El pisito
No es que Espa?a gastara por encima de sus posibilidades, es que se ha comportado con una insensatez en el gasto p¨²blico superior a pa¨ªses m¨¢s productivos que el nuestro. Cuando hablo de gasto p¨²blico me refiero, por supuesto, al injustificado, al caprichoso, al sistema que se sac¨® de la manga la necesidad de miles de asesores, que multiplic¨® los coches oficiales, que permiti¨® que un alcalde ganara m¨¢s que un ministro o que el mismo presidente, que sufrag¨® gastos de expediciones absurdas al extranjero para llevar una pol¨ªtica exterior dispersa y disparatada y subvencion¨® o transform¨® (para mal) todas las fiestas populares convirti¨¦ndolas en el escaparate del partido de turno. En fin, en esa carrera del gasto superfluo Espa?a fue campeona y cada lector puede a?adir un elemento m¨¢s de despilfarro.
Dicho esto, no me parece justo achacarle a las clases trabajadora y media responsabilidad en esa deriva hacia pa¨ªs de nuevos ricos que tom¨® el nuestro. La clase pol¨ªtica, con su ejemplo, demostraba que vivir por encima de las posibilidades era asumible y productivo, y los bancos, por su parte, estimulaban el gasto de aquellos que no ten¨ªan dinero. Ese ha sido el ambiente. Teniendo en cuenta que el mercado de pisos de alquiler es lamentable y que nos hemos educado en la creencia de que no se alcanza la paz de esp¨ªritu sin un piso en propiedad, es irreprochable que los ciudadanos acudieran como locos a la miel de las hipotecas f¨¢ciles. A estas alturas la mayor¨ªa sigue cumpliendo (a duras penas) con sus plazos y es el sistema financiero quien exige ser tratado con mimo para que no seamos todos v¨ªctimas de su codicia.
Dejando a un lado que, ingenuamente, nos crey¨¦ramos que las vacas iban a estar siempre gordas, ?qu¨¦ culpa ten¨ªa el trabajador que aspir¨® a tener su pisito? El pisito fue siempre el para¨ªso de los pobres.
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