Catarsis y curaci¨®n
En una ¨¦poca en que el entra?able y tranquilizador Juramento Hipocr¨¢tico ha desaparecido de cl¨ªnicas y hospitales, y en que la cuesti¨®n m¨¦dica est¨¢ en manos de las llamadas autoridades sanitarias -a menudo bur¨®cratas que lo ignoran todo del hombre, excepto que es un animal al que se le pueden extraer impuestos y votos-, resultan aleccionadoras las resistencias de ciertos m¨¦dicos a considerar que la enfermedad es una pura mercanc¨ªa sometida a la ley de la oferta y la demanda. A este respecto, por ejemplo, soy siempre un entusiasta seguidor de las opiniones del doctor Mois¨¨s Broggi, tan buen memorialista en este ¨²ltimo periodo como cirujano a lo largo de toda su vida. Hay una lucidez especial en este hombre que ha alcanzado los 102 a?os.
Para el m¨¦dico nada hay m¨¢s valioso para el diagn¨®stico que los recuerdos que s¨®lo el paciente puede relatar
Las palabras son tan importantes como los instrumentos de diagn¨®stico
En su ¨²ltima entrevista -realizada por N¨²ria Navarro- hac¨ªa dos manifestaciones aparentemente muy alejadas entre s¨ª pero que a m¨ª me parecieron perfectamente unidas por un hilo invisible. Por un lado, siguiendo a los antiguos griegos, recordaba que "la fuerza que mueve las estrellas es la misma que hace palpitar el coraz¨®n del hombre"; por otra, respondiendo a la ¨²ltima pregunta de la periodista -"?por qu¨¦ querr¨ªa ser recordado"- manifestaba lac¨®nicamente: "por ser una buena persona". Las dos respuestas ensambladas significaban una magistral lecci¨®n de medicina.
Por los mismos d¨ªas en que el doctor Broggi hac¨ªa estas declaraciones cay¨® en mis manos un libro excepcional que, en cierto modo, ven¨ªa a desarrollar el amplio espectro de interrogantes alojado entre aquellas dos respuestas. Se trataba del ensayo Catarsis. Sobre el poder curativo de la naturaleza y del arte, escrito por el cardi¨®logo y humanista polaco Andrzej Szczeklik, reci¨¦n traducido entre nosotros. Debo confesar que el enigm¨¢tico asunto de la catarsis es algo que siempre ha llamado mi atenci¨®n desde que en los a?os estudiantiles le¨ª -o me hicieron leer- la Po¨¦tica de Arist¨®teles. En ella se contiene aquella famosa definici¨®n de la tragedia griega a partir de la que, precisamente a prop¨®sito del t¨¦rmino catarsis, se han suscitado numerosas controversias. ?En qu¨¦ consist¨ªa esta catarsis que, seg¨²n Arist¨®teles, se consegu¨ªa en los escenarios griegos? ?Una purificaci¨®n de las pasiones?; ?una depuraci¨®n de los desarreglos morales?; ?una curaci¨®n de las enfermedades del alma? Las traducciones no se pon¨ªan de acuerdo. Con el paso del tiempo, y como reincidente lector de tragedias -en especial de Esquilo y S¨®focles-, llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que la catarsis perseguida por el teatro ¨¢tico era una suerte de efecto de shock que conduc¨ªa a los espectadores a un alivio an¨ªmico, a un relajamiento sensorial, despu¨¦s de haber sido llevados a la m¨¢xima tensi¨®n tras ver representadas las turbulentas peripecias de los h¨¦roes.
Dicho de otro modo: la tragedia griega, que lejos de ser un espect¨¢culo elitista era una celebraci¨®n popular (en el teatro de Dionisos cab¨ªa una cuarta parte de los ciudadanos libres de Atenas), ten¨ªa como objetivo poner ante el p¨²blico un espejo terrible en el que el hombre pudieracontemplar todas sus contradicciones y l¨ªmites, pero no para hundirlo en el sinsentido, sino para liberarlo del peso que pudiera albergar su conciencia. El espectador, a trav¨¦s de las vicisitudes de los h¨¦roes, era arrastrado hasta el punto de ebullici¨®n que pone en peligro cualquier equilibrio y luego, por la propia ejemplaridad tr¨¢gica, era reflotado hasta la salvaci¨®n. De ah¨ª que fuera usual, tras la representaci¨®n de una tragedia, que se celebrara festivamente el alivio de los espectadores con la puesta en escena de una pieza sat¨ªrica. Para el p¨²blico ateniense el efecto colectivo de una tragedia se parec¨ªa mucho a lo que, individualmente, se consegu¨ªa con el principio hipocr¨¢tico de la "curaci¨®n por la palabra". En ambos casos puede hablarse de catarsis.
Y es este segundo plano, el del principio hipocr¨¢tico, el que sirve a Andrzej Szczeklik como punto de partida para construir un fascinante espacio en el que convergen m¨¦dico y paciente. Evidentemente, el doctor Szczeklik, cardi¨®logo de renombre internacional y pionero de las unidades de reanimaci¨®n en su Cracovia natal, no ignora en absoluto los ¨²ltimos avances de la ciencia y la tecnolog¨ªa m¨¦dicas. ?stos est¨¢n constantemente presentes en su libro. Sin embargo, su reivindicaci¨®n principal se dirige al establecimiento de una complicidad entre el enfermo y el m¨¦dico. Las palabras, y lo que alienta detr¨¢s de las palabras, son tan importantes como los m¨¢s refinados instrumentos de diagn¨®stico o como los medicamentos m¨¢s potentes.
As¨ª, en Catarsis, se cruzan paso a paso todos los ¨¢mbitos de relaci¨®n existencial, con la particularidad de que Szczeklik, en lugar de conformarse con los l¨ªmites de su especialidad m¨¦dica, se introduce en m¨²ltiples esferas de la historia de la cultura. La operaci¨®n es altamente estimulante porque el alfabeto cr¨ªptico con el que los m¨¦dicos juegan a ser brujos se transforma, de pronto, en un lenguaje tan preciso como comprensible. Nuestro cuerpo deja de estar en manos de especialistas que ejercen de especialistas que ejercen un monopolio exclusivo para volver a ser "nuestro cuerpo". Desde esta perspectiva, la medicina es fundamentalmente la escucha del cuerpo, algo que cada hombre hace por s¨ª mismo y que s¨®lo en segunda instancia corresponde a los sofisticados aparatos que se hacen eco de nuestro organismo (en el sentido estricto de la expresi¨®n ecograf¨ªas, resonancias magn¨¦ticas).
De acuerdo con Szczeklik aquella escucha es posible porque nuestro cuerpo no deja de ser el campo de experimentaci¨®n del universo entero. En Catarsis el lector puede encontrar significativos paralelismos que lo confirman: el pulso del cosmos, como tambi¨¦n ha sugerido el doctor Broggi, late al mismo ritmo que el pulso del coraz¨®n. Mel¨®mano convencido, Szczeklik tiende continuos puentes entre m¨²sica y medicina. Memorable la correspondencia que establece entre el rubato de Chopin y la melod¨ªa del coraz¨®n. Pero no son menos interesantes sus sugerencias po¨¦ticas y sus alusiones pict¨®ricas, con p¨¢ginas dedicadas, a la Sibila de la Capilla Sixtina o a Vel¨¢zquez. Me quedo, por encima de todo, con la exquisita comparaci¨®n que atraviesa el libro entre la descripci¨®n de los s¨ªntomas por parte del enfermo y el camino del conocimiento defendido por Plat¨®n. Es decir, en ambos casos, la amnesis si para Plat¨®n conocer es recordar para el m¨¦dico nada hay m¨¢s valioso, para la tentativa de curaci¨®n, que los recuerdos del cuerpo que s¨®lo el paciente puede relatar.
Podr¨ªa as¨ª decirse que la memoria del cuerpo, narrada verbalmente por el enfermo y rescatada por el m¨¦dico (con sus propios ojos y o¨ªdos, adem¨¢s de los "ojos" y "o¨ªdos" de la t¨¦cnica), sirve para aislar los s¨ªntomas, establecer el diagn¨®stico y preparar el organismo para la curaci¨®n de un modo similar a c¨®mo la representaci¨®n tr¨¢gica, al poner en escena las incertidumbres del hombre, lo educaba para la reconquista del equilibrio espiritual.
Sea como fuere, Catarsis, adem¨¢s de ser recomendable para pacientes y potenciales pacientes -"todos nosotros" como dice ir¨®nicamente Czeslaw Milosz en el pr¨®logo-, deber¨ªa ser obligatorio para todos aquellos m¨¦dicos que no se conforman con ser ¨²nicamente especialistas o curanderos.
Rafael Argullol es escritor.
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