Prestigios florentinos
Disfrutando de la exposici¨®n del Museo Thyssen en torno al retrato de Giovanna Tornabuoni pintado por Domenico Ghirlandaio no tuve m¨¢s remedio que pensar, una vez m¨¢s, en el enigma creativo de la Florencia del Renacimiento. Dicho de otro modo: tras la silueta perfecta de Giovanna, m¨¢s all¨¢ de su cuello largo y refinado, se escond¨ªa un extra?o mundo lleno de violencia que hab¨ªa albergado la mayor concentraci¨®n de talentos art¨ªsticos de la Historia. ?C¨®mo pod¨ªa haber sucedido esto en una ciudad relativamente peque?a, diezmada por la peste negra y sometida a una implacable guerra de clanes de la que ya hab¨ªa dado testimonio Dante en La divina comedia?
Recuerdo que esta pregunta me fascinaba ya hace mucho tiempo cuando, como estudiante, me plant¨¦ en Florencia para realizar una tesis doctoral que nunca llegar¨ªa a su fin. La primera vez que uno va a Florencia se da cuenta de que lo que all¨ª hay supera con mucho lo que hubiera podido imaginar. Parece imposible que gran parte de lo que ve se haya creado en un centenar de a?os. Cuando, luego, se buscan explicaciones casi ninguna es eternamente satisfactoria. Los historiadores se refieren a causas econ¨®micas, sociales, pol¨ªticas, organizativas. Todas ellas son plausibles pero insatisfactorias para lo que aparece a los ojos como un milagro, como una suerte de golpe de mano del hombre para elevar el list¨®n de la belleza hasta cotas inalcanzables. Pero ?por qu¨¦ en esa ¨¦poca y por qu¨¦ en Florencia? A Orson Welles le gustaba comprobar -injustamente- la esterilidad creativa de la pl¨¢cida Suiza con la exuberancia art¨ªstica de aquella turbulenta Florencia, marcada por asesinatos y conspiraciones, en la que los Domenicos Ghirlandaio pintaban a las Giovannas Tornabuoni como si los sentidos se prepararan para un fest¨ªn eterno.
?C¨®mo una ciudad violenta pudo albergar la mayor concentraci¨®n de talentos art¨ªsticos de la Historia?
Como el Quattrocento toscano es mi periodo favorito -quiz¨¢ porque los artistas ejerc¨ªan todav¨ªa de artesanos en una equilibrada muestra de modestia y libertad-, he vuelto una y otra vez a la pregunta, y aunque no se me ocurr¨ªa desmentir ninguna de las argumentaciones de los historiadores, he elaborado una hip¨®tesis para consumo propio: debe prestarse m¨¢s atenci¨®n, por encima de cualquier otra circunstancia, al prestigio de las artes entre los adolescentes florentinos de toda condici¨®n. La enorme energ¨ªa desplegada al final de la Edad Media con la construcci¨®n de las catedrales, que implicaba a los diversos gremios de cada ciudad, es finalmente canalizada en una nueva imagen del artista, el cual, al liberarse paulatinamente de las servidumbres y prejuicios que rodeaban al trabajador manual, es contemplado como un hombre carism¨¢tico e ins¨®litamente libre. Este viraje se hace mucho m¨¢s visible en Florencia que en cualquier otra ciudad europea, incluidas Venecia, Par¨ªs y las pr¨®speras urbes flamencas. La revoluci¨®n de Florencia ser¨ªa el establecimiento de un magnetismo ¨²nico que atraer¨ªa a sucesivas generaciones de j¨®venes durante un siglo largo.
Las Vidas de Giorgio Vasari, imprescindibles para entender los cambios en el lenguaje art¨ªstico, son una cr¨®nica minuciosa de aquel magnetismo, reflejado tambi¨¦n por los historiadores florentinos del siglo XV. Por razones que ahora tal vez cuesta entender, Florencia estaba volcada en su propia creaci¨®n como ciudad. Vasari relata las pol¨¦micas colectivas desatadas por la construcci¨®n de la c¨²pula de Santa Maria di Fiori y los vaivenes en el destino de Brunelleschi, c¨¢rcel incluida. De creer a Vasari y a los cronistas, cada nueva obra de envergadura excitaba la controversia entre los ciudadanos de Florencia. Las opiniones en torno a Miguel ?ngel, ya a principios del siglo XV, ser¨ªan la culminaci¨®n del torbellino.
Esta atm¨®sfera situaba la creaci¨®n art¨ªstica en el centro de la vida ciudadana, de modo que los adolescentes se sent¨ªan cautivados por lo que ofrec¨ªan los talleres de los pintores y de los escultores. Y lo que ofrec¨ªan eran duras -dur¨ªsimas, a menudo- condiciones de aprendizaje. Por Vasari y por otros cronistas nos podemos formar una idea bastante n¨ªtida del funcionamiento de los botteghe algunas tan renombradas como las de los Pollaivolo o la de Andrea Verrochio donde se educ¨® Leonardo. El adolescente, un ni?o pr¨¢cticamente, entraba a formar parte de la vida colectiva del taller hacia los 12 o 13 a?os. A lo largo de una d¨¦cada participaba en todas las tareas colectivas, desde las m¨¢s rudas hasta las que le hac¨ªan acceder a las obras en proceso de elaboraci¨®n. A los 20 o 22 a?os, el aprendiz, convertido ya en maestro, se establec¨ªa por su cuenta y, si no pod¨ªa hacerlo en Florencia, emigraba en busca de trabajo a otra ciudad, materializ¨¢ndose as¨ª la fruct¨ªfera trashumancia renacentista. Si el adolescente acced¨ªa a un centro privilegiado como la Academia de los Medicis, la vida cotidiana segu¨ªa presidida por el rigor y el esfuerzo, tal como recalcaba Vasari en referencia a Miguel ?ngel.
La dureza del aprendizaje no apartaba a los j¨®venes florentinos de los talleres, sino todo lo contrario. No hay duda de que desde Cimabue y Giotto, a trav¨¦s del Trecento, el oficio del artesano pintor o escultor se hab¨ªa afianzado gracias a la prosperidad econ¨®mica de la ciudad; sin embargo, este fen¨®meno tambi¨¦n se daba en muchas otras ciudades sin que se produjera la prodigiosa cristalizaci¨®n de Florencia. Se hizo necesaria la sedimentaci¨®n de un prestigio para que, en un movimiento espiritual centr¨ªpeto, el talento se adhiriera a las calles de la ciudad como una segunda piel. Los florentinos tuvieron una exquisita percepci¨®n de lo que estaba sucediendo y bautizaron al h¨¦roe que atra¨ªa a sus adolescentes: el artista nuovo.
Nosotros que, como es sabido, tenemos nuestros h¨¦roes, podemos comprender el impacto de este tipo de fen¨®menos. Los j¨®venes se orientan instintivamente hacia el prestigio, una categor¨ªa dif¨ªcil de definir porque en ella chocan bastante ca¨®ticamente la ambici¨®n, la lucha, la utilidad y, a menudo, una cierta dignidad en la supervivencia. El prestigio es el im¨¢n que cada ¨¦poca ofrece a sus j¨®venes. Actualmente, entre nosotros, nada tiene m¨¢s prestigio que un deportista y por eso nos pasamos la vida contemplando a trav¨¦s de la pantalla estudios donde compiten nuestros h¨¦roes. Es una opci¨®n.
Aunque nos cueste creerlo puede ser que en la Florencia del Quattrocento la opci¨®n fuera otra, y que los campeones de aquel tiempo se hallaran en los talleres de pintura y escultura. ?Un cuento chino? Puede ser. Pero entonces, ?c¨®mo se explica que tantos domenicos ghirlandaio fueran capaces de pintar a tantas maravillosas giovannas tornabuoni?
Rafael Argullol es escritor.
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