Honrar a los muertos
De la guerra civil espa?ola he escrito poco. O nada. No por falta de inter¨¦s, que lo tengo desde que era una adolescente progre en un barrio donde eran progres hasta los curas. No he escrito nada sobre la guerra, y reflexiono sobre ese "por qu¨¦ no" mientras escribo: porque en estos ¨²ltimos a?os parece ser asunto obligado de todo columnista, del que sabe y del que no, del que escribe con conocimiento y sensatez y del que m¨¢s que escribir grita. Prefiero leer sobre la guerra, antes que caer en esa pr¨¢ctica de usar la desgraciada historia para politiquear en el campo de batalla actual, que nada tiene que ver con aquel otro campo de batalla en el que murieron en torno a medio mill¨®n de personas. No he escrito sobre la guerra porque no s¨¦. O porque detesto escribir desde una trinchera. O porque uno va aprendiendo a callar cuando cree que un art¨ªculo m¨¢s sobre la guerra es prescindible. Sin embargo, la guerra ha estado siempre presente en mi vida: en la visi¨®n de los vencedores o los amoldados, que es la que la mayor¨ªa respiramos en la infancia, y luego, en ese cambio paulatino que propiciaron los poetas, sobre todo los poetas, asesinados, muertos, exiliados, que se iban colando en nuestros gustos adolescentes dando voz a una invertebrada manera de ser de izquierdas. Hay que agradecerle a esos cantautores que fueron desapareciendo en los ochenta aplastados por el pop que colaran en los hogares la poes¨ªa de Lorca, Blas de Otero, Alberti, Machado o Miguel Hern¨¢ndez. Miguel Hern¨¢ndez. Si en mi infancia hab¨ªa una virgen de escayola tirando a yey¨¦ que presid¨ªa mi cama, en 1976 la virgen ni?a fue sustituida por un p¨®ster con el c¨¦lebre retrato que hizo en la c¨¢rcel Buero Vallejo de Miguel Hern¨¢ndez y unos versos de Vientos del pueblo. S¨¦ que no es nada ¨¦pico, sino generacional. Como tampoco es rese?able que en el tocadiscos la voz de Serrat diera voz a sus Nanas de la cebolla. Pase¨¢bamos el otro d¨ªa por Madrid por la anchurosa calle de Pr¨ªncipe de Vergara y vimos una placa que dec¨ªa, m¨¢s o menos, "en este edificio compuso Miguel Hern¨¢ndez las Nanas de la cebolla". ?Compuso? Estaba redactado con tal torpeza que parec¨ªa que se rend¨ªa homenaje al compositor del disco de Serrat y, hab¨ªa algo m¨¢s triste: la nula referencia a su encierro tras esos muros de ladrillo rojo pod¨ªa hacer creer al ignorante que aquel viejo edificio hubiera sido una residencia de escritores, cuando fue en realidad una c¨¢rcel donde el poeta se acercaba a su final por dos caminos, el de la condena a muerte al ser considerado elemento peligros¨ªsimo para el r¨¦gimen franquista y el de su deteriorada salud. Vengo leyendo desde hace un tiempo que la familia de Hern¨¢ndez lucha porque se anule esa condena y el alicantino sea considerado por la justicia espa?ola como inocente de los cargos que se le imputaban. No llego a entender este empe?o. El amor que profeso con fidelidad invariable a la poes¨ªa de Miguel Hern¨¢ndez desde mis 14 a?os se vio y se ve aumentado por su figura c¨ªvica, por el hecho de que luchara en la guerra, escribiera desde la trinchera y muriera tratado como un perro en una c¨¢rcel franquista. La anulaci¨®n de esa pena no cambia nada, no cambia sus a?os de c¨¢rcel, ni los intentos infructuosos que algunas personas del bando vencedor hicieron por sacarle de la c¨¢rcel, no cambia la pena por no ver a su hijo ni el desamor de su padre ni el abandono brutal en el que pudo sentirse. Cuando surgen esos intentos de modificar el pasado, como trasladar los restos de Machado a Espa?a (algo que estuvo en la "cabeza" del presidente), tiendo a pensar que para hacer honor al triste final de cada una de esas personas tan emblem¨¢ticas de la cultura espa?ola es mejor mantenerlos en el lugar en el que se vieron obligados a morir. Mejor recordar que el viejo Machado pas¨® la frontera andando con su pobre madre; mejor recordar que Miguel Hern¨¢ndez fue condenado a muerte por un tribunal militar franquista; mejor saber que don Francisco, el padre de Federico Garc¨ªa Lorca, est¨¢ enterrado en un cementerio de Nueva York como prueba del asesinato de su hijo, del exilio, del brutal cambio de vida al que se vio forzado. ?De qu¨¦ sirve anular sentencias? ?Devuelve la vida a los muertos, les evita el sufrimiento? En mi opini¨®n, la labor ha de ser la contraria: contar sin ning¨²n maquillaje simb¨®lico lo que padecieron y las mentiras que se propagaron sobre ellos. Visitar la tumba de Machado en Colliure, bien cerca de Espa?a, por cierto, es una peregrinaci¨®n emocionante para quien venere, como es mi caso, la figura literaria y humana de ese poeta. El amado santo laico. Por cierto, los restos de Fernando de los R¨ªos, embajador de la Rep¨²blica en Estados Unidos desde 1937 y consuegro del padre de Lorca, s¨ª que se trasladaron al cementerio civil de Madrid en 1980. Creo haber visto la foto de ese segundo "entierro" en alg¨²n libro de memorias. Debi¨® ser algo ¨ªntimo. En la foto aparece la familia y alg¨²n dirigente socialista. En 1980 no estaba prohibido hablar de la guerra, la realidad es que nadie ten¨ªa mucho inter¨¦s en recordarla. Pero esto no es un art¨ªculo sobre la contienda. En absoluto. Sino sobre la manera en que creo (puedo equivocarme) que hay que honrar el recuerdo. De la guerra yo no escribo. No s¨¦.
Escribir sobre la Guerra Civil parece ser asunto obligado de todo columnista, del que sabe y del que no
?De qu¨¦ sirve anular sentencias? ?Devuelve la vida a los muertos, les evita el sufrimiento?
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