Botell¨®n
Sin duda el gobierno socialista merece perder las pr¨®ximas elecciones, pero est¨¢ claro que la oposici¨®n no merece ganarlas. Esta es la cuesti¨®n. Ante un horizonte tan cerrado es l¨®gico que la opini¨®n p¨²blica no sepa por d¨®nde tirar. Por otra parte, la gente com¨²n y tributable, que brega cada d¨ªa por salir adelante, se siente humillada por la conducta de ciertos pol¨ªticos, a los que ha votado para que solucionen los problemas y no para que los creen. Supongo que alg¨²n diputado o senador, que participa en las refriegas de arrieros en las Cortes, tendr¨¢ alg¨²n hijo adolescente con la cabeza erizada de p¨²as mojadas, que pretende ir el s¨¢bado a la fiesta del botell¨®n, de donde regresa siempre borracho. Ignoro qu¨¦ razones puede esgrimir este pol¨ªtico para que su hijo se quede en casa a preparar el examen de matem¨¢ticas en lugar de beber y hacer el gamberro en medio de la calle, si ¨¦l mismo convierte en un botell¨®n las sesiones del Congreso o del Senado. Durante el almuerzo este v¨¢stago descubre a su querido pap¨¢ en el telediario insultando como un poseso a los pol¨ªticos de otra bancada y no comprende que en ese momento, sentado a su lado a la mesa, le reprenda duramente porque hace un poco de ruido al sorber la sopa de fideos. Para exculparse de su propia bajeza puede que este diputado o senador le cuente a su hijo que en el Parlamento del Reino Unido las grescas entre adversarios son a¨²n peores. Cualquiera que haya o¨ªdo esta raz¨®n debe saber que es falsa. Los debates en cualquier Parlamento anglosaj¨®n pueden ser duros, incluso muy broncos, pero las invectivas personales van siempre cargadas de inteligencia, humor o iron¨ªa. En cambio, aqu¨ª el ¨ªnfimo nivel de la batalla dial¨¦ctica, la bilis negra con que se adoba la ideolog¨ªa, la brutalidad hep¨¢tica y expeditiva con que se expelen argumentos, como las cornadas que salen por la boca, para destrozar al enemigo pol¨ªtico, recuerdan la antigua estampa de las plazas de toros cuando varios pencos sin peto expiraban con las tripas derramadas sobre la arena y el p¨²blico gritaba: ?m¨¢s caballos! Ahora, mientras el presidente del Gobierno duda, el jefe de la oposici¨®n se fuma un puro en la barrera esperando el derribo, por eso uno va a perder las elecciones y el otro no va a ganarlas. Este es el maldito teorema.
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