El debate taurino
Fernando Savater sostiene que el debate del Parlament no deber¨ªa cuestionar la moralidad del toreo, sino discutir si prohibir o no un derecho que ata?e ¨²nicamente a la libertad de conciencia individual. Pero al posicionarse as¨ª, Savater est¨¢ pasando por alto la raz¨®n de ser de los antitaurinos y el motivo por el que se plantea este debate: que el sufrimiento animal no es relativo como para quedar a expensas de la conciencia individual.
Los antitaurinos no consideran este asunto un problema de libertad individual, porque para ellos el toreo es de base una coerci¨®n de libertad, en este caso de los derechos animales. La abolici¨®n de la esclavitud podr¨ªa haber sido dejada en manos de la libertad de conciencia se?orial, pero nadie lo considera hoy un liberticidio porque la libertad consiste, antes que en conservar los feudos individuales, en extender su tutela a quienes no la tienen. Si la libertad de uno termina donde empieza la de otro, y en los ¨²ltimos tiempos hemos incluido bajo ese "otro" a los animales, amparar del dolor al toro no supone un liberticidio, sino todo lo contrario.
Por otra parte, aplicando el rigor l¨®gico de Jes¨²s Moster¨ªn, debe matizarse que ni el toreo es una tortura ni el torero un torturador. El toreo tiene valor simb¨®lico y cultural, eso s¨ª, contra la voluntad de un toro sometido con violencia.
Si buscamos una posici¨®n coherente ante el debate debemos -taur¨®filos y antitaurinos- despojarnos de extremos y eufemismos. Convengamos en que a los taur¨®filos les ciega la pasi¨®n y a los antitaurinos la raz¨®n. Si los primeros alegan que los segundos no pueden juzgar porque no conocen la tauromaquia, los segundos bien pueden alegar que los primeros carecen de distancia objetiva. Si el toro sufre y nuestra inteligencia lo censura, a los taur¨®filos no les queda m¨¢s remedio que confesar que su afici¨®n es tan tradicional como su sordera. O refugiarse en otro burladero. ?Cu¨¢l? Relativizar el sufrimiento tras el peso de tres razones m¨¢s urgentes: la tradici¨®n, racionalmente refutable (no todo lo tradicional es bueno); el liberticidio, racionalmente refutable (una prohibici¨®n no ataca la libertad si la reparte); y el arte, racionalmente refutable, aunque bajo mi punto de vista dif¨ªcilmente, pues ataca una fibra muy sensible y vulnerable del ser humano: su forma de entender y vivir el mundo.
S¨ª podemos inculcar a la vieja simbolog¨ªa taurina (antropoc¨¦ntrica) un sentido ecol¨®gico, revitalizar una fiesta donde el toro sea el protagonista (no un m¨¢rtir), una manifestaci¨®n digna de admiraci¨®n un¨¢nime, donde la muerte del toro infunda al p¨²blico un efecto cat¨¢rtico lleno de respeto, sentido y dignidad hacia la naturaleza. Respeto que pullas y banderillas ponen en entredicho.
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