Servicio de habitaciones Niemeyer
Varios hoteles del arquitecto configuran una ruta de atractivos alojamientos en Brasil
Brasil y Niemeyer tienen biograf¨ªas paralelas, y desde los a?os treinta sus edificios podr¨ªan titular los cap¨ªtulos de un manual de historia del pa¨ªs. La modernizaci¨®n pionera puede leerse en su Ministerio de Educaci¨®n de R¨ªo. El optimismo burgu¨¦s de la era de la bossanova cuaj¨® en el lujo de Pampulha, en Belo Horizonte. Los ideales socialistas del Edificio Copan de S?o Paulo desembocan en las utop¨ªas desmesuradas de Brasilia, donde su aliento se respira (o nos sofoca) en todas las supercuadras. Y s¨ª, el gusto dudoso del dinero nuevo de los noventa prendi¨® en algunos de sus proyectos tard¨ªos y menos inspirados.
No todo han sido grandes obras p¨²blicas ni sofisticadas casas particulares. Todav¨ªa hoy uno puede recorrer parte del inabarcable Brasil y revivir su agitado siglo XX durmiendo en los hoteles que proyect¨® Niemeyer: se aprovecha el tiempo, e incluso en la cama se aprender¨¢n cosas.
Gu¨ªa
C¨®mo llegar
? Iberia (www.iberia.com) vuela directo de Madrid a R¨ªo de Janeiro por 682 euros, tasas y gastos incluidos.
? Tap (www.flytap.com) vuela a R¨ªo, con escala en Lisboa, a partir de 720 euros.
Informaci¨®n
? Oficina de turismo de R¨ªo de Janeiro (www.riodejaneiro-turismo.com.br).
? Oficina de Turismo de Brasil en Madrid (www.braziltour.com; 915 03 06 87).
En realidad, su primera fama se la dio uno: el Grande Hotel de Ouro Preto, que firm¨® con treinta a?os y se inaugur¨® en 1940. Brasil se reinventaba como meca tur¨ªstica, y a la vez iniciaba una brillant¨ªsima modernizaci¨®n cultural apoyada oficialmente. Lejos de la costa y agotados los filones aur¨ªferos, el Estado de Minas Gerais dorm¨ªa sobre la mina de oro tur¨ªstica de sus ciudades coloniales del XVIII, riqu¨ªsimas mientras sus yacimientos sostuvieron el poder del imperio portugu¨¦s en decadencia. La antigua capital, Ouro Preto, sigue siendo una de las ciudades m¨¢s hermosas del mundo. Pero entrado el XX resultaba inc¨®moda y remota: faltaban buenas carreteras y camas c¨®modas para los visitantes. Siguiendo la idea de los paradores espa?oles o las pousadas portuguesas, y despu¨¦s de mucha pol¨¦mica entre antiguos y modernos, los bur¨®cratas tomaron una decisi¨®n que cambi¨® el rumbo de la arquitectura moderna en Brasil: en lugar de un pastiche historicista y neobarroco, encargaron el proyecto, en pleno coraz¨®n hist¨®rico de la ciudad, a un autor joven y desconocido que propon¨ªa aplicar los principios de la arquitectura vanguardista desarrollada por Le Corbusier o Mies en Europa.
Fresco como entonces
El Grande Hotel es un buen ejemplo de c¨®mo conjugar esos presupuestos con el sentido com¨²n y la tradici¨®n vern¨¢cula. Emociona dormir en este edificio sobrio y elegante, fresco como el primer d¨ªa, con sus pilotes de hormig¨®n encalado bajo las tejas de barro y las celos¨ªas de madera, perfectas contra la lluvia y el sol tropicales. Renunciando al camuflaje seudohist¨®rico, Niemeyer logr¨® un triunfo de integraci¨®n en el paisaje: visto de lejos, el hotel dialoga a la perfecci¨®n con la trama de orfebre de la ciudad. Y vista desde sus terrazas (cada habitaci¨®n, la suya) la ciudad despliega en cada atardecer ag¨®nico el perfil famoso de sus colinas erizadas de torres barrocas. Su colega Lucio Costa, que luego contar¨ªa con Niemeyer para levantar Brasilia, lo dijo claro en su informe sobre el proyecto: "La buena arquitectura de un determinado periodo siempre va bien con la de cualquier periodo anterior. Lo que no pega con nada es la falta de arquitectura".
La verdad es que los hay m¨¢s lujosos en la ciudad, reci¨¦n inaugurados para los nuevos ricos paulistas, y con m¨¢s solera, como la pensi¨®n colonial del Pouso do Chico Rei, donde se compart¨ªa el ba?o con Sartre, Elizabeth Bishop o Vinicius de Mor?es. Pero el hotel de Niemeyer es el m¨¢s evocador de una ciudad a la que sigue costando algo llegar, y mucho irse.
Ese ¨¦xito marc¨® su carrera. El futuro presidente Kubitschek gobernaba entonces Minas y le encarg¨® otra jugada similar en su ciudad natal, Diamantina. Hab¨ªa sido un gran centro extractor de diamantes durante el XVIII, pero en 1951, cuando se inaugur¨® el hotel Tijuco, sus callecitas empedradas y sus iglesias barrocas de pau a pique (entramado de madera y adobe) dorm¨ªan polvorientas en el coraz¨®n del sert?o, a un d¨ªa de baches y charcos desde Belo Horizonte. Es la m¨¢s secreta de las grandes ciudades coloniales de Brasil, y a¨²n hoy el coche tarda horas en cruzar el paisaje agreste de la sabana brasile?a, sembrado de cascadas y m¨¢s parecido a una Castilla de plantas marcianas que al ensue?o amaz¨®nico que algunos esperan del Brasil profundo.
El viejo Tijuco es todav¨ªa m¨¢s personal que el hotel de Ouro Preto: una fachada de columnas en V, rotundas y extraterrestres, le dan aire de nave de Los Supers¨®nicos posada entre el caser¨ªo. Sesenta a?os despu¨¦s, no le vendr¨ªa mal una reforma... ?O s¨ª? Lo cierto es que en Diamantina, so?olienta y cristalizada (o diamantificada) en el tiempo, no desentona este hotel, algo ajado, pero con el sabor de la ¨¦poca de los pioneros.
As¨ª empez¨® una colaboraci¨®n famosa: cuando Kubitschek se lanz¨® a fundar Brasilia, encarg¨® a Niemeyer todos los edificios oficiales. El primero en acabarse, en 1957, no fue un ministerio ni un palacio, sino un hotel: el m¨ªtico Brasilia Palace, que deb¨ªa alojar a los pol¨ªticos y los famosos de visita a las obras de la nueva capital. Del Che Guevara a Eisenhower, todos durmieron en ¨¦l, con su perfil depurado y casi minimalista a la orilla del gran lago de Parano¨¢, su piscina ovalada, sus ficus gigantes y los paneles de azulejos op-art del ceramista Athos Bulc?o. Pas¨® d¨¦cadas abandonado y lo restaur¨® hace tres a?os el estudio del propio Niemeyer. Es la mejor base en esta ciudad desmedida y a ratos de una tristeza metaf¨ªsica, muy lejos del ambiente algo siniestro de los hotelazos descascarillados de su Sector Tur¨ªstico, llenos de subsecretarios.
Y ahora que R¨ªo es la ciudad de moda, seguramente tenga esa suerte el ¨²nico hotel de Niemeyer en la ciudad: el Nacional es una gran torre cil¨ªndrica a orillas de la playa de S?o Conrado, m¨¢s all¨¢ de Ipanema. En los ochenta, la violencia descontrolada, la depauperaci¨®n de R¨ªo, el crecimiento de la vecina favela de Rocinha y la paranoia de una clase alta recluida en recintos herm¨¦ticos sin vistas a la miseria desprestigiaron y cerraron un hotel que hab¨ªa abanderado el tir¨®n de los nuevos suburbios al sur de Lebl¨®n. Pero la playa sigue igual de espl¨¦ndida, Rocinha cambia despacio de favela a barrio, y no tardar¨¢ mucho en llegar el empresario avispado que le saque partido al sitio. Es negocio seguro, porque no hay que ser un lince para adivinar que a la ciudad le van a faltar hoteles en los a?os que vienen: quiz¨¢ tambi¨¦n el Nacional tenga su papel en el pr¨®ximo cap¨ªtulo de la historia de Brasil.
? Javier Montes es autor de la novela Los pen¨²ltimos (Pre-Textos).
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