Dolor de coraz¨®n
No s¨¦ si querr¨ªa ser m¨¢s joven. Lo que s¨ª que me gustar¨ªa es estancarme, hacer eterno este presente. De la juventud quisiera conservar la lozan¨ªa f¨ªsica, pero no envidio a quien era hace veinte a?os, aquella joven perdida en ansiedades est¨¦riles. No es infrecuente que en la mente juvenil aniden ideas falsas, una de las m¨¢s comunes es la creencia de que no hay amor verdadero sin sufrimiento. Esa imagen caricaturesca del amor, tan ligada al clich¨¦ rom¨¢ntico, convierte a muchos j¨®venes c¨¢ndidos en v¨ªctimas propicias de los chulos o las listillas, de las mujeres manipuladoras o los hombres fanfarrones. El joven o la joven inocente buscan, como si fuera un alimento para el alma, a alguien que les machaque, porque entienden que el amor s¨®lo habita en el terreno de la melancol¨ªa. Lo m¨¢s natural es que las personas aprendamos y que con la experiencia de un capullo o de una arp¨ªa en nuestro expediente amoroso tengamos m¨¢s que suficiente; puede incluso que echando la vista atr¨¢s concluyamos que haber sido el juguete de un amante caprichoso nos ha servido para desarrollar mecanismos de defensa que nos proteger¨¢n toda una vida. Pero ay de aquel que perpet¨²e el car¨¢cter sufridor hasta perder por completo su autoestima. No hablo de malos tratos f¨ªsicos, por supuesto, sino de mera supeditaci¨®n. Lo pensaba el otro d¨ªa cuando caminando por el paseo del Prado pude escuchar c¨®mo un hombre maduro de gesto malencarado le dec¨ªa a su mujer antes de cruzar el sem¨¢foro: "?Tira!". Tira, le dec¨ªa sin apenas mirarla, indic¨¢ndole con un gesto de la cabeza que pasara delante de ¨¦l. Tira, a secas, sin acompa?ar la orden de un nombre propio o de otro a?adido que le restara fiereza. Tira, como si en vez de pasear con una mujer estuviera pastoreando una cabra. A¨²n peor, porque a los animales esas ¨®rdenes tajantes les salvan en muchas ocasiones de morir bajo las ruedas de un coche. Qui¨¦n no ha amado alguna vez a quien no le conven¨ªa. Qui¨¦n no se ha empecinado en perseguir a alguien que no le correspond¨ªa. El cine, la ficci¨®n en general, ha sacralizado el amor fatal, siguiendo, como si se tratara de una plantilla, esa idea juvenil de que s¨®lo merece la pena aquel que nos hace perder la cabeza. Hay una pel¨ªcula en cartelera, Two lovers, que evita esa convenci¨®n rom¨¢ntica. Un joven (el extraodinario Joaquin Phoenix) que padece una enfermedad mental vuelve a casa de sus padres despu¨¦s de un fracaso amoroso que le ha dejado al borde del colapso. Conoce a dos mujeres: una de ellas (Gwyneth Paltrow) representa a la mujer inalcanzable, que se aprovecha de su cari?o sin amarle; la otra (Vinessa Shaw) es la mujer que ama sin trampas y que le ofrece una vida serena, dentro del orden familiar en el que se criaron y del barrio en el que crecieron, Brooklyn. Lo interesante es que el director no ha dotado de mayor atractivo a la joven de vida inestable ni ha restado misterio a la chica formal. Las dos mujeres poseen un aura de cine cl¨¢sico y la pel¨ªcula, de apariencia sencilla, te deja cavilando sobre los tortuosos caminos que conducen a la felicidad. De la felicidad se habla mucho. Y se lee. Hay gente que lee manuales sobre la felicidad en el autob¨²s o en el metro de camino al trabajo. Me pregunto si todos esos lectores que hunden su mirada en un libro de autoayuda tienen algo en com¨²n: ?son todos ellos infelices?, ?comparten el mismo af¨¢n de aquel que lee un libro religioso?, ?se aprende a ser feliz o el que nace con la sombra de la desgracia en su car¨¢cter est¨¢ marcado para siempre? Varias universidades de Estados Unidos, Europa y Australia han realizado el m¨¢s completo estudio sobre la felicidad hasta el momento. No se trata de elucubraciones sino de un abrumador estudio de campo que ha saltado fronteras tratando de encontrar elementos comunes en la sensaci¨®n de felicidad o desgracia que acompa?a a los seres humanos a lo largo de la vida. Que el dinero no da la felicidad es algo que se confirma, siempre y cuando, a?ade el estudio, se hayan cubierto las necesidades b¨¢sicas. Piense usted por qu¨¦ los malague?os se declaran, en general, m¨¢s felices que los suizos. En mi opini¨®n, razones no les faltan. Pero eso es otro asunto. Hay aspectos en el estudio menos transitados y, por tanto, m¨¢s curiosos: el periodo de la vida donde se concentran los mayores estados de infelicidad est¨¢ comprendido entre los 17 y los 50 a?os. La infancia es, si se da en buenas condiciones, esa ¨¦poca en la que se atesora una bater¨ªa de felicidad para el futuro, y los a?os de juventud y madurez, o sea, de productividad, son aquellos en los que se acumula una mayor cantidad de angustia y ansiedad. A partir de los cincuenta, dice el estudio (no se trata de mi opini¨®n), comienza una l¨ªnea ascendente hacia la satisfacci¨®n, porque son m¨¢s felices aquellos que viven en paz con sus limitaciones. La cultura de las ¨²ltimas d¨¦cadas, tan generadora de necesidades absurdas, ha trastornado (esto s¨ª es opini¨®n m¨ªa) la felicidad de la infancia, pero, en general, siguen siendo los viejos y los ni?os los m¨¢s dotados para el disfrute. Es cierto que ser viejo duele en los huesos, pero al parecer provoca m¨¢s dolor el deseo frustrado de tener una vida distinta de la que nos ha tocado en suerte.
J¨®venes inocentes buscan, como si fuera un alimento para el alma, a alguien que les machaque
En los a?os de juventud y madurez, o sea, de productividad, es cuando m¨¢s angustia y ansiedad se acumula
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