Apoteosis final
En los primeros minutos de esta obra maestra, forjada en hirientes colores y esplendoroso CinemaScope, Peter Ustinov, maestro de ceremonias de un circo que es, al mismo tiempo, reflejo espectacular del mundo interior de la protagonista, promete "el n¨²mero m¨¢s sensacional del siglo". El cr¨ªtico Andrew Sarris correspondi¨® con otro sonoro ditirambo, calificando este trabajo testamentario de Max Oph¨¹ls como "la mejor pel¨ªcula de todos los tiempos". El banquete de Lola Montes es tan generoso -y est¨¢ tan bien servido en las impecables proyecciones digitales de esta versi¨®n, restaurada en 2008- que el exceso en la expresi¨®n del entusiasmo viene determinado por la propia naturaleza de la obra: Lola Montes es cine entendido como circo de tres pistas y, como m¨ªnimo, cinco lecturas, la pantalla abierta a un territorio sin l¨ªmites, recorrido por los ojos de un equilibrista virtuoso y empe?ado en dotar de sentido y necesidad a cada una de sus decisiones cin¨¦ticas. La culminaci¨®n de la carrera de un creador de lenguaje que supo rematar su trayectoria, trenzada en el movimiento perpetuo con una traca final de piezas perfectas, como La ronda (1950), El placer (1952) y Madame de... (1953). En este orden de cosas, Lola Montes respondi¨® -y c¨®mo- a las exigencias de ese concepto tan circense del grand finalle.
LOLA MONTES
Direcci¨®n: Max Oph¨¹ls.
Int¨¦rpretes: Martine Carol, Peter Ustinov, Anton Walbrok, Oskar Werner, Will Quadflieg.
G¨¦nero: drama. Francia-RDA-Luxemburgo, 1955.
Duraci¨®n: 116 minutos.
As en la manga
Hay otra frase del maestro de ceremonias que permite intuir la clave de la extra?eza de Lola Montes que es, al mismo tiempo, el secreto de la naturaleza an¨®mala e irrepetible del talento de Oph¨¹ls: el personaje de Ustinov define a Lola como "un monstruo sediento de sangre con los ojos de un ¨¢ngel". La frase apunta a la paradoja como figura expresiva central de la pel¨ªcula -una coreograf¨ªa de febriles movimientos en la memoria, alrededor de una figura paralizada, esfinge reducida a la condici¨®n de inm¨®vil fen¨®meno de feria- y del discurso oph¨¹lsiano, que siempre contempl¨® a la muerte en el reverso del placer y que supo articular una in¨¦dita armon¨ªa a partir del desbordamiento barroco. Lola Montes guarda, hoy, un as en la manga que, probablemente, escapaba a las previsiones de Oph¨¹ls: sorprende enfrentar su vigente lucidez a las din¨¢micas de nuestra contempor¨¢nea cultura de la fama.
Babelia
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