Palabras venidas de tan lejos
De pronto he encontrado un recuerdo que no sab¨ªa que tuviera. Me he acordado de Blas de Otero, visto de lejos, en Granada, en junio de 1976, en los d¨ªas tumultuosos del primer homenaje p¨®stumo a Garc¨ªa Lorca, Blas de Otero en una tarima a lo lejos, sobre las cabezas de los estudiantes, en la Facultad de Letras, y m¨¢s lejos todav¨ªa en la gran plaza de Fuente Vaqueros, una cabeza blanca, una camisa blanca, una gran boina vasca, un perfil vasco con la barbilla adelantada. Me he acordado de pronto de Blas de Otero porque llevo toda la tarde, todo el d¨ªa, muchas horas en los ¨²ltimos d¨ªas, leyendo un libro suyo que ha tardado m¨¢s de treinta a?os en aparecer, que me ha llegado por dos caminos, en dos regalos casi simult¨¢neos, y que ahora est¨¢ siempre conmigo, sobre la mesa de noche y en el cuarto de trabajo, acompa?¨¢ndome como solo nos puede acompa?ar la poes¨ªa; y cuando hablo de poes¨ªa me refiero a algunos libros de versos y tambi¨¦n a esa experiencia ¨ªntima y suprema que nos ofrecen ciertos momentos de la vida y unas cuantas invenciones del arte: una sensaci¨®n de intensidad, el estremecimiento de lo verdadero y ¨²nico, lo que es irrepetible y secreto y sin embargo puede formar parte de la vida de cualquiera, lo que me sucede ahora mismo ¨²nicamente a m¨ª y a la vez ha venido siendo com¨²n -en el sentido doble de compartido y frecuente- desde que el mundo es mundo, por utilizar una de esas expresiones vulgares que le gustaban tanto a Blas de Otero, quiz¨¢s porque ve¨ªa en ellas la expresi¨®n m¨¢s profunda, la poes¨ªa impersonal del idioma.
Blas de Otero parece que se hubiera le¨ªdo y aprendido de memoria toda la poes¨ªa escrita en espa?ol
El libro se titula Hojas de Madrid con La galerna. Cuando Blas de Otero se muri¨®, no mucho tiempo despu¨¦s de que yo lo viera de lejos, en 1979, era un libro en proyecto, una carpeta con poemas escritos a mano y corregidos a m¨¢quina, duplicados en copias de papel carb¨®n. Blas de Otero, que ten¨ªa cuando yo lo vi esa fortaleza aparente de los hombres de buen color y abundante pelo blanco, hab¨ªa sentido la proximidad de la muerte en 1968, cuando volvi¨® a Madrid desde Cuba porque le hab¨ªan detectado un c¨¢ncer. El primer poema del libro, 'Cojeando un poco', trata de un hombre reci¨¦n operado que se dispone a levantarse de la cama del hospital para regresar tentativamente, cojeando un poco, al mundo de los vivos. Y en casi cada uno de ellos, a lo largo de m¨¢s de trescientas p¨¢ginas, est¨¢ la sensaci¨®n de acecho y de miedo de quien se sabe ya se?alado por la muerte, quien mira las cosas y sabe que seguir¨¢n existiendo cuando ¨¦l haya desaparecido y sin embargo no sabe ni quiere decirles adi¨®s, renunciar a la emoci¨®n urgente de estar vivo, a los placeres m¨¢s comunes y a los m¨¢s excepcionales, al gusto de pasear holgazanamente por las calles de Madrid, a la gratitud por el amor. Las hojas de Madrid son las hojas de papel en blanco sobre las que se escriben a mano o sobre las que se mecanograf¨ªan los poemas, con la evanescencia sucesiva del papel carb¨®n: y tambi¨¦n son las Leaves of Grass de Walt Whitman, las hojas de hierba de una poes¨ªa que rompe los l¨ªmites de la m¨¦trica y de la rima y se dilata en la extensi¨®n democr¨¢tica del idioma com¨²n, en ritmos que tienen el vigor y la respiraci¨®n de esas caminatas por la ciudad en las que todo se vuelve memorable, incluso cuando el que mira se sabe enfermo y marcado.
"Amo a Walt Whitman por sus barbas enormes / y por su hermoso verso dilatado", escribe Blas de Otero, caminante por Madrid como lo hab¨ªa sido Whitman por Manhattan, invocando sin decirlo al Whitman de Rub¨¦n Dar¨ªo y al de Federico Garc¨ªa Lorca. De joven hab¨ªa pose¨ªdo uno de esos talentos que logran muy r¨¢pidamente el brillo excesivo de una t¨¦cnica demasiado segura. En sus primeros libros el soneto tiene algo de artefacto implacable, agravado por una especie de cristianismo existencial que entonces deb¨ªa de parecer muy profundo pero que ahora nos suena a hueco, o peor a¨²n, a ret¨®rica fechada, con esas may¨²sculas unamunianas del Hombre, Dios, etc¨¦tera. Pero es que Blas de Otero, abogado sin vocaci¨®n en una f¨¢brica de Bilbao, desertor angustiado de las lealtades de una familia burguesa, transe¨²nte desde muy joven por un pa¨ªs y un continente entero en ruinas, parece que se hubiera le¨ªdo y aprendido de memoria toda la poes¨ªa escrita en espa?ol, desde los romances antiguos hasta C¨¦sar Vallejo y Lorca y Neruda: desde muy pronto fue encontrando una voz en la que conflu¨ªan al mismo tiempo todos los materiales arrastrados por el gran r¨ªo del idioma, las citas literales y las vulgaridades m¨¢s espl¨¦ndidas. En el mismo poema pod¨ªan estar Bob Dylan y Beethoven, un romance an¨®nimo y un estribillo de zarzuela. La poes¨ªa espa?ola, cuando se pone seria, puede hacerse antip¨¢tica o indescifrable, y cuando se pone coloquial puede sonar al mismo tiempo chabacana y amanerada, falsa como una baratija: con una desenvoltura que yo he aprendido a disfrutar en la poes¨ªa americana, Blas de Otero domina sin apariencia de esfuerzo las formas muy medidas, muy controladas, y la efusi¨®n que se desborda sin ning¨²n escr¨²pulo hacia lo banal y lo prosaico, casi como en los Poemas de la hora de comer de Frank O'Hara. Como en ellos, la muerte se insin¨²a en el espect¨¢culo delicado y trivial de la agitaci¨®n de la ciudad: "Por qu¨¦ digo que estoy ya cerca de la muerte, / por qu¨¦ me quedan s¨®lo tres, cinco a?os de vida, /ahora que veo Madrid como la espalda luminosa de una muchacha, / y voy al cine /y deambulo por el barrio de Embajadores, / y aguardo frente a un sem¨¢foro / y siento ganas de llorar porque vuelvo a ser feliz cual en mi adolescencia /...".
Qu¨¦ raro haber visto a Blas de Otero desde lejos y poder recordarlo y no haberlo le¨ªdo con verdadera atenci¨®n hasta ahora. Quiz¨¢s no lo le¨ª simplemente porque no estaba de moda (cree uno tener opiniones y no son m¨¢s que el eco distra¨ªdo de lo que se lleva): porque era poco m¨¢s que la letra de unas canciones de Paco Ib¨¢?ez, en una ¨¦poca en la que yo me alejaba de ese tipo de m¨²sica militante que me hab¨ªa gustado tanto, y en la que mis poetas eran casi exclusivamente Lorca y Cernuda, y tambi¨¦n Quevedo y G¨®ngora, en las ediciones de Castalia. Yo quer¨ªa aprender a escribir novelas, pero la poes¨ªa era un amor secreto que iba y volv¨ªa, pero no me abandonaba nunca. Despu¨¦s le¨ª a Borges y a Baudelaire, y m¨¢s tarde el gran regalo del idioma ingl¨¦s fue la poes¨ªa americana, tan limpia de toda ret¨®rica, tan habitada por el habla y a la vez por la Biblia y Shakespeare: Emily Dickinson y Whitman, Wallace Stevens y William Carlos William, Mark Strand y Denise Levertov, y Jane Kenyon, y Galway Kinnell, y Charles Simic, tantos nombres con los que llenar¨ªa esta p¨¢gina. Me ha hecho falta un rodeo tan largo por cada uno de ellos para llegar a Blas de Otero.
Hojas de Madrid con La galerna (1968-1977). Blas de Otero. Edici¨®n de Sabina de la Cruz. Pr¨®logo de Mario Hern¨¢ndez. Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores. Barcelona, 2010. 397 p¨¢ginas. 22 euros.
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