Caracas, una guerra sin nombre
Caracas es una ciudad sangrante. De sus edificios brotan r¨ªos de sangre, de sus monta?as brotan r¨ªos de sangre, de sus casas brotan r¨ªos de sangre. La sangre fluye por sus calles y avenidas, forma un caudaloso torrente que ti?e de rojo el asfalto y traza un peculiar camino, por donde no s¨®lo los cuerpos, sino la ciudad toda y sus ciudadanos se diluyen y se desdibujan.
"La violencia que se vive en las calles de la ciudad de Caracas fluye por todos los intersticios de su entramado social", explica Nelson Garrido, fot¨®grafo venezolano, premio Nacional de Artes Pl¨¢sticas, que aborda desde hace a?os la violencia como fen¨®meno de orden est¨¦tico y social. "Se trata de una violencia capilar que regularmente pretende ocultarse a trav¨¦s de los pliegues cosmopolitas de una pretendida utop¨ªa de ciudad moderna. En Venezuela, particularmente en la ciudad de Caracas, vivimos ahogados por m¨²ltiples formas de violencia: violencia pol¨ªtica, violencia de g¨¦nero, violencia intrafamiliar, violencia social, violencia econ¨®mica. Y estas manifestaciones de la violencia rigen y condicionan nuestras vidas. Nosotros como sociedad no podemos seguir apelando a esconder y ocultar esta situaci¨®n. Su ocultamiento no es sino una forma depurada y c¨ªnica que utiliza la propia violencia, sea cual sea y venga de donde venga, para continuar con sus pr¨¢cticas de aniquilamiento de los modos de convivencia".
Entre 1998 y 2008, caracas ha pasado de 63 a 127 homicidios por 100.000 habitantes
El 57% de los venezolanos considera la inseguridad el primer problema del pa¨ªs
"Yo tengo dos hijos muertos. pero aqu¨ª hay mucha gente que tiene dos y hasta tres"
En Venezuela (27 millones de habitantes) hay 12 millones de armas en manos de civiles
La violencia en Am¨¦rica Latina en la actualidad se identifica como un fen¨®meno esencialmente urbano, asociado a las grandes ciudades. Desde hace aproximadamente dos d¨¦cadas, en el caso particular de la ciudad de Caracas, la tasa de homicidios comenz¨® a generar se?ales de alarma. Y en los ¨²ltimos diez a?os su incremento ha resultado notable.
En el a?o 2008 fueron registrados 14.467 homicidios en toda Venezuela, seg¨²n el Informe anual sobre la situaci¨®n de los derechos humanos en Venezuela, publicado por el Programa Venezolano de Educaci¨®n-Acci¨®n en Derechos Humanos (Provea). Por contraste, en los ¨²ltimos diez a?os, la tasa de homicidios en otras ciudades latinoamericanas tradicionalmente asociadas a la violencia -S?o Paulo, R¨ªo de Janeiro, Medell¨ªn y Bogot¨¢- ha disminuido considerablemente. Hoy en d¨ªa la capital de Colombia posee una tasa seis veces inferior a la de Caracas, que pas¨® de 63 homicidios por 100.000 habitantes en 1998 a 127 en 2008.
"Hace unos a?os Venezuela no aparec¨ªa en los anales de violencia y hoy en d¨ªa es, junto con El Salvador, uno de los dos pa¨ªses m¨¢s violentos de Am¨¦rica Latina", se?ala el director del Observatorio Venezolano de Violencia, Roberto Brice?o Le¨®n. "M¨¢s que Colombia y mucho m¨¢s que Brasil y M¨¦xico, naciones con las cuales sol¨ªamos compararnos en estas contabilidades. Caracas es, con creces, la capital m¨¢s violenta de Am¨¦rica Latina".
A pesar de la contundencia de estas cifras sobre inseguridad y violencia en Venezuela, se trata de proyecciones moderadas y conservadoras. No incluyen los casos etiquetados como resistencia a la autoridad y muertes a determinar. Lo que significa que, en la realidad, las cifras sobre homicidios pueden ser superiores a las que actualmente se muestran, tal como advierte Provea.
Las estad¨ªsticas no hacen sino confirmar el estado de excepci¨®n permanente que coloca al pa¨ªs y a Caracas -su principal ciudad- bajo la sombra de un sentimiento de inseguridad y miedo generalizado. En septiembre de 2009, el 57% de los venezolanos consideraba la inseguridad como el principal problema del pa¨ªs, por encima de la escalada inflacionaria, la diatriba pol¨ªtica, el desempleo y la escasez de vivienda.
Pero, m¨¢s all¨¢ de las cifras, los estudios y las estad¨ªsticas comparativas, estos n¨²meros representan una tragedia colectiva. As¨ª lo expres¨® Roberto Brice?o Le¨®n: "Una gran tragedia para la sociedad, para las familias. Porque si en el a?o 2009 nosotros hablamos de 16.000 homicidios, bajo las cifras m¨¢s conservadoras, entonces son 16.000 familias en el pa¨ªs enlutadas. Adem¨¢s, hay m¨¢s de 180.000 personas que han sido heridas, que no han muerto, pero igualmente padecen y son v¨ªctimas de la violencia. Entonces yo no tengo duda en calificar esto como una gran tragedia, un drama que vive la sociedad venezolana".
Carlos Rojas ten¨ªa 19 a?os y era mototaxista. Viv¨ªa con su madre en un sector conocido como La Dolorita de Petare, que forma parte de la extensi¨®n de barrios (as¨ª se conoce en Venezuela a las favelas) m¨¢s grande de Caracas y la segunda de Am¨¦rica Latina, con m¨¢s de un mill¨®n de habitantes. Era un "chamo sano", un muchacho que no se met¨ªa en l¨ªos ni andaba por la mala vida. El 27 de septiembre de 2008, un malandro (delincuente) lo asesin¨® a tiros, en hora punta y enfrente de un m¨®dulo policial. Seg¨²n parece, el asesino estaba celoso porque Carlos ten¨ªa una cliente fija con la que presum¨ªa que flirteaba. Por eso lo mat¨®. Carlos ten¨ªa un hijo, y su novia, Karen, de 18 a?os, estaba embarazada del segundo cuando Carlos fue asesinado.
El caso, por el hecho de que Carlos fuera un muchacho "sano" y por haberse producido el asesinato frente al m¨®dulo policial, caus¨® una peque?a revuelta en el barrio. Los vecinos quemaron el m¨®dulo policial y, en varios d¨ªas de protestas, exigieron que compareciera el ministro. Finalmente acudi¨® un portavoz oficial, que prometi¨® m¨¢s seguridad.
Pero eso no devolvi¨® su hijo a Teresa Osorio, de 48 a?os. "S¨®lo me queda un hijo", explicaba d¨ªas despu¨¦s del asesinato. "Yo ya tengo dos hijos muertos. Hace 14 a?os me mataron a mi hijo mayor, me lo mataron para robarle unos zapatos. No creo en la justicia, pero estoy haciendo lo posible para que ese tipo pague. Porque con mi hijo mayor no se hizo justicia. Detuvieron al asesino, pero al poco tiempo sali¨® por falta de pruebas. Eso se olvida, eso es pura pol¨ªtica, eso no sirve. Olv¨ªdate. Es horrible vivir lo mismo. Lo mismo o peor, porque ni s¨¦ por qu¨¦ lo mataron. Tener dos hijos muertos es fuerte. Pero aqu¨ª hay mucha gente que tiene dos y tres hijos muertos".
La trama de la violencia desdibuja todas aquellas visiones que hacen de la sociedad venezolana un paisaje buc¨®lico de postal tur¨ªstica, una tierra de gracia y de riquezas petrol¨ªferas. La tragedia venezolana puede consistir en haber cre¨ªdo a ciegas durante muchos a?os que nunca hubo tragedia.
"No podemos hablar de causas de la violencia. Hay que hablar de circunstancias, de factores, de tendencias que confluyen, que se juntan y que permiten comprender un fen¨®meno determinado". As¨ª se expresa Alejandro Moreno, sacerdote salesiano, quien dirige el Centro de Investigaciones Populares (CIP), equipo de trabajo que se ha dedicado a estudiar en los ¨²ltimos a?os al delincuente violento de origen popular a trav¨¦s de la interpretaci¨®n y an¨¢lisis de sus vidas.
Para Moreno, interpretar la violencia que acontece en los sectores populares representa una forma de estudiar la realidad que se erige a su alrededor y que constituye su propia experiencia: "Yo vivo la violencia cotidianamente, a m¨ª me han pasado tiros por la frente quem¨¢ndome el pelo. Por una casualidad, hoy te lo puedo contar. Bueno, yo creo en Dios, de manera que estoy vivo no s¨®lo por una casualidad. La violencia es lo que yo vivo cotidianamente, he visto morir a m¨¢s de cincuenta muchachos en el barrio donde resido. Yo estudio la violencia que vivo cotidianamente".
Se?ala que ni la pobreza ni las condiciones de vida de los sectores populares son explicaciones de la aparici¨®n de la violencia delincuencial. Para ¨¦l, ¨¦sta es una creencia anclada en gran parte de la opini¨®n p¨²blica y debe ser desmitificada. "Quienes creyendo que para condenar radicalmente la pobreza es eficaz relacionarla con la violencia, a quien condenan en realidad es al pobre", dice. "La pobreza tiene que ser condenada y eliminada, pero por otras razones m¨¢s reales, profundas y s¨®lidas, no s¨®lo por miedo".
Las que s¨ª considera circunstancias fundamentales para explicar los niveles de violencia que vive la sociedad venezolana son, por una parte, la abundancia de armas en la calle y la facilidad para adquirirlas y, por otra, la debilidad del Estado para ejercer el control y el orden de las cosas. "No habr¨¢ salida a esta situaci¨®n", dice, "si se mantiene el orden actual de las cosas. Habr¨¢ solamente paliativos. La violencia ser¨¢ un flagelo que ir¨¢ aumentando y poniendo en riesgo la vida de los ciudadanos. Quiero decir que esta situaci¨®n va a crecer si no cambian las circunstancias en las cuales nos encontramos. No me refiero a la pobreza, sino a la presencia de armas en la calle, a la disoluci¨®n y al debilitamiento de las instituciones del Estado, al abandono de las comunidades a s¨ª mismas, al sometimiento de las comunidades a la acci¨®n de cualquier forma de violencia".
La presencia y proliferaci¨®n de armas de fuego es un factor directamente relacionado al n¨²mero de homicidios que ocurren en el pa¨ªs. Entre 1999 y 2006, el 86% de los homicidios registrados en la ciudad de Caracas se produjeron con armas de fuego. Seg¨²n cifras que maneja la Comisi¨®n de Seguridad y Defensa de la Asamblea Nacional, en Venezuela (unos 27 millones de habitantes) hay actualmente 12 millones de armas, entre legales e ilegales, en manos de los civiles.
Para Ibrahim, educador y promotor comunitario de una barriada popular caraque?a, las armas son un elemento vital para el delincuente. "La ¨¦lite del malandro necesita y requiere las armas", explica. "Su poder depende de las armas y de los negocios il¨ªcitos. El malandro a trav¨¦s de las armas consigue defenderse, atacar y mantener el poder en el barrio. En el barrio todos saben de armas. Para tener un arma, lo que hay que tener es dinero o voluntad para tenerlo. Andar en la jugada del malandreo o conocer la jugada. El malandro ejerce el poder en el barrio. Es el due?o del barrio".
Lo confirma el testimonio de H¨¦ctor Blanco recogido por la investigadora Mirla P¨¦rez, del Centro de Investigaciones Populares: "Todo empez¨® porque tambi¨¦n me somet¨ªan. Yo ve¨ªa a las personas as¨ª, a los malandros, que los respetaban. A todos los respetaban. A m¨ª esos chamitos me quer¨ªan estar sometiendo, y me cans¨¦. Me compr¨¦ una pistola. A partir de ah¨ª, me dieron una cachetada y le di cuatro tiros al chamo. Y a ra¨ªz de eso empec¨¦ a cometer bastantes homicidios". El equipo del Centro de Investigaciones Populares concluye: "Esa facilidad para conseguir un arma mortal es componente fundamental de la nueva forma de violencia de los m¨¢s j¨®venes. Un adolescente descontrolado con un arma es una m¨¢quina de matar".
En los ¨²ltimos diez a?os, Venezuela ha contado con m¨¢s de diez ministros del Poder Popular para las Relaciones del Interior y Justicia (ministerio encargado de la seguridad ciudadana). Los cambios de ministros regularmente implican sustituciones en los mandos medios y en el tren de directores.
La acci¨®n del Estado se ha caracterizado por la implementaci¨®n de operativos coyunturales que, por su naturaleza, no mantienen una continuidad en el tiempo y resultan acciones de bajo impacto ante la proporci¨®n de la situaci¨®n de la seguridad ciudadana, seg¨²n Provea.
El propio presidente de la Rep¨²blica, Hugo Ch¨¢vez, manifest¨® durante la presentaci¨®n anual de la memoria y cuenta 2009, ante la Asamblea Nacional, que los avances en el combate del crimen y la violencia han sido "modestos" y no dud¨® en destacar que la naturaleza del problema era de orden pol¨ªtico: "Se ha convertido el crimen, la inseguridad, la violencia en uno de los m¨¢s grandes enemigos de la Revoluci¨®n Bolivariana, y no tengo dudas de que ese crimen y muchas de esas bandas criminales son preparadas, financiadas y apoyadas por la burgues¨ªa contrarrevolucionaria y nuestros enemigos internacionales, el imperio yanqui y sus lacayos". Paralelamente, Ch¨¢vez anunci¨® la puesta en marcha del Plan Integral de Prevenci¨®n y Seguridad Ciudadana, orientado a estructurar una pol¨ªtica de largo alcance que permita atender la seguridad ciudadana a trav¨¦s de siete ¨¢mbitos distintos de acci¨®n.
No obstante, estas nuevas acciones emprendidas por el Estado venezolano, que aparecen en escena despu¨¦s de muchos ensayos fallidos, pero que apuntan y se enmarcan en un claro esfuerzo por generar una transformaci¨®n profunda e integral del aparato policial, judicial y penitenciario, no logran convencer plenamente a muchos especialistas. Roberto Brice?o Le¨®n mantiene una perspectiva cr¨ªtica frente a las pol¨ªticas oficiales en materia de seguridad. Se?ala que se han caracterizado por una ambig¨¹edad en el mensaje y una discontinuidad en su implementaci¨®n. "El incremento de la violencia en Venezuela", dice, "tiene que ver con la crisis institucional, el quiebro del tejido social. Consideramos que este es un quiebro que se ha dado fundamentalmente por la propia actuaci¨®n del Gobierno. El Gobierno dice que el origen del delito es la pobreza. Pero tambi¨¦n se?ala que ha disminuido la pobreza en el pa¨ªs. Entonces, la consecuencia l¨®gica ser¨ªa una disminuci¨®n de los homicidios, y no ha sido as¨ª, sino todo lo contrario".
Sin embargo, apunta que la evidencia hist¨®rica y las experiencias comparadas indican que esta situaci¨®n no es irreversible. "Hay razones para dejar de ser esc¨¦ptico cuando hay voluntad pol¨ªtica, una respuesta firme y clara, una decisi¨®n de fortalecer la norma y fortalecer a la sociedad, una voluntad de cooperar entre todos los actores de la sociedad y darle continuidad a las pol¨ªticas p¨²blicas con independencia de las ideolog¨ªas pol¨ªticas", sostiene. "Esto lo encontramos en Bogot¨¢. Durante m¨¢s de una d¨¦cada existi¨® una voluntad de controlar la violencia y mejorar las condiciones de la ciudad; all¨ª se gener¨® continuidad, y el acuerdo de la sociedad fue un¨¢nime. ?Son Bogot¨¢ y Medell¨ªn un para¨ªso? No, siguen teniendo una tasa muy alta de homicidios. Pero ellos lograron controlarla".
Las im¨¢genes de la violencia en Caracas testimonian su tragedia. A diferencia de las cifras, ¨¦stas no pretenden demostrar nada, tienen la virtud de mostrar. Representan fragmentos de la memoria transitando por su habitual batalla contra el olvido. Logran contener en un instante las fuerzas silentes del dolor, la rabia y el sufrimiento que produce la acci¨®n violenta. Nos dicen que hay rostros detr¨¢s de cada una de las cifras que dan cuenta de la violencia interpersonal.
Las im¨¢genes que acompa?an este reportaje, captadas por la lente de la fot¨®grafa Lurdes R. Basol¨ª en su paso por Caracas, nos muestran las expresiones y sentimientos de esa humanidad prisionera por las fuerzas irracionales de la violencia con todas sus tr¨¢gicas connotaciones. Pretenden expresar lo inexpresable, all¨ª radica su dignidad y sensibilidad.
Estas im¨¢genes muestran los rostros esc¨¦pticos de una ciudadan¨ªa desmembrada por la autopsia de su cuerpo social inerte, que yace herido sobre el suelo v¨ªctima de la injusticia y la impunidad.
"Todos vamos a morir de tanto silencio", gritaba Mauro en la morgue de Caracas, desgarrado por la p¨¦rdida de uno de sus sobrinos a manos del hampa. Claro est¨¢, el peor flagelo de la violencia es el silencio y el olvido, as¨ª como sus correlatos la injusticia y la impunidad.
Para las autoridades gubernamentales, sin embargo, parte del problema es la amplia cobertura y divulgaci¨®n de las cifras e historias de la violencia en los medios de comunicaci¨®n nacionales e internacionales. En mayo de 2009, el entonces viceministro del Poder Popular para Relaciones Interiores y Justicia, Tarek El Aissami (actual ministro de esa cartera), declar¨® a la Agencia Bolivariana de Noticias: "Aunque estamos reduciendo el ¨ªndice de criminalidad y, con ello, el n¨²mero de delitos, los medios, de forma irresponsable, han colocado en la opini¨®n p¨²blica una sensaci¨®n de que estamos pr¨¢cticamente a la suerte del hampa y la delincuencia".
Una sensaci¨®n de inseguridad que se alimenta de cifras que no pueden ser verificadas, de alambradas de p¨²as, rejas, alarmas, carros blindados, horarios restringidos, garitas de vigilancia, plazas vac¨ªas, m¨¢s rejas, m¨¢s historias, m¨¢s cifras, m¨¢s muertes. Caracas es una ciudad archipi¨¦lago, discontinua. Una ciudad fracturada por duros y vertiginosos contrastes; una ciudad segmentada por l¨ªmites imaginarios que secuestran la experiencia de su paisaje.
Caracas vive una guerra en la cual todos pierden. Nadie gana. Nadie gana nada en una guerra que consume cada a?o miles de v¨ªctimas. Caracas vive una guerra que no tiene nombre. Se trata de una guerra silente que muchas veces no se puede ver porque el encierro, producto del temor, permite a sus habitantes quedarse ciegos de tanto mirar en la oscuridad.
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