La insoportable indignidad de ser periodista
- "Toda sabidur¨ªa humana se resume en dos palabras: esperar y esperanza".
Alexandre Dumas
Cualquier reportero, si es honesto, lo reconoce: el periodismo es un oficio indigno. Siempre esperando, siempre suplicando. Deber¨ªan incluir en todos los cursos de periodismo unas buenas sesiones de budismo zen, para que los j¨®venes incautos que piensan meterse en este negocio adquieran las dosis necesarias de paciencia, filosof¨ªa, paz espiritual.
El problema es la entrevista, materia prima tan imprescindible para el reportero como el arroz para la paella, el bal¨®n para Leo Messi, el peluquero para David Beckham. Sin acceso a la gente indicada para determinada historia, no hay historia. Lo que hay es fracaso, fracaso que pude conducir al desempleo. Por eso lo primero que se requiere para ser reportero es persistencia, admirable virtud condenada siempre a rozar la humillaci¨®n. Uno llama o env¨ªa un correo electr¨®nico solicitando hablar con alguien. Puede ser el asistente del alcalde de un pueblo de 500 personas, o el gerente de marketing de una mediana empresa de tuber¨ªas, o un ministro, o un personaje mundialmente conocido. Lo normal es que no te contesten ni a la primera, ni a la cuarta o que, peor todav¨ªa, te digan: "Ma?ana le decimos algo". Llega ma?ana y no te han dicho nada. Al final coges el tel¨¦fono, llamas de nuevo y m¨¢s de lo mismo. A veces, al final, te dicen que s¨ª y la entrevista se hace; a veces acabas en nada.
Tras tragar tanta bilis para entrevistar a un jugador, el terrible desenlace es que el peque?o rey no te dice nada
El proceso es as¨ª. Pierdes el tiempo, te estresas, te desesperas, quieres matar a alguien, quieres matarte a ti mismo, te preguntas: "?Por qu¨¦, por qu¨¦, por qu¨¦ no le hice caso a mi mam¨¢ y me met¨ª en un trabajo como Dios manda?".
Ahora, lo peor, lo peor con diferencia, es ser un periodista deportivo. O, para ser m¨¢s exactos, un periodista cuyo trabajo incluye la necesidad de acceder a futbolistas de Primera. Conseguir una entrevista con un jefe de gobierno o con un l¨ªder guerrillero no es f¨¢cil, pero es un juego de ni?os comparado con el calvario de intentar conseguirla con un chaval de 20 a?os que es millonario gracias a su especial habilidad para patear una pelota.
A veces ocurre que, despu¨¦s del denigrante proceso que acabamos de describir, te la conceden. En tal caso es perfectamente posible que llegues al lugar indicado a la hora indicada (incluso despu¨¦s de coger un avi¨®n) y te digan: "Perd¨®n, el futbolista ha cambiado de opini¨®n. La haremos otro d¨ªa". O que, como en el 90%, tengas que esperar una o dos horas m¨¢s de lo previsto para tu audiencia con el peque?o rey (porque se demor¨® en la ducha, porque ten¨ªa que rematar el partido de PlayStation). Y entonces, al final, cuando por fin has conquistado la gloria de tenerle enfrente, con la grabadora rodando, te transmite sin ning¨²n disimulo la sensaci¨®n de que podr¨ªa estar haciendo cosas mejores (otro duelo de titanes en la PlayStation, comprarse otro Ferrari, tocarse las narices en casa). Y despu¨¦s, despu¨¦s de tragarte tanta bilis, el terrible e inevitable desenlace es que no te ha dicho nada que sea remotamente noticia, que agregue una migaja a la suma del conocimiento humano. Como el caso del jugador del Bar?a que hace una semana nos dijo: "Necesitamos ganar los dos partidos finales para ganar la Liga", pedazo de banalidad que dio titulares (s¨ª, s¨ª, a esto hemos llegado) en pr¨¢cticamente todos los diarios espa?oles.
Hay gratas excepciones. Hay jugadores que te tratan como un ser humano. Hay incluso algunos que te dicen algo que vale la pena. Como Benoit Assou-Ekotto, franc¨¦s del Tottenham, que la semana pasada le dijo a un afortunad¨ªsimo periodista ingl¨¦s que su principal lealtad no era a la camiseta de su club, sino al dinero. "?Existe un jugador en el mundo", dijo, "que firma por un club y dice, 'Oh, adoro tu camiseta? Su camiseta es roja: ?Me encanta!'. ?Qu¨¦ va! Lo primero de lo que habla es dinero".
Casos excepcionales como el de este heroico, honesto y suicida franc¨¦s son los que te animan a seguir en la lucha, a mantener viva la llama de la esperanza. Pero al final muere, eso s¨ª. Muere. Y en ese caso no le queda m¨¢s remedio al reportero que huir a la relativa paz del paro, o cambiar de bando (tomarse la venganza contra la profesi¨®n de pasarse al equipo de comunicaci¨®n de un club de f¨²tbol) o, cuando el desgaste ya ha sido demasiado y la energ¨ªa y la paciencia se han agotado, encontrar la salvaci¨®n en la prejubilaci¨®n period¨ªstica del escritor de columnas de opini¨®n.
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