Continuismo en Toronto
El G-20 no logra armonizar los est¨ªmulos p¨²blicos de Obama con los ajustes que impone Merkel
La cumbre del G-20 en Toronto ha optado por no ahondar en la divisi¨®n estrat¨¦gica que existe entre la visi¨®n europea sobre la crisis (estabilidad y reducci¨®n dr¨¢stica de los d¨¦ficits p¨²blicos) y la concepci¨®n econ¨®mica de la Administraci¨®n de Obama, partidaria de mantener los programas de inversi¨®n e inquieta ante la retirada precipitada de los est¨ªmulos p¨²blicos. En Toronto se ha concedido libertad a los pa¨ªses para implantar la tasa bancaria (impuesta ya por Estados Unidos y que en Europa quieren aprobar Alemania, Reino Unido y Francia) y se ha recurrido a un subterfugio para encubrir las abismales diferencias de criterio entre Europa y EE UU: la consolidaci¨®n fiscal se ajustar¨¢ a las circunstancias de los pa¨ªses. El forcejeo para conseguir un acuerdo entre los pa¨ªses miembros que comprometiera a los m¨¢s desarrollados a reducir el d¨¦ficit p¨²blico a la mitad el a?o 2013 revela las diferencias de fondo entre Europa y EE UU.
La legitimidad del G-20 es indiscutible y en estos momentos supera la del G-8. Es muy importante que los pa¨ªses emergentes est¨¦n implicados en las decisiones sobre la crisis financiera y tomen conciencia de su papel creciente como motores de la econom¨ªa mundial. Pero hay que recordar que est¨¢ vinculada a dos objetivos principales: la recuperaci¨®n del crecimiento y del empleo y la prevenci¨®n de crisis financieras como la actual. Hacer todo esto de forma coordinada entre los actores econ¨®micos m¨¢s importantes del mundo, despejando cualquier amenaza de proteccionismo, era la condici¨®n m¨ªnima que se puso sobre la mesa en la primera reuni¨®n de esa instancia. Pero en Toronto los resultados no han sido muy alentadores. No ha aparecido por ning¨²n lado la coordinaci¨®n urgente de las pol¨ªticas econ¨®micas de los 20 (ni siquiera la de los ocho pa¨ªses m¨¢s desarrollados del G-8).
Y, sin embargo, este es el problema m¨¢s acuciante que plantea la crisis. Las pol¨ªticas de ajuste del gasto son necesarias, pero deben modularse de forma que no todos los pa¨ªses contraigan sus inversiones y presupuestos al mismo tiempo. Porque de sea forma se niega la posibilidad de que algunas econom¨ªas act¨²en como impulsoras de las m¨¢s afectadas por los costes de la recesi¨®n. En no pocas econom¨ªas europeas, Espa?a entre ellas, puede haber reca¨ªdas en la recesi¨®n, y la creaci¨®n de empleo se retrasar¨¢ en demas¨ªa. El G-20 tiene que ejercer un papel de coordinador que por el momento no ha aceptado.
El G-20 tampoco ofrece una respuesta a la presi¨®n de los mercados. EE UU ha proclamado una reforma financiera, menos radical que la que Barack Obama quer¨ªa, pero bastante m¨¢s intensa que la que est¨¢n siquiera dispuestos a considerar en Europa. Y, sin embargo, la reforma de los mercados, para controlar las desviaciones especulativas que pueden acabar en cat¨¢strofes como el crash financiero actual, es una contrapartida indispensable a los programas de ajuste que las tensiones en los diferenciales de deuda imponen a pa¨ªses como Espa?a, Portugal e Irlanda.
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