Por una comprensi¨®n imaginativa del pasado.
A los 40 a?os de su aparici¨®n en 1961, este librito, que hab¨ªa conocido en Pelican una edici¨®n tras otra, experiment¨® un revival con su nueva salida a la calle en pleno combate de un sector de historiadores brit¨¢nicos contra la "amenaza posmodernista". Un cl¨¢sico, escribe uno de los m¨¢s enconados antiposmodernistas, Richard J. Evans, en su excelente introducci¨®n. Y de esto se trata, de un cl¨¢sico, seminal-cum-perennial, como lo defini¨® David Cannadine: un cl¨¢sico seminal y perenne, a ratos divertido, siempre ingenioso y fluido, brillante y pol¨¦mico, ir¨®nico cuando lo exige el argumento, erudito a la par que llano y directo. En resumen, una joya de perdurable valor -a la que en su d¨ªa sac¨® brillo la espl¨¦ndida traducci¨®n de Romero Maura- entre la literatura acumulada en el ¨²ltimo medio siglo sobre teor¨ªa y pr¨¢ctica de la historia. La permanente actualidad, aunque no siempre la vigencia, de este Carr se debe a que nadie como ¨¦l ha sabido mantener en tensi¨®n los dos polos entre los que navega el trabajo del historiador: hechos e interpretaci¨®n, sociedad e individuo, ciencia y moral, causa y accidente, visiones del pasado y horizontes de futuro. Son tensiones irreductibles, que con solo inclinar la balanza de uno u otro lado suscitan ataques procedentes de cada extremo. Carr ha tenido la fortuna de haber sido acusado de una cosa y de su contraria: de empirista por afirmar el valor de los documentos, y de subjetivista por recordar que los hechos no hablan por s¨ª solos; de determinista, por insistir en la jerarqu¨ªa de causas que explican un fen¨®meno, y de relativista por subordinar la idea de objetividad a la de progreso. Cuenta tenida de la abrumadora documentaci¨®n sobre la que construy¨® su inmensa Historia de la Rusia sovi¨¦tica, Carr fue un historiador de antigua cepa que en sus reflexiones te¨®ricas pon¨ªa de los nervios a los historiadores tradicionales, como Elton, que le dedic¨® una r¨¦plica en The practice of history. Escribiendo desde fuera del mundo acad¨¦mico, resulta refrescante su insistencia en la necesidad de conocer al autor si se quiere entender la obra, porque el historiador pone en su relato algo m¨¢s que hechos; se pone a s¨ª mismo, su mundo, sus creencias, su ideolog¨ªa. La historia es, seg¨²n Carr, "comprensi¨®n imaginativa" del pasado. Y quien imagina no es el documento, sino el sujeto que en alg¨²n momento se topa con ¨¦l, decide utilizarlo y lo sit¨²a dentro del orden de un relato.
?Qu¨¦ es la historia?.
Qu¨¦ es la historia?
E. H. Carr.
Introducci¨®n de R. J. Evans.
Notas preparatorias para la segunda edici¨®n, E. W. Davies. Traducci¨®n de Joaqu¨ªn Romero Maura.
Traducci¨®n de la introducci¨®n y del cap¨ªtulo de Davies, Horacio V¨¢zquez Rial. Ariel.
Barcelona, 2010. 220 p¨¢ginas. 16 euros.
Hoy esa afirmaci¨®n parece trivial. Cuando Carr public¨® su libro no lo era: a pesar del vapuleo a que ya se hab¨ªa sometido al empirismo, todav¨ªa la pr¨¢ctica dominante part¨ªa del supuesto de que una buena historia es una historia objetiva, o sea, la que descubre la verdad del pasado aportando pruebas incontestables obtenidas de fuentes fidedignas. Carr erosion¨® esa forma de empirismo destacando la parte que el historiador ten¨ªa en el relato, pero sin renunciar a la necesidad de establecer para los procesos hist¨®ricos una jerarqu¨ªa de causas de la que deb¨ªan excluirse las accidentales, por irrelevantes; la nariz de Cleopatra, por ejemplo. Lo que hac¨ªa objetivo a un historiador no consist¨ªa en atenerse a los hechos sino en su capacidad para elevarse sobre su propio mundo para atisbar el horizonte. M¨¢s a¨²n, el historiador del pasado, a?ad¨ªa Carr, s¨®lo puede acercarse a la objetividad si se aproxima a la comprensi¨®n del futuro. De ese supuesto y del correlativo an¨¢lisis de la relaci¨®n entre hecho e historiador, entre sociedad e individuo, entre causa y accidente, deduc¨ªa Carr la necesidad de derribar las barreras que separaban a historiadores y soci¨®logos y establecer entre historia y ciencia social una corriente de doble direcci¨®n. Su libro se situaba as¨ª en la avanzadilla del gran auge que en las d¨¦cadas de 1960 y 1970 experimentaron la historia social y la sociolog¨ªa hist¨®rica: b¨²squeda de causas y an¨¢lisis de procesos hist¨®ricos para dar cuenta del presente en su totalidad en la b¨²squeda de hip¨®tesis que anuncien los caminos por los que discurrir¨¢ el futuro. La historia, no como maestra de la vida sino como instrumento de progreso a partir de la compresi¨®n del pasado. No es sorprendente, por tanto, que termine Carr sus reflexiones con un alegato contra la complacencia hacia el presente y a favor de la hip¨®tesis operativa de "un horizonte que se abre". Es esta creencia en el sentido progresivo de la historia lo que ha estallado sin remedio desde que Carr formulaba su pregunta. Cuarenta a?os despu¨¦s, en un volumen conmemorativo coordinado por Cannadine, la pregunta no era: What is history? sino What is history now? con el acento puesto en now. Y la respuesta quedaba a cargo de especialistas en diversos campos que desde los d¨ªas de Carr hab¨ªan conquistado su propia autonom¨ªa: historia social, pol¨ªtica, religiosa, cultural, de g¨¦nero, intelectual, imperial. Destruida la idea de progreso y la correlativa aspiraci¨®n a una ciencia social total, la historia se atomiz¨® en decenas de especialidades, cada una con sus m¨¦todos, sus capillas, sus p¨²blicos. Hoy, ahora, si alguien pregunta: ?qu¨¦ es la historia?, la respuesta comenzar¨¢ con otra pregunta: ?qu¨¦ historia? Y el Carr no estar¨¢ ya en condiciones de contestar.
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