Por mi culpa
Nuestros mayores nos dijeron que la vida era un valle de l¨¢grimas. Nosotros, como venganza, quisimos educar a nuestros hijos haci¨¦ndoles creer que la vida era un parque de atracciones. Lo bueno que ten¨ªa el partir de una expectativa tan baja, el c¨¦lebre valle de l¨¢grimas, era que las criaturas nos lanz¨¢bamos al mundo con la idea de que todo ser¨ªa cuesta arriba, de tal manera que la vida, finalmente, resultaba ser una grata sorpresa y nosotros pod¨ªamos reservarnos una dosis de rencor, que siempre gusta, hacia quien nos hab¨ªa inoculado la idea de que la alegr¨ªa siempre es un sentimiento que ha de ser castigado. El influjo del valle de l¨¢grimas perdura. La felicidad carece de prestigio intelectual. No ver¨¢n ustedes un escritor que declare su alegr¨ªa abiertamente: unos dicen sufrir por el mundo desde que se levantan; otros, m¨¢s sinceros en el fondo, sufren sin descanso por su obra, y los terceros, entre los que reconozco que me encuentro, jam¨¢s confesaremos nuestra dicha por terror a perderla. Soy de las que no declaran su felicidad por no ofender a los infelices y no manifiesto mi tristeza porque siempre encuentro personas con m¨¢s derecho a quejarse que yo. Miedos, supersticiones, inseguridad. De cualquier manera, hay momentos en que me parece mucho m¨¢s peligroso hacer creer a un ni?o que la vida, esa inc¨®gnita, ser¨¢ un parque de atracciones. Nuestros padres desconoc¨ªan que existiera una "psicolog¨ªa infantil"; nosotros, en cambio, hemos querido darle un cuerpo te¨®rico a la educaci¨®n de nuestros hijos y nos est¨¢ fallando la pr¨¢ctica. A menudo, escucho a los padres de ahora que lo importante es reforzar la autoestima del ni?o. Hay, en el mismo instante en que usted lee este art¨ªculo, cientos de miles de padres espa?oles reforz¨¢ndoles la autoestima a sus ni?os; es decir, haci¨¦ndoles ver que son guapos cuando no lo son tanto; que son listos, cuando est¨¢ por ver; que se lo merecen todo, cuando no han demostrado nada. El problema es que una vez que las criaturas hayan de convivir con otros ni?os se enfrentar¨¢n al hecho de que nadie les alaba tanto como sus padres y, a menudo, sus desproporcionadas expectativas se ver¨¢n frustradas. Los padres, angustiados con la decepci¨®n de un ni?o que encuentra que la vida no es un permanente parque en el que se tiene derecho a ticket para todas las atracciones, reaccionar¨¢n reforzando m¨¢s si cabe la dichosa autoestima. Como resultado, no es infrecuente encontrarse con chavales rebosantes de autoestima e infelices por no encontrar un mundo a su altura. Hace tiempo que vengo d¨¢ndole vueltas a esto. La psicolog¨ªa barata ha hecho mucho da?o poniendo el acento en el yo: hay que aprender a quererse a uno mismo, librarse de la culpa. Parece que se busca un tipo de persona que s¨®lo se preocupe por satisfacer sus deseos. Por fortuna, hay otras corrientes que entienden que lo que el individuo necesita es hurgar menos en su interior y estar m¨¢s atento a lo que ocurre en el mundo. Pens¨¦ en todo esto al ver esta semana la bronca agresiva y desproporcionada que los estudiantes de la Complutense le organizaron al rector Berzosa. ?Cu¨¢les eran las reivindicaciones que con tanta furia reclamaban? Por lo que le¨ª, una de las cuestiones que m¨¢s alteraron los ¨¢nimos era el hecho de que los colegios mayores pasaran a ser mixtos. Que conste que lo le¨ª varias veces porque no daba cr¨¦dito que semejante reivindicaci¨®n provocara tan enconada protesta. Por un lado, yo, personalmente, jam¨¢s le hubiera puesto una sola pega a compartir mi estancia universitaria con personas de otro sexo (?al contrario!); por otro, ?es eso de verdad tan importante? ?Han mirado esos estudiantes lo que ocurre m¨¢s all¨¢ del campus? Ellos que, supuestamente, ser¨¢n los encargados de sacar a Espa?a de su laberinto, ?saben a cu¨¢nto asciende la cifra del paro o han sopesado cu¨¢l es la relevancia de su problema en comparaci¨®n con los que sufren aquellos que est¨¢n en el lado sombr¨ªo de la calle? Detesto a la masa enardecida, me da miedo, me hace sentir peque?a como una hormiga y como carezco de agresividad y soy cobarde s¨¦ que siempre llevar¨¦ las de perder; pero m¨¢s miedo a¨²n me da la masa que grita por reclamar algo que no merece un grito. Por unas causas o por otras, en Espa?a se est¨¢ imponiendo la costumbre de que una masa organizada vocifere para impedir que un individuo se exprese; para colmo, la vanguardia de este numerito que ya empieza a convertirse en una tradici¨®n espa?ola se est¨¢ cociendo en la universidad. Se trata de negarle la palabra a quien no piensa como nosotros. Lo confieso, me declaro un bicho raro. No me importa escuchar a mi adversario, quiero sentirme culpable cuando tenga razones para ello, deseo tener la valent¨ªa de arrepentirme si hago da?o, y cuando mi neurosis no me deje dormir por un asunto en realidad banal intentar no perder de vista el valor de lo que poseo. Hay un momento en Broadway Danny Rose, de Woody Allen, que me pareci¨® una reflexi¨®n valiosa e infrecuente sobre esta ¨¦poca de avasalladoras autoestimas que vivimos. El representante de actores que interpreta Allen en esa pel¨ªcula dice (m¨¢s o menos): "?C¨®mo no vamos a tener sentimiento de culpa? ?Claro que hay que tenerlo! ?Qu¨¦ ocurrir¨ªa entonces con todas las atrocidades que el hombre ha cometido?".
La felicidad carece de prestigio intelectual. No ver¨¢n ustedes un escritor que declare su alegr¨ªa abiertamente
Se est¨¢ imponiendo la costumbre en Espa?a de que una masa vocifere para impedir que un individuo se exprese
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