El triunfo de la compasi¨®n
El mundo est¨¢ lleno de salvajadas contra humanos y no humanos, pero este hecho lamentable no justifica la tauromaquia. La tradici¨®n tampoco puede utilizarse como justificaci¨®n ¨¦tica de una pr¨¢ctica cruel
La compasi¨®n es la emoci¨®n desagradable que sentimos cuando nos ponemos imaginativamente en el lugar de otro que padece, y padecemos con ¨¦l, lo compadecemos. Hemos empezado a entender el mecanismo de la compasi¨®n gracias a Giacomo Rizzolatti, descubridor de las neuronas espejo, que se disparan en nuestro cerebro tanto cuando hacemos o sentimos ciertas cosas como cuando vemos que otro las hace o siente. Las neuronas espejo de la ¨ªnsula se disparan y producen en nosotros una sensaci¨®n penosa cuando vemos a otro sufriendo. Esta capacidad puede ejercitarse y afinarse o, al contrario, embotarse por falta de uso.
Los pensadores de la Ilustraci¨®n, desde Adam Smith hasta Jeremy Bentham, pusieron la compasi¨®n en el centro de sus preocupaciones. David Hume pensaba que la compasi¨®n es la emoci¨®n moral fundamental (junto al amor por uno mismo). Charles Darwin consideraba la compasi¨®n la m¨¢s noble de nuestras virtudes. Opuesto a la esclavitud y horrorizado por la crueldad de los fueguinos de la Patagonia con los extra?os, introdujo su idea del c¨ªrculo en expansi¨®n de la compasi¨®n para explicar el progreso moral de la humanidad. Los hombres m¨¢s primitivos s¨®lo se compadec¨ªan de sus amigos y parientes; luego este sentimiento se ir¨ªa extendiendo a otros grupos, naciones, razas y especies. Darwin pensaba que el c¨ªrculo de la compasi¨®n seguir¨¢ extendi¨¦ndose hasta que llegue a su l¨®gica conclusi¨®n, es decir, hasta que abarque a todas las criaturas capaces de sufrir.
Todas las costumbres abominables, injustas o crueles son tradicionales all¨ª donde se practican
El Chile admirado por Vargas Llosa prohibi¨® las corridas hace dos siglos, a la par que la esclavitud
El pensamiento indio, y en especial el budismo y el jainismo, consideran que la ahimsa (la no-violencia, la no-crueldad, la compasi¨®n frente a todas las criaturas sensibles) es el principio central de la ¨¦tica. En contraste con el silencio de la jerarqu¨ªa cat¨®lica, el Dalai Lama ha reclamado p¨²blicamente la abolici¨®n de las corridas de toros. Al rey Juan Carlos, ya desprestigiado por sus continuas cacer¨ªas, no se le ocurre otra cosa que salir ahora en defensa de la tauromaquia. M¨¢s le valdr¨ªa identificarse con su antecesor ilustrado Carlos III, que prohibi¨® las corridas de toros, que con el cutre y absolutista Fernando VII, que las promovi¨®.
El conocimiento facilita la empat¨ªa. Como dec¨ªa Francis Crick (el descubridor de la doble h¨¦lice), los ¨²nicos autores que dudan del dolor de los perros son los que no tienen perro. Muchos espa?oles no dudan del dolor de los perros ni de los toros. Cuando un degenerado cort¨® con una sierra el¨¦ctrica las patas de los perros de la perrera de Tarragona y los dej¨® desangrarse hasta la muerte, m¨¢s de medio mill¨®n de espa?oles estamparon su firma en una petici¨®n al Congreso exigiendo la introducci¨®n del maltrato animal en el C¨®digo Penal. En Catalu?a todas las encuestas indican una gran mayor¨ªa a favor de la abolici¨®n de la tauromaquia, solicitada al Parlamento catal¨¢n por m¨¢s de 200.000 firmas. Yo conozco a varios firmantes de la petici¨®n; todos lo hicieron por compasi¨®n, ninguno por nacionalismo.
Los defensores de la tauromaquia siempre repiten los mismos argumentos a favor de la crueldad; si se tomaran en serio, justificar¨ªan tambi¨¦n la tortura de los seres humanos. Ya s¨¦ que los toros no son lo mismo que los hombres, pero la correcci¨®n l¨®gica de las argumentaciones depende exclusivamente de su forma, no de su contenido. En eso consiste el car¨¢cter formal de la l¨®gica. Si aceptamos un argumento como correcto, tenemos que aceptar como igualmente correcto cualquier otro que tenga la misma forma l¨®gica, aunque ambos traten de cosas muy diferentes. A la inversa, si rechazamos un argumento por incorrecto, tambi¨¦n debemos rechazar cualquier otro con la misma forma. Incluso escritores insignes como Fernando Savater y Mario Vargas Llosa, en sus recientes apolog¨ªas de la tauromaquia publicadas en este diario, no han logrado formular un solo argumento que se tenga en pie, pues aceptan y rechazan a la vez razonamientos con id¨¦ntica forma l¨®gica por el mero hecho de que sus conclusiones se refieran en un caso a toros y en otro a seres humanos.
Ambos autores insisten en el argumento inv¨¢lido de que tambi¨¦n hay otros casos de crueldad con los animales, lo que justificar¨ªa la tauromaquia. Savater nos ofrece una larga lista de maltratos a los animales, remont¨¢ndose nada menos que al sufrimiento infligido por An¨ªbal a sus elefantes cuando los hizo atravesar los Alpes. En efecto, debieron de sufrir mucho, pero no m¨¢s que los soldados, la mayor¨ªa de los cuales no lograron sobrevivir a la aventura italiana del caudillo cartagin¨¦s. Si esto fuese una justificaci¨®n del maltrato animal, tambi¨¦n lo ser¨ªa del maltrato humano y de la agresi¨®n militar. Vargas Llosa pone el ejemplo de la langosta arrojada viva al agua hirviente para dar m¨¢s gusto a ciertos gourmets. Esto justificar¨ªa las corridas, pues tambi¨¦n las langostas sufren. Tambi¨¦n es cruel la obtenci¨®n del foie-gras de ganso torturado, pero por eso mismo el foie-gras ya ha sido prohibido en varios Estados de EE UU y en varios pa¨ªses de la UE. En cualquier caso, sabemos que los toros sienten dolor como nosotros, pues el sistema l¨ªmbico y las partes del cerebro involucradas en el dolor son muy parecidos en todos los mam¨ªferos. El neur¨®logo Jos¨¦ Rodr¨ªguez Delgado hizo sus famosos experimentos para localizar los centros del placer y el dolor en el cerebro de toros y hombres y no encontr¨® diferencias apreciables. Desde luego, el mundo est¨¢ lleno de salvajadas y crueldades contra los animales humanos y no humanos, pero este hecho lamentable no justifica nada.
Se aduce que la tauromaquia forma parte de la tradici¨®n espa?ola, como si lo tradicional fuera una justificaci¨®n ¨¦tica, lo que obviamente no es. Todas las costumbres abominables, injustas o crueles son tradicionales all¨ª donde se practican. Vargas Llosa siempre ha polemizado contra la corrupci¨®n y la dictadura en Am¨¦rica Latina, pero ambas son desgraciadamente tradicionales en muchos de esos pa¨ªses. Tambi¨¦n ha puesto a Chile como ejemplo a seguir por los dem¨¢s pa¨ªses sudamericanos. Pero Chile prohibi¨® las corridas de toros hace ya dos siglos, el mismo d¨ªa y por el mismo decreto que aboli¨® la esclavitud.
Antes los caballos sal¨ªan a la plaza de toros sin protecci¨®n alguna y durante la suerte de varas casi siempre acababan destripados y con los intestinos por el suelo. Por otro lado, como los toros no quer¨ªan combatir y hu¨ªan, les introduc¨ªan en el cuerpo banderillas de fuego (petardos que estallaban en su interior y desgarraban sus carnes), a ver si as¨ª, enloquecidos de dolor, se decid¨ªan a embestir. En 1928 al general Primo de Rivera se le ocurri¨® invitar a una elegante dama parisina, hermana de un ministro franc¨¦s, a una corrida de toros en Aranjuez. Cuando la dama empez¨® a ver la sangre brotar a borbotones, los intestinos de los caballos caer a su lado y los petardos estallar dentro de los toros, casi le dio un patat¨²s de tanta repugnancia e indignaci¨®n como le produjo el espect¨¢culo. El general, avergonzado, orden¨® al d¨ªa siguiente que se cambiase el reglamento taurino, suprimiendo los aspectos que m¨¢s pudieran escandalizar a los extranjeros, a quienes se supon¨ªa una sensibilidad menos embotada que a los aficionados locales.
Los toros pertenecen a la misma especie que las vacas lecheras, aunque no hayan sido tan modificados por selecci¨®n artificial. Son herb¨ªvoros y rumiantes, especialistas en la huida, no en el combate, aunque en la corrida se los obligue a defenderse a cornadas. Los taurinos dicen que la tauromaquia es la ¨²nica manera de conservar los toros "bravos". Pero hay una soluci¨®n mejor: transformar las dehesas en que se cr¨ªan (a veces de gran valor ecol¨®gico) en reservas naturales. Algunos a?aden que, puesto que no se ha maltratado a los toros con anterioridad, hay que torturarlos atrozmente antes de morir. ?Aceptar¨ªan estos taurinos que a ellos se les aplicase el mismo razonamiento?
Los amigos de la libertad nunca hemos pretendido que no se pueda prohibir nada. Aunque pensamos que nadie debe inmiscuirse en las interacciones voluntarias entre adultos, admitimos y propugnamos la prohibici¨®n de cualquier tipo de tortura y de crueldad innecesaria. Si aqu¨ª y ahora hablamos de la tauromaquia, no es porque sea la ¨²nica o la peor forma de crueldad, sino porque su abolici¨®n ya est¨¢ sometida a debate legislativo en Catalu?a. Si all¨ª se consigue, el debate se trasladar¨¢ al resto de Espa?a y a los otros pa¨ªses implicados. No sabemos cu¨¢ndo acabar¨¢ esta discusi¨®n, pero s¨ª c¨®mo acabar¨¢. A la larga, la crueldad es indefendible. Todos los buenos argumentos y todos los buenos sentimientos apuntan al triunfo de la compasi¨®n.
Jes¨²s Moster¨ªn es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona.
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