El cura y el ¨¢ngel
Creo en la amistad a primera vista. Aunque la palabra "flechazo" tiene casi siempre una connotaci¨®n de amor sentimental yo entiendo que el flechazo se siente tambi¨¦n hacia aquellas personas a las que, casi de inmediato, quisieras incorporar a tu c¨ªrculo de amigos. Hay gente que da por cerrada su lista de amistades en la cuarentena, a veces incluso antes. Triste. En ocasiones amistades se hacen de manera ins¨®lita. Yo hice amistad hace unos meses en Nueva York con el due?o de una empresa de reformas. Quer¨ªa que me pintaran el apartamento. El hombre despleg¨® su cat¨¢logo de colores y empezamos a charlar. Hablar de colores une mucho. Mi amigo (entonces a¨²n no lo era) dijo unas cosas tan elocuentes sobre los azules habaneros, los ocres italianos y los verdes art d¨¦co que me pareci¨® una persona cultivada y sensible. Por razones largas de contar, el hombre, adem¨¢s de pintarme el apartamento, me ayud¨® en esa carrera de obst¨¢culos absurdos que es una mudanza neoyorquina. Tan agradecida estaba por haberme encontrado este inesperado ¨¢ngel de la guarda que me lanc¨¦ a abrazarle. Se qued¨® bastante aturdido. No hay nada que le inquiete m¨¢s a un americano que la invasi¨®n de su espacio f¨ªsico. El caso es que como mi afici¨®n en esta vida es preguntar me fui poco a poco enterando de su peculiar vida. El hombre me cont¨® que viv¨ªa en Broadway, en la zona de los teatros. Nunca hubiera imaginado que en medio de todo ese caos de teatros, neones, pantallas gigantes y abigarramiento tur¨ªstico pudiera alguien construir su nido. Pero la cosa era a¨²n m¨¢s pintoresca. A mi amigo el apartamento le sale gratis porque su pareja es el p¨¢rroco de una iglesia del XIX a la que le fueron naciendo edificios alrededor hasta dejarla casi sepultada. Animada por mi marido, que es otro curioso incurable, le dije a mi nuevo amigo que nos gustar¨ªa visitar la iglesia y el edificio. Mi ¨¢ngel de la guarda muy amablemente nos invit¨® a cenar. ?C¨®mo se viste una para cenar con un cura? No es una pregunta fr¨ªvola. Lo que una tiene en la cabeza, como espa?ola que es, es que ante un sacerdote hay que comportarse, o sea, reprimirse. Bien, pues ah¨ª est¨¢bamos los dos, vestidos de personas muy formales, con una botella de vino bajo el brazo y llamando al telefonillo situado a un lado de la entrada del templo. Mientras sub¨ªamos las escaleras nos fuimos encontrando una sorpresa en cada piso: alcoh¨®licos an¨®nimos, adolescentes problem¨¢ticos, peque?o teatro shakesperiano. El resumen de la vida en cuatro pisos. Finalmente, el apartamento. El piso era precioso, con esas dimensiones industriales de los edificios antiguos. El gusto del hombre de los colores se dejaba notar. Todo respiraba paz y buen gusto, lo cual provocaba un extra?o contraste con el hormigueo urbano que se contemplaba desde los ventanales. ?Qu¨¦ pinturas imagina una que tiene un cura en las paredes? No creo que exista un estilo espec¨ªfico para los hogares de los padres curas, pero si hay algo que no pod¨ªamos esperar era encontrarnos con dibujos de efebos mostrando unos nada desde?ables miembros. Al cabo de media hora lleg¨® el p¨¢rroco. Nuestro p¨¢rroco ten¨ªa pinta de p¨¢rroco de toda la vida, pero tuvo un gesto muy c¨®mico que le convirti¨® de inmediato a nuestros ojos en un personaje simp¨¢tico: se quit¨® el alzacuello con el mismo aire de hartura y cansancio con que un ejecutivo se quita la corbata al llegar a casa. Por curiosidad y por educaci¨®n le preguntamos a fondo por los rituales de su iglesia, una rama episcopaliana bastante liberal en la que se permite el sacerdocio a las mujeres y el matrimonio. Nos habl¨® con respeto y afecto de los pobres de solemnidad que acuden a dormir a la iglesia en invierno; hay veces, contaba, que los ronquidos de alg¨²n mendigo sirven de fondo al serm¨®n de primera hora de la ma?ana. Pero el calor de las velas, la comida deliciosa, el vino y la naturalidad de aquella pareja tan amable compuesta por un pastor y un ¨¢ngel desviaron la conversaci¨®n por caminos m¨¢s insospechados. Quer¨ªan saber cosas de Espa?a. El p¨¢rroco se re¨ªa cont¨¢ndonos que en uno de sus intentos infructuosos por aprender nuestro idioma tuvo un profesor espa?ol que, por el mero hecho de que fuera cura, lo tuvo catalogado como un reaccionario durante meses. Prejuicios, prejuicios. Nos creemos que el mundo es id¨¦ntico a Espa?a, nos creemos que todas las iglesias son como esta nuestra a la que le cuesta admitir que su fe ya no es la ¨²nica. Pero lo m¨¢s divertido de la noche fue descubrir su tremenda afici¨®n por el cine espa?ol. "?C¨®mo se llama esa actriz que sale a veces con unas gafas negras y que tiene un humor tan absurdo?", pregunt¨® el cura. ?Era Chus Lampreave! Adoraban a Chus, esa diosa, y brindamos por la admiraci¨®n que compart¨ªamos por esa estrella internacional. "?Y ese actor que sal¨ªa en Hable con ella y que ha hecho de cocinero hace poco?". ?Javier C¨¢mara! Brindamos entonces por la madre de Javier, que es mi Chus Lampreave particular. Antes de irnos les pedimos que nos avisaran cuando hubiera alg¨²n servicio con alguno de esos coros prodigiosos que pueblan las iglesias de Manhattan. Nos fuimos paseando, charlando sobre todas las cosas que uno aprende en cuanto decide quitarse de los ojos la venda est¨¦ril del prejuicio, celebrando nuestra suerte.
Hay gente que da por cerrada su lista de amistades en la cuarentena, a veces incluso antes. Triste
Nos creemos que todas las iglesias son como esta nuestra, a la que le cuesta admitir que su fe ya no es la ¨²nica
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