Todo es lo que parece
Queremos confiar en ellos, pero no siempre podemos. Es esta una contradicci¨®n que nos afecta: la tele no es la democracia, pero el sistema pol¨ªtico acaba dependiendo de lo que vemos en pantalla, y lo que vemos, pues qu¨¦ quieren, no nos convence. En el mundo de la televisi¨®n, casi todo es lo que parece, casi todo es ficci¨®n.
Por ejemplo, miramos a Francisco Camps. De inmediato sabemos que resistir¨¢ a pesar de los indicios. Cuando se le graba no es dif¨ªcil sorprenderlo haciendo gestos despectivos, desplantes, descortes¨ªas. Precisamente sobre esos ademanes altaneros nos interrogamos. No hay respuesta. Mariano Rajoy se encomienda a ¨¦l, como si fuera un santo, y Canal 9 lo embellece con coloretes para quitarle el aspecto cadav¨¦rico. Pero, por mucho que lo vele, seguimos distinguiendo sus maneras agraviadas, sus insolencias.
Observamos las apariciones televisivas de Jorge Alarte. Queremos confiar en ¨¦l: en una oposici¨®n fuerte, en un partido antagonista que persiga las fechor¨ªas. Queremos ver a un l¨ªder con autoridad que sirva de contraejemplo a Camps. Pues no, no se?or. Cuando aparece en los medios, cuando convoca una rueda de prensa, le vemos impostando la voz y forzando el gesto, de manera quiz¨¢ artificiosa: como si quisiera dotarse de una presencia y de un poder¨ªo de los que a¨²n carece. Sin duda, la tele no lo mejora.
En otros pol¨ªticos tambi¨¦n percibimos esa irrealidad que los envuelve, la impresi¨®n de impostura que provoca el exceso de naturalidad, de maquillaje o de representaci¨®n. Ese es el caso, por ejemplo, de Rosa D¨ªez, cuyas apariciones p¨²blicas, siempre tan cuidadas, parecen fijadas por un guionista, por un estilista de post¨ªn y por un peluquero. No sabemos a qu¨¦ pasarela se dirige. O tambi¨¦n es el caso de Mariano Rajoy, que cultiva una imagen sencilla, desprendida y bonancible, pero la televisi¨®n afea su aspecto: vemos a un tipo coqueto que se tinta los cabellos, que duda, que suda, que trastabilla. ?Y el presidente del Gobierno? En principio, las televisiones lo respetan y sus comparecencias no lo agravan: lo vemos declinar, con ojeras marcadas y con aspecto grave. Probablemente adopta esa cara para afectar severidad. Pero tras ese rostro avejentado vemos despiste, extrav¨ªo o incluso grave desorientaci¨®n.
Las figuras se desvanecen y los perfiles se borran. Vemos lo que vemos en televisi¨®n, esos afeites, y nos preguntamos cu¨¢ndo distinguiremos la realidad. No, no hay nada m¨¢s. Justamente por eso no se despisten: empezamos a aprender la lecci¨®n democr¨¢tica cuando escrutamos la tele. Bajen el sonido y examinen los rostros de los pol¨ªticos, las miradas, sus ademanes y aspavientos, los pa?os con que se visten, esas escenas. "No hay misterio", dec¨ªa Miguel Bos¨¦ en aquella canci¨®n. "Lo que hay es lo que ves".
http://justoserna.wordpress.com
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