Partidismo
Pensaba que con el tiempo la democracia se ir¨ªa asentando y ser¨ªamos capaces de expresar y leer opiniones sin tener que juzgarlas por su fidelidad o su traici¨®n a un partido pol¨ªtico. Pero no. Parece que la experiencia no nos ha mejorado. Cualquier asunto que se trate debe ser escrito, le¨ªdo y juzgado bajo ese prisma. Con tal intensidad hemos entrado todos en el juego que tanto los que escribimos como los que leemos padecemos un d¨¦ficit en nuestros niveles de tolerancia, como si nos faltara la vitamina esencial para respetar el juicio de alguien que no piensa exactamente como t¨².
Pongo un ejemplo. Hace unos d¨ªas escribo un art¨ªculo cr¨ªtico con la idea que promueve el Ministerio de Igualdad de modificar los cuentos tradicionales a fin de adaptarlos al curso de los tiempos. Mientras lo escribo soy consciente de dos cosas: para la derecha cualquier excusa es buena para arremeter furiosamente, no ya contra las medidas de ese ministerio, sino contra personas en concreto, contra ciertas mujeres del ¨¢mbito p¨²blico. Ridiculizarlas se ha convertido en una fiesta diaria. Por otra parte, para la izquierda, o mejor dicho, para algunas mujeres socialistas, la manera de no excitar el apetito voraz de este encendido batall¨®n mis¨®gino es callarse la boca aunque no se est¨¦ de acuerdo con la medida en cuesti¨®n. El resultado de todo esto es que la pretensi¨®n de debate que t¨² ten¨ªas se ve completamente adulterada. Se alegran los detractores del feminismo (entre los cuales jam¨¢s me encontrar¨¦) y se sienten traicionadas algunas socialistas (como si hubiera una sola forma de entender la igualdad, la ministerial). Lo que una m¨¢s desear¨ªa es que los lectores no se vieran afectados por este virus partidista que a todo afecta. Que hicieran notar su fuerza de ciudadanos, el derecho a su opini¨®n leg¨ªtima. Como yo trato de hacerlo cada vez que escribo.
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