo. Pienso en esa imagen que la lectura me devuelve. Una familia despidi¨¦ndose. La madre, el padre y el ni?o. Pero el narrador se?ala edades: entre los tres y los siete a?os. Me he equivocado. Vuelvo a leer. La madre regresa a la cama con su hijo. El padre ya ha dicho adi¨®s. Todos tenemos el mismo recuerdo. Eso dicen los cuatro. ?Qu¨¦ cuatro? Los cuatro hermanos que veintitantos a?os despu¨¦s se conocer¨¢n y reconocer¨¢n y juntos intentar¨¢n averiguar qu¨¦ ha pasado con su padre. El mismo para todos. Tambi¨¦n los mismos cuentos, la misma mirada, el mismo adi¨®s. Los hijos: Christof (Francfort), Christopher (Londres), Christophe (Par¨ªs) y Crist¨°fol (Barcelona). El recuerdo del Pegaso con Bund¨® y Petroli en la cabina para los tres primeros. Gabriel Delacruz se llama el padre. Sigrun, Mireille, Sarah y Rita, las respectivas madres.
Maletas perdidas Jordi Punt¨ª
Jordi Punt¨ª
Traducci¨®n de Rita da Costa
Salamandra. Barcelona, 2010
456 p¨¢ginas. 17,50 euros
Maletes perdudes
Empuries. Barcelona, 2010
456 p¨¢ginas. 17,95 euros
Apenas empieza esta estupenda novela de Jordi Punt¨ª (Manlleu, Barcelona, 1967) y ya se ha instalado el deseo de despejar las brumas de una desaparici¨®n o de una huida. Confieso admiraci¨®n por la recuperaci¨®n de hechos nimios que nos llevan de un lugar a otro, de unos brazos a otros abrazos; tambi¨¦n curiosidad por el hallazgo de vestigios que calladamente se van incorporando al recuerdo y por la suma de detalles que parecen insignificantes pero que refuerzan memoria. En Maletas perdidas se recompone el tejido del tiempo con escenas resplandecientes y quien lee habita la novela de manera apasionada. Hay una transparente naturalidad en ir de aqu¨ª para all¨¢ en la historia que es una y tantas. Estoy en los a?os cuarenta: ni?os en la Casa de la Caridad. Hijos de represaliados. Gabriel abandonado, el mercado del Borne. Leche que se amamanta y que huele a bacalao. Escritura en el orfanato. Im¨¢genes. Llego a los sesenta y setenta, donde se desarrolla gran parte de la novela. El enigm¨¢tico Gabriel, el bondadoso y afable Bund¨® (siento debilidad por Bund¨®), el pragm¨¢tico Petroli. Viajes, pensiones, casas donde se desbaratan muebles para su traslado. Vidas n¨®madas, pero rutinarias y sosegadas en su ajetreo de miles de kil¨®metros. Mayo Franc¨¦s, canciones en las casas de espa?oles en Alemania, barrios obreros en Londres y el hervidero de una Barcelona desat¨¢ndose de ligaduras. Y la voz que narra que no es una sino cuatro, habl¨¢ndole a esta lectora que sabe sin saber, desconcertada al no tener siempre la certeza de cu¨¢l de los cuatro crist¨®bales habla. Son hijos buscando sin melancol¨ªa, demasiado j¨®venes para a?orar, y aunque se trate de personajes trascendentes, p¨®quer de ases de un avezado jugador (Gabriel Delacruz y el propio escritor), el aut¨¦ntico protagonismo est¨¢ en Gabriel, Petroli y Bund¨®. Como si fueran c¨®micos representando una y otra vez la misma obra, pero con esa profesionalidad del que sabe hacer de cada mudanza una funci¨®n distinta. Por eso Punt¨ª, ?qu¨¦ bien lo ha contado!, ha decidido abrir maletas y cajas de mudanzas para descubrir lo que contienen y as¨ª internarse en nuevos caminos. Porque cerrarlas, el protagonista buscado lo sabe, es sufrir aluminosis en el recuerdo y necesidad de apuntalarlo. Maletas perdidas es apasionante. No se la pierdan.

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