Sepulcros blanqueados
Se multiplican cada d¨ªa las sospechas de que el papa Benedicto XVI, ya desde a?os lejanos, hubiese podido participar en la penosa operaci¨®n de ocultar a los sacerdotes que se hab¨ªan manchado con el crimen de violaci¨®n de menores, incluso de sordomudos. Si se llegara a probar dicha complicidad de quien hoy rige los destinos de la Iglesia, ello podr¨ªa constituir una grave responsabilidad de la comunidad cristiana mundial con el mismo Papa.
Viv¨ª muchos a?os de cerca, por mi profesi¨®n de informador, los misterios del Vaticano. All¨ª conoc¨ª a eclesi¨¢sticos ¨ªntegros que cre¨ªan en la Iglesia como elemento de paz y uni¨®n entre los pueblos y que llevaban una vida austera y digna. Conoc¨ª tambi¨¦n a altos prelados m¨¢s preocupados por su carrera y por tener una buena cocinera, que por su alma. Nunca inform¨¦ sobre ello porque siempre cre¨ª que la vida personal, hasta de los personajes p¨²blicos, merece respeto.
La protecci¨®n por parte de la Iglesia de curas violadores de menores es contraria al Evangelio de Jes¨²s
?Pero qu¨¦ decir y qu¨¦ hacer cuando personajes de la Iglesia, te¨®ricamente consagrados a hacer el bien y a dirigir las conciencias, mancillan no s¨®lo el alma sino tambi¨¦n el cuerpo de inocentes? El Vaticano siempre pens¨® que lo mejor para la Iglesia era el silencio, el ocultamiento de los hechos, con la argumentaci¨®n de que los errores y pecados de un cura o un obispo o cardenal podr¨ªan terminar ensuciando a la misma instituci¨®n. Y de esa actitud de ocultamiento fui muchas veces testigo personal. Hasta me ped¨ªan -evocando mi amor a dicha instituci¨®n- que ocultara algunos hechos por m¨ª conocidos y que podr¨ªan escandalizar, como el de aquel cardenal que ten¨ªa una cama en el trastero de una librer¨ªa cercana al Vaticano para encontrarse con su amante.
El problema que la Iglesia no quiere reconocer es que esa actitud hip¨®crita de ocultar la evidencia, que est¨¢ saliendo a la luz cada d¨ªa con mayor fuerza, con tristeza y dolor de los creyentes sinceros, ya est¨¢ condenada y con palabras dur¨ªsimas en los Evangelios can¨®nicos, en los que deb¨ªa inspirarse m¨¢s que en sus leyes del Derecho Can¨®nico.
Bastar¨ªa abrir el Evangelio de Mateo. En el cap¨ªtulo 23, Jes¨²s de Nazareth se dirige a los fariseos y maestros de la ley, que eran los que se arrogaban el poder de decidir sobre las conciencias de los jud¨ªos -como la jerarqu¨ªa de la Iglesia lo hace hoy con los cat¨®licos- y les llama "sepulcros blanqueados", que "por fuera aparecen hermosos, pero por dentro est¨¢n llenos de huesos de muertos y de podredumbre".
Contin¨²a Jes¨²s: "Por fuera parec¨¦is justos ante los hombres, pero por dentro est¨¢is llenos de hipocres¨ªa y de cr¨ªmenes" (27-28).
Luego, Jes¨²s se pregunta: "?C¨®mo escapar¨¦is a la condenaci¨®n del fuego?".
Vers¨ªculos antes, en el mismo cap¨ªtulo de Mateo, Jes¨²s critica a los maestros de la ley porque, les dice: "Limpi¨¢is por fuera el vaso y el plato, y por dentro est¨¢is llenos de codicia y rapi?a. Maestros ciegos, limpiad primero el vaso y el plato por dentro para que tambi¨¦n por fuera queden limpios" (24-26).
No hace falta ser te¨®logo ni biblista para entender que la actual actitud de la Iglesia con los sacerdotes y obispos violadores de menores est¨¢ en total contradicci¨®n con la doctrina del que considera su fundador, el profeta Jes¨²s. La preocupaci¨®n de la Iglesia de hoy, como la de los fariseos del tiempo de Jes¨²s, es, lo ha sido siempre, la de aparecer limpia por fuera aunque est¨¦ podrida por dentro. No quieren limpiar el plato por dentro por miedo a que pueda aparecer manchada su cara por fuera.
La Iglesia tiene una especie de p¨¢nico a que se conozcan las debilidades o pecados de sus representantes. Por eso prefiere si no perdonarles, por lo menos ocultarlos, sobre todo cuando se trata de sexualidad, ya que en cada esc¨¢ndalo en este campo se le planta delante el fantasma del celibato obligatorio de los sacerdotes, considerado por no pocos como un elemento multiplicador de los cr¨ªmenes sexuales contra menores.
Es curioso que un tema como el del celibato, que no tiene ning¨²n fundamento b¨ªblico -ya que todos los ap¨®stoles, todos los primeros obispos y los primeros papas de la Iglesia, y con toda probabilidad el mismo Jes¨²s, estaban casados y ten¨ªan familia- contin¨²e siendo tan importante cuando un Papa podr¨ªa acabar con esa ley can¨®nica de un plumazo. Entretanto, la Iglesia no se preocupa lo m¨¢s m¨ªnimo por los sacerdotes que se saltan a la torera su compromiso evang¨¦lico con la pobreza mientras aplauden y se contaminan y hasta dan la comuni¨®n a dictadores y asesinos p¨²blicos.
Vivimos, sin embargo, en la civilizaci¨®n de la informaci¨®n. Si ya Jes¨²s dec¨ªa hace m¨¢s de 2.000 a?os que nada de lo que est¨¢ oculto lo permanecer¨¢ para siempre, tambi¨¦n hoy le va a ser cada d¨ªa m¨¢s dif¨ªcil a la Iglesia, por m¨¢s malabarismos que intente hacer, que los vasos y platos sucios de su perversa actitud contra inocentes queden en el silencio o en el olvido.
De los sepulcros blanqueados de su fingida inocencia, saldr¨¢ a flote la podredumbre que en vano intenta ocultar.
La terrible pregunta de Jes¨²s, est¨¢ ah¨ª, en pie, amenazadora, actual: "?C¨®mo escapar¨¦is al castigo del fuego?". Ese castigo es, entre otros, el abandono cada vez mayor de la Iglesia por parte de los que cada vez conf¨ªan menos en su inocencia.
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