La felicidad como cambio de horario
Leo en The Observer que los dos principales partidos brit¨¢nicos incluir¨¢n en sus respectivos programas electorales el proyecto de adelantar permanentemente una hora el reloj nacional. De ese modo, el c¨¦lebre horario de referencia GMT (Greenwich Mean Time) se convertir¨ªa en oto?o en GMT+1 y en verano en GMT+2. Un editorial del diario asegura que el cambio, adem¨¢s de contribuir poderosamente al ahorro energ¨¦tico y a la seguridad general, propiciar¨¢ que "la naci¨®n, expuesta a m¨¢s luz solar, sea m¨¢s feliz". Insisto: dice "feliz". Entiendo la obsesi¨®n de los septentrionales por el sol, pero lo cierto es que atribuir a la prolongaci¨®n de la claridad diurna el incremento de la felicidad de todo un pueblo me parece excesivo: me suena a invento jacobino e ilustrado, como lo de las fiestas en honor del Ser Supremo dispuestas por el Comit¨¦ de Salud P¨²blica (1794). La felicidad colectiva, me permito record¨¢rselo a mis improbables lectores, tambi¨¦n era el sue?o del incorruptible Robespierre, modelo lejano de Pol Pot. Claro que cada uno se fabrica su propia idea de la felicidad. La m¨ªa se parece mucho a una semana (como la ¨²ltima) en que he podido disfrutar de una obra maestra en la pantalla y leer hasta el final (lo que, cr¨¦anme, ya no me resulta tan frecuente) un par de novelas. Dublinesca, de Enrique Vila-Matas (1948), es como una destilaci¨®n de todo lo que ha ido construyendo su autor a lo largo de una de las trayectorias m¨¢s originales de la narrativa espa?ola de las ¨²ltimas dos d¨¦cadas. Sentido y meditado homenaje crepuscular a una ciudad, a la literatura y a algunos de los que exploraron sus l¨ªmites (Joyce, Beckett), y elegiaco homenaje a un mundo que se acaba (el de la edici¨®n, tal como la entiende la generaci¨®n de Vila-Matas), sus temas, motivos y personajes pertenecen a ese polim¨®rfico libro total que el autor ha venido construyendo desde sus comienzos, y que tiene mucho que ver con su autobiograf¨ªa. La otra novela que logr¨¦ terminar fue Picudo rojo (Pre-Textos), de Mariano Antol¨ªn Rato (1943), un autor por el que he tenido debilidad desde que me deslumbr¨® con su Cuando 900 mil Mach aprox (Azanca 8, 1973). El nuevo libro, ganador del premio de novela breve Juan March Cencillo, se centra en el secuestro de un abuelo (con pasado) y su nieto (con futuro) por parte de tres temibles atorrantes. La atm¨®sfera claustrof¨®bica me ha tra¨ªdo a la memoria ciertas ceremonias de interior a las que tan aficionado es el austriaco Michael Haneke (1942). En cuanto a la obra maestra que vi en el cine y que me ha dejado un rastro de felicidad durante toda la semana, se trata de The Ghost Writer (El escritor), de Polanski, en mi opini¨®n, una de las mejores muestras de cine pol¨ªtico de los ¨²ltimos tiempos. Que la disfruten.
Racismos
Pa¨ªs pintoresco donde los haya. Y parad¨®jico, donde puede suceder de todo, incluyendo lo inconcebible. Y no me refiero, por ejemplo, a que los empresarios sigan respaldando como presidente al prodigioso D¨ªaz Ferr¨¢n, o al hecho milagroso y profundamente edificante de que los austeros y bale¨¢ricos se?ores de Matas s¨®lo sacaran de su banco poco m¨¢s de 450 euros a lo largo de cinco a?os. Ni tampoco quiero referirme -por poner un ejemplo editorial- a la extravagancia de que cierto gran grupo prescindiera alegremente (?quiz¨¢s por resultarle oneroso?) de los servicios del scout (explorador) que les hab¨ªa puesto en la pista del autor norte?o cuyas novelas (p¨®stumas) cambiaron el destino del sello que las public¨®, convirti¨¦ndolo en uno de los m¨¢s rentables del infausto 2009. S¨ª, este pa¨ªs de pa¨ªses (m¨¢s que naci¨®n de naciones) es un inagotable pozo de sorpresas. Y quiz¨¢s los que mejor han podido apreciarlo son aquellos que, como el Gazel de las Cartas Marruecas (Cadalso), han sido capaces de observarlo a trav¨¦s de esa c¨¢ndida mirada for¨¢nea (el c¨¦lebre regard ¨¦tranger) aprendida del Usbek de las Cartas Persas (Montesquieu). Como le sucedi¨® a la mism¨ªsima Hannah Arendt, quien, despu¨¦s de un viaje por estos pagos, declar¨® con desconcierto e iron¨ªa que hab¨ªa visitado el ¨²nico pa¨ªs del mundo que era antisemita sin tener (casi) jud¨ªos. Tambi¨¦n hay quien asegura que, merced a nuestro pasado medieval de (pretendida) tolerancia entre civilizaciones, estamos vacunados contra el racismo. Por eso el otro d¨ªa me sobresalt¨¦ al escuchar, en el vest¨ªbulo de esos grandes almacenes, a un guardia de seguridad que, refiri¨¦ndose a tres inmigrantes hispanoamericanos que hab¨ªan entrado delante de m¨ª, se dirigi¨® por medio de su walkie-talkie a un compa?ero m¨¢s lejano, dici¨¦ndole en tono perentorio "p¨ªnchame a esos panchitos", conmin¨¢ndole con tal zafia expresi¨®n a que no los perdiera de vista, puesto que su mera apariencia se los hac¨ªa sospechosos. M¨¢s sobre nuestra xenofobia puede aprenderse en El c¨¢lculo ego¨ªsta. Inmigraci¨®n y racismo en la Espa?a del siglo XXI (Trotta), del guatemalteco Alexander Sequ¨¦n-M¨®nchez, un ensayo -que no ignora los modos y estrategias del panfleto- en que se pone en cuesti¨®n (con pol¨¦micos ejemplos que, sin duda, levantar¨¢n ampollas) nuestra extendida creencia de que el racismo es cosa de otros. No hay nada como darle la palabra a los inmigrantes para que nuestro brillante autorretrato se complete con las sombras aportadas por otras sensibilidades (a menudo heridas).
Biblioteca
Quiz¨¢s un d¨ªa de estos me decida -tras hartarme de pesca¨ªto frito- a hacer una visita a la biblioteca p¨²blica de C¨¢diz, muy frecuentada por Trotski durante las seis apacibles semanas que vivi¨® en la ciudad en 1916, "financiado" por el Gobierno de Romanones. El revolucionario, expulsado de Francia, hab¨ªa pasado unos d¨ªas en Madrid (parte de ellos en la c¨¢rcel), donde, al parecer, hab¨ªa intentado conocer a Ortega y Gasset, por entonces simpatizante de las ideas socialistas. Una leyenda ap¨®crifa refiere que Trotski lleg¨® al domicilio del fil¨®sofo y llam¨® a su puerta. Ortega, que a la saz¨®n se encontraba solo en su casa trabajando, se acerc¨® a la mirilla, observ¨® al visitante y le pregunt¨® qu¨¦ deseaba. El extranjero contest¨® en franc¨¦s: "Soy Le¨®n Dav¨ªdovich Bronstein y deseo entrevistarme con don Jos¨¦ Ortega y Gasset". Y, como ¨¦ste no supiera de qui¨¦n se trataba, le contest¨®: "El se?or no se encuentra en casa", y cerr¨® la mirilla. Fin del encuentro hist¨®rico. En cuanto a la mencionada biblioteca de C¨¢diz, a la que denomina "central" ("un viejo edificio de fr¨ªos y mohosos escalones, entarimados deslustrados y sin sol ni lectores"), Trotski le dedica algunas p¨¢ginas en su divertida cr¨®nica Mis peripecias en Espa?a (traducci¨®n de Andr¨¦s Nin, Hyperion, 2007). Supongo que nada tiene que ver la actual (y, seg¨²n me dicen mis topos, muy eficaz biblioteca gaditana) con la que conoci¨® el que ser¨ªa fundador del Ej¨¦rcito Rojo: entonces "el ¨²nico bibliotecario y el ¨²nico guardi¨¢n no contaban menos de ciento cincuenta a?os entre los dos"; y algunos de los libros que all¨ª consult¨® (b¨¢sicamente de historia europea) estaban "met¨®dicamente trabajados por la polilla erudita", cuyas "huellas cil¨ªndricas, dibujando l¨ªneas quebradas, ya suben, ya descienden". No le faltaba sentido del humor al "profeta" (a¨²n) armado. Ni hambre a las polillas.
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