El Derby de los escarabajos
Cuando llegu¨¦ a Epsom el d¨ªa del Derby me encontr¨¦ con los escarabajos y con Sid Halley. Los escarabajos no son de oro precisamente, como el de Poe, sino negros y alados: constituyen una aut¨¦ntica plaga que alarma a los caballos, ya de por s¨ª asustadizos, y muestran un pegajoso inter¨¦s por el cogote de los humanos. En pasadas semanas hubo que suspender por su culpa la competici¨®n en un par de hip¨®dromos. Como el calor es agobiante, en Epsom se exhiben muchos torsos viriles y frecuentes pechos femeninos gozosamente ofrecidos (lo siento por quienes creen que todo el mundo lleva en las carreras inglesas chistera o pamela envuelta en muselina). De vez en cuando alguien se levanta del pasto donde tomaba el sol y se pone a danzar una giga desordenada, d¨¢ndose tortazos en el cuello y los hombros, en desigual batalla con los obstinados cole¨®pteros.
A veces la man¨ªa de poner nombres de personajes c¨¦lebres a los caballos choca con afinidades imposibles
En las carreras de caballos puede haber muestras de briboner¨ªa
A su modo, Sid Halley tambi¨¦n es una plaga. Nada m¨¢s verme se acerca con ostentoso disimulo, haci¨¦ndose el misterioso y el avisado. Lleva enguantada su publicitada mano bi¨®nica, que sustituye a la zurda perdida en una tremenda ca¨ªda al saltar un obst¨¢culo, aquella que puso fin a su carrera de y¨®quey y dio comienzo a sus actuales tareas detectivescas. Lo primero que hago es darle el p¨¦same por la muerte de Dick Francis, el novelista que con tanta garra levant¨® acta de sus proezas (poniendo mucha imaginaci¨®n de su parte, me temo). Se encoge de hombros ante lo irremediable y luego, mirando de soslayo, me pide reserva: "Estoy vigilando". ?Centinela en Epsom? A nuestro alrededor se forman colas de apostantes, mariposean beldades perseguidas por garrulos coloradotes cerveza en ristre, se intercambian pron¨®sticos, deambulan en zancos s¨¢tiros de purpurina, desfilan pausados y lustrosos los corceles por el paddock, zumban los escarabajos y llega la Reina con su comitiva. "Y... ?a qui¨¦n vigilas?", pregunto bajando involuntariamente la voz. La respuesta es asombrosa y art¨ªstica: "A Jan Vermeer".
Naturalmente, no se refiere al prodigioso pintor holand¨¦s. Sid Halley ha frecuentado tantos museos como yo campos de f¨²tbol. El Jan Vermeer que centra su atenci¨®n es el favorito del Derby, un precioso hijo de Montjeu al que monta el irland¨¦s Johnny Murtagh y que va siete a cuatro en las apuestas. A veces la man¨ªa de poner nombres de personajes c¨¦lebres a los caballos (tenemos tambi¨¦n ahora un Abraham Lincoln, un Simenon y hasta un Lope de Vega) tropieza con afinidades imposibles: el ¨ªntimo, delicado y misterioso Vermeer se compagina mal con los galopes en grandes praderas a cielo abierto. Pase Rubens, Delacroix o Degas, pero Vermeer... en fin, es chocante, aunque la belleza del animal merece los m¨¢s altos parangones. Seg¨²n Sid Halley, existe una tenebrosaconspiraci¨®n contra el gran favorito, a la que solo alude de un modo impreciso rebosante de teatrales cautelas. ?Aqu¨ª est¨¢ ¨¦l, para impedir que nada malo le ocurra! Muestro la debida reverencia por su empe?o, aunque estoy convencido de que el ¨²nico riesgo que corre Jan Vermeer es encontrarse en la pista con caballos que corran m¨¢s que ¨¦l.
No faltan candidatos para infligirle tal afrenta, empezando por Midas Touch, compa?ero de cuadra pero rival considerable. Un hijo de Galileo, el otro gran semental del momento: la progenie de Montjeu es invariablemente bella, pero la de Galileo es s¨®lida, funcional e incansable, Plat¨®n y Arist¨®teles otra vez, nuestro invariable destino. Tambi¨¦n hay que contar con Bullet Train y Workforce, pertenecientes ambos al mismo propietario saud¨ª pero entrenados cada uno por preparadores distintos, Henry Cecil y sir Michael Stoute, los dos mayores sabios del turf ingl¨¦s. Y por supuesto, ser¨ªa muy imprudente olvidar a Rewilding, un hermano del longevo campe¨®n de propietario espa?ol Young Tiger, que este a?o tratar¨¢ de nuevo a finales de junio de volver a ganar el Gran Premio de Madrid. Adem¨¢s va montado por Lanfranco Dettori, el milan¨¦s anglificado al que pocos discuten la primac¨ªa en su arte que antes tuvo Lester Piggott. Supongo que ninguno de ellos constituye la amenaza malvada para Jan Vermeer contra la que vigila Sid Halley. Quien por cierto me aferra ahora la mu?eca con su zarpa mec¨¢nica mientras gru?e, siniestro y zurdo: "Espera y ver¨¢s...".
El buen tiempo, excesivamente caluroso, consigue que los efectos desmovilizadores de la crisis econ¨®mica no se perciban demasiado en el abarrotado Epsom. Suenan diversas fanfarrias populares, aunque en mi cabeza -al ver la atractiva y desenfadada juventud que el clima estival hace florecer- siga escuchando el precioso Ganimedes de Schubert cantado por Peter Pears. Este lieder con letra de Goethe es uno de los hallazgos del homenaje en seis CD que Decca ha dedicado al gran tenor ingl¨¦s, c¨®mplice mel¨®dico y vital de Benjam¨ªn Britten, con motivo del centenario este a?o de su nacimiento, un 22 de junio. Parece imposible que este id¨ªlico entorno albergue las procelosas conspiraciones que recela el manco Halley, pero claro, nunca se sabe... Despu¨¦s de todo, tambi¨¦n Al Capone fue propietario de caballos y seguramente no hubiera tenido remilgos en hacerlos vencer a cualquier precio. Por cierto, el y¨®quey habitual del g¨¢nster fue el cubano Armando Mart¨ªnez, que gan¨® 5.000 carreras en cinco pa¨ªses y no era partidario de la jubilaci¨®n anticipada, porque se mantuvo en activo hasta los 76 a?os (muri¨® a los 88, en el 2002). Su infame patr¨®n, que con todo su poder¨ªo ilegal no lleg¨® a cumplir los 50, tendr¨ªa motivos para envidiarle...
Sin duda puede haber ocasionales muestras de briboner¨ªa fraudulenta en las carreras de caballos, como documentan las novelas del finado Dick Francis. Nada comparable a lo que ocurre constantemente en el f¨²tbol o en la f¨®rmula 1, pero haberlas haylas. Sin embargo, todo parece dentro del orden debido cuando la prueba va a comenzar.
Desde la salida marca en¨¦rgicamente el paso At First Sight, compa?ero de cuadra de Jan Vermeer destinado a servir de liebre para acelerar el ritmo. Cumplir¨¢ con eficacia su cometido, hasta el punto de que hoy se mejorar¨¢ en un segundo el tiempo r¨¦cord del Derby establecido por Lamtarra en 1995. Pero se supone que la liebre ha de pagar su esfuerzo y desaparecer cuando comienza la recta final, ante los competidores con mayores credenciales. En este caso, no va a ser as¨ª del todo: cierto, al acercarse la meta Workforce salta del pelot¨®n, le alcanza, le deja atr¨¢s y se va a ganar majestuosamente por siete cuerpos. Pero At First Sight tambi¨¦n es hijo de Galileo y resiste en segunda posici¨®n el ataque final de Dettori con Rewilding, mientras el favorito Jan Vermeer ha de contentarse con una deslucida cuarta plaza. Me alegro por Workforce, cuyo honrado nombre proletario alude a una realidad social no precisamente beneficiada por las medidas anticrisis...
Despu¨¦s de la carrera vuelvo a encontrarme con Sid Halley, que se frota la articulaci¨®n mec¨¢nica con el gesto perplejo con que otros se rascan la cabeza. Ante la interrogaci¨®n de mi mirada, se arropa en su misterio: "Hay cosas que... en fin, ya ver¨¢s. Habr¨¢ sorpresas". Luego, m¨¢s confidencial: "?C¨®mo pica esta mano maldita! Voy a ponerme polvos de talco". Y mutis por el foro. La fiesta ha terminado. Despu¨¦s del coito los animales quedamos tristes y tras el Derby tambi¨¦n. El futuro est¨¢ lleno de escarabajos fastidiosos: recortes sociales, prohibiciones de todo tipo, intransigencias asustadas... Y adem¨¢s la larga penitencia del Mundial de f¨²tbol, con la realidad medi¨¢tica colonizada por la comercializaci¨®n vociferante de los chovinismos. Bueno, supongo que no hay mal que 100 a?os dure, ya que hasta la serie Perdidos ha sido rematada por un final tan confuso como el resto. Y al fondo, muy al fondo, como una llamita de esperanza a un a?o vista, podemos vislumbrar ya el pr¨®ximo Derby...
Fernando Savater es escritor.
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