La serpiente de san Miguel
El ensayo es el g¨¦nero literario de la libertad. Nosotros hemos tenido ensayistas y todav¨ªa los tenemos, pero son autores que no siempre comprenden la esencia, la naturaleza propia del g¨¦nero que cultivan. A veces pontifican, dictaminan, se emborrachan de citas librescas, nos castigan.
El ensayo, en cambio, es amable, libre, cercano a la naturaleza. Huye de la pedanter¨ªa y del dogmatismo. Desconf¨ªa de cualquier especie de jerga, de sistema cerrado de signos, y busca el lenguaje de la calle, de las regiones, de artesanos y campesinos. Representa una reacci¨®n r¨¢pida, intuitiva, frente a temas del presente, y se mueve entre diferentes puntos de vista, salta del uno al otro, pero siempre con amabilidad, y sin miedo de incurrir en la contradicci¨®n.
Montaigne invent¨® la forma del ensayo moderno. Ahora se ha puesto de moda en toda Europa
Montaigne, fundador del ensayo moderno, dice que le podr¨ªa encender un cirio a san Miguel y otro a su serpiente. Las im¨¢genes tradicionales muestran a san Miguel Arc¨¢ngel hundiendo una lanza en una serpiente pecaminosa. Para Montaigne, el santo era s¨ªmbolo de la poes¨ªa celeste, que sub¨ªa al cielo, y la serpiente era el barro humano. Entre ambos extremos, encontraba serias dificultades para decidir. El ensayo era una s¨ªntesis de las alturas l¨ªricas y de las verdades terrestres, cotidianas. Su lenguaje ten¨ªa gracia po¨¦tica, ritmos alados, pero estaba lleno de cables a tierra. Un amigo erudito, acad¨¦mico, vecino suyo, qued¨® escandalizado porque no le hab¨ªa pasado el manuscrito de sus ensayos completos para que lo corrigiera. El texto impreso estaba salpicado de expresiones gasconas, de dichos populares, de palabras mal sonantes y hasta malolientes. Al observar el esc¨¢ndalo de su amigo, Montaigne se ri¨®. No le hab¨ªa pasado el manuscrito, precisamente, para que no pudiera introducirle esas correcciones. Eran los d¨ªas del paso del lat¨ªn a las lenguas romances: d¨ªas de ambig¨¹edad, de inestabilidad, de infancia de las nuevas lenguas. En vez de tratar de frenar el proceso, como su amigo acad¨¦mico, el ensayista bordel¨¦s se instalaba en el movimiento. Le aseguraban que su libro ser¨ªa ilegible 50 a?os m¨¢s tarde y se encog¨ªa de hombros. Era un lector apasionado, desordenado, voraz, de los cl¨¢sicos latinos y griegos y de sus contempor¨¢neos ingleses, italianos, espa?oles, franceses. Cincuenta a?os despu¨¦s era, en efecto, dif¨ªcil leer su prosa.
Tres o cuatro siglos m¨¢s tarde se volvi¨® bastante f¨¢cil. Me he pasado dos a?os en el remoto Chile del siglo XXI dedicado a escribir una novela inspirada en Montaigne: una fantas¨ªa literaria, un juego, un divertimento, si quieren ustedes, una obra que est¨¢ m¨¢s relacionada con la serpiente que con el arc¨¢ngel. Mientras le¨ªa y escrib¨ªa, muchos de mis coterr¨¢neos estaban trenzados en pol¨¦micas furiosas. ?Qu¨¦ les pasar¨¢, me preguntaba, qu¨¦ mosca los habr¨¢ picado?
Mi editora me dice en un llamado de larga distancia que Montaigne se ha puesto de moda en toda Europa. Terminaron las ideolog¨ªas del futuro, de "los ma?anas que cantan", como sol¨ªan decir los "progres" franceses, y se ha vuelto a la contemplaci¨®n del presente con suscontradicciones, sus perplejidades, su desolada belleza. Mientras los integrismos chilenos de todo orden, de uno y otro extremo, desinformados, se confunden en sus batallas verbales.
Montaigne invent¨® la forma del ensayo moderno a partir de su intensa lectura de epistolarios antiguos y de su tiempo y de di¨¢logos griegos, latinos y actuales. Lo que prefer¨ªa eran las cartas de tono familiar, de introspecci¨®n, de confesi¨®n, de incertidumbre. Desconfiaba desde lo m¨¢s profundo de su ser de la gente que estaba segura de todo. Je m'abstiens era una de sus divisas preferidas: me abstengo. Sus cr¨ªticos mejores, sobre todo los alemanes, sostienen que los di¨¢logos de Plat¨®n constru¨ªan certezas intelectuales impresionantes y que Montaigne, el Se?or de la Monta?a, como le dec¨ªa don Francisco de Quevedo, se esmeraba, con una sonrisa, con una mirada y un gesto socarrones, en desarmarlas. Era el tono m¨¢s adecuado para una ep¨ªstola dirigida a un amigo de confianza. El Se?or de la Monta?a, por ejemplo, perfecto conocedor de lo que se escrib¨ªa al sur de los Pirineos, fue un lector asiduo de las Ep¨ªstolas familiares del espa?ol Antonio de Guevara: reflexiones sueltas, tomadas de Plutarco en su gran mayor¨ªa, pero puestas por escrito en forma desordenada, sin el menor intento de composici¨®n general.
Pues bien, el maestro de Burdeos dijo en alguna oportunidad que escrib¨ªa ensayos porque no ten¨ªa, despu¨¦s de la muerte de su amigo Etienne de la Bo¨¦tie, ninguna persona cercana capaz de recibir una correspondencia sostenida suya.
Uno de los mejores trabajos que conozco sobre su obra es del cr¨ªtico alem¨¢n Hugo Friedrich, escrito y publicado a fines de la d¨¦cada de los cuarenta, a la salida en su pa¨ªs y en la mitad de Europa de una etapa de fanatismos feroces, destructivos y autodestructivos. Y el trabajo de Friedrich, dif¨ªcil de encontrar hoy, estudia de una manera magistral la formaci¨®n del g¨¦nero. Explica que la ra¨ªz de ensayo viene del lat¨ªn tard¨ªo exagium, que significa pesar, peso, medida de peso. En Francia, dice Friedrich, en el siglo XVI, esto es, en el siglo de Michel Eyquem de Montaigne, la voz ensayo ten¨ªa las acepciones siguientes: ejercicio, preludio, tentativa, muestra de alimento, y ensayar era tantear, verificar, probar, experimentar, inducir en tentaci¨®n, emprender, exponerse a un peligro, correr un riesgo, pesar, sopesar, tomar impulso.
Termino de leer esta enumeraci¨®n y me quedo sentado, mirando las copas de los ¨¢rboles del cerro Santa Luc¨ªa bajo nubarrones oto?ales. El ensayo, me digo, es una forma abierta por definici¨®n, y no est¨¢ lejos de las orientaciones de la novela moderna. Es por eso que ensayistas y novelistas, a lo largo de los ¨²ltimos dos siglos, han provocado la mayor desconfianza de las mentes autoritarias, totalitarias.
Habl¨¦ de dos siglos, pero tengo conciencia de que la historia viene de muy atr¨¢s, y de que se renueva a cada rato con disfraces diferentes. Un poeta algo mayor que nuestro ensayista, Cl¨¦ment Marot, describi¨® unos recuerdos juveniles suyos como "golpes de ensayo... solo un peque?o jard¨ªn, pero donde ustedes no encontrar¨¢n ni una sola brizna de preocupaci¨®n...".
Si volvi¨¦ramos a las formas originales del ensayo, podr¨ªamos ventilar nuestros asuntos con menos intolerancia, con algo menos de aspereza, con gestos menos distorsionados. Porque nos picamos a la primera provocaci¨®n, nos sulfuramos con gran facilidad, y muchas veces nos olvidamos de pensar antes de hablar. Avanzar sin transar, dec¨ªa uno, en ¨¦pocas que todav¨ªa recordamos, y el otro contestaba: avanzar sin pensar.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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