Nuestra crisis com¨²n, vista desde el Este
Europa y la otra Europa no son capaces de aproximarse realmente la una a la otra, y menos a¨²n de unificarse. Se difunde el temor de que el futuro pueda parecerse al pasado, a un pasado no muy lejano, el peor, que recordamos con angustia.
Al acabar la primera d¨¦cada del tercer milenio, Europa, Am¨¦rica y gran parte del resto del mundo se han visto sorprendidos por acontecimientos evidentes, que casi nadie pod¨ªa prever en los llamados pa¨ªses del Este: una gran crisis c¨ªclica que se ha extendido y trivializado, una de las m¨¢s graves de los ¨²ltimos 100 a?os, sigue manifest¨¢ndose en la sociedad y en la econom¨ªa del Este y del Oeste al mismo tiempo, sometiendo a un asedio a la pol¨ªtica y a la cultura, provocando situaciones que no hab¨ªamos podido ni imaginar: una catarata de acontecimientos que no somos capaces de controlar ni, sobre todo, de bloquear.
Nos hallamos frente a una inversi¨®n de los valores en los que muchos cre¨ªan y por los que se sacrificaron
Qui¨¦n hubiera imaginado, hace solo una decena de a?os, que el llamado capitalismo financiero llegar¨ªa a poner en peligro la propia existencia del capitalismo. Que desnudar¨ªa sus contradicciones internas y externas, exponi¨¦ndolo a una mirada cr¨ªtica hasta los extremos a los que hemos llegado. Lo mismo puede decirse de un neoliberalismo obligado a renunciar a las distintas formas de liberalizaci¨®n por las que juraba hasta ayer mismo, y que le hab¨ªan sido servidas como marcas registradas; o de un sistema bancario que frena el funcionamiento de los propios bancos; o de buena parte de Europa, enferma de euroescepticismo.
El ant¨ªdoto se deriva del temor de los propios consumidores, que bloquea la fiebre del consumo. El llamado desarrollo sostenible ha relativizado al m¨¢ximo su propia "sostenibilidad", es decir, su naturaleza o la autenticidad. La crisis empuja a los m¨¢s pobres a apoyar a los poseedores de las riquezas, sean estos de derechas o incluso de izquierdas, con tal de conservar el puesto de trabajo en peligro o de obtenerlo -para mantener un nivel de vida normal o al menos m¨¢s adecuado, o al menos la apariencia de semejante tenor de vida-. Brecht dej¨® escrito que fundar un banco es un delito m¨¢s grave que el que se comete desvalij¨¢ndolo. Hoy, en cambio, son muchos los pobres que tienen miedo de lo que podr¨ªa suceder si quiebra un banco, llevando a la ruina a sus accionistas-propietarios y a la p¨¦rdida de las acciones que conserva. "?Trabajo, trabajo!" se convierte casi en una letan¨ªa. Nos hallamos frente a una inversi¨®n de los valores en los que muchos cre¨ªan y por los que se sacrificaron.
Hace ya mucho tiempo que la pol¨ªtica ha perdido definitivamente algunas de sus m¨¢s relevantes referencias culturales. Evita incluso estimular el surgimiento de cualquier forma de cultura pol¨ªtica positiva. Los intelectuales est¨¢n dispersos, act¨²an dispersos, casi siempre encerrados en c¨ªrculos restringidos, relegados a sus propios ambientes y a sus exclusivas competencias. Los intelectuales, aislados, son incapaces de unirse para actuar en conjunto; quienes ocupan el poder los ignoran por lo general o los obligan a dedicarse a s¨ª mismos. Con las debidas excepciones, la voz de los intelectuales se deja o¨ªr poco en la sociedad a la hora de la toma de decisiones; y demasiado escaso es el respeto que merece cuando consigue ser escuchada. El "disentimiento" de otros tiempos, que tanto osaba arriesgarse durante los reg¨ªmenes estalinistas y post-estalinistas, ha dejado de actuar. El intelectual cr¨ªtico est¨¢ condenado a la soledad.
Las tecnolog¨ªas y sus m¨¢s variadas aplicaciones, digitales y de otros tipos, conservan la aparente capacidad de sustituir a la vieja cultura y sus m¨¦todos superados, obsoletos: de ser por s¨ª misma cultura y no, en cambio, una mera derivaci¨®n. Las causas y las consecuencias acaban de esta forma por invertirse y no son capaces ya de determinarse unas a otras.
En un contexto semejante se har¨ªa necesario determinar tambi¨¦n el ritmo de los propios acontecimientos. Ya hemos visto que la llamada globalizaci¨®n ha ido avanzando a fuerza de reptar, de serpentear desde lejos, chocando con toda una serie de obst¨¢culos y una mara?a de recelos. La crisis, por el contrario, se ha extendido rapid¨ªsimamente y de manera directa, cubriendo en un brev¨ªsimo plazo el planeta entero.
?Podremos controlar, y de qu¨¦ forma, este ritmo de los acontecimientos y orientarlos en una direcci¨®n favorable a la gran mayor¨ªa de la humanidad? ?Qu¨¦ suceder¨¢ cuando consigamos salir del todo por fin de esta crisis de la que estamos hablando? ?De d¨®nde, de qu¨¦ punto arrancaremos y en qu¨¦ direcci¨®n nos encaminaremos? ?Cu¨¢les ser¨¢n nuestros primeros pasos? ?C¨®mo reconquistaremos la confianza necesaria para poder salir adelante?
En la ¨¦poca en la que estamos viviendo y con los problemas que nos acucian, las preguntas son mucho m¨¢s numerosas que las respuestas que se nos proporcionan. Las respuestas que escuchamos y leemos no nos satisfacen en exceso. En todo caso, raramente consiguen animarnos. Despu¨¦s de todo lo que ha sufrido nuestra civilizaci¨®n, nos hemos vuelto menos ingenuos, m¨¢s cr¨ªticos o ir¨®nicos, y esta es una de las raras conquistas positivas en nuestro m¨ªsero balance a favor. Y no solo en el Este.
Ex oriente lux? Dej¨¦monos de bromas. Occidente est¨¢ cansado de s¨ª mismo. Fija la mirada en su propia suerte. Tal vez deba ser as¨ª.
Predrag Matvejevic es escritor croata, profesor de Estudios Eslavos en la Universidad de Roma. Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
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