Historias comunistas
El 30 de julio de 1936 un telegrama firmado por Luis (Codovilla, delegado-tutor en el PCE) y por D¨ªaz (Jos¨¦) informaba a la direcci¨®n de la Comintern de que "contrariamente las instrucciones dadas, compa?eros dirigentes de nuestro partido de Catalu?a han creado, junto con Uni¨®n Socialista, el partido catal¨¢n proletario y la federaci¨®n socialista un partido socialista unificado de Catalu?a adherido a la Internacional Comunista". "Error grave", pero "no hay m¨¢s remedio que contar con ello". Se iniciaba as¨ª una trayectoria singular en la historia del movimiento comunista, que por una parte respond¨ªa a los acuerdos del VII Congreso de la IC, creando partidos unificados bajo control comunista, pero por otra desbordaba el car¨¢cter meramente t¨¢ctico que la propia IC asignaba a los partidos de nacionalidad. De ah¨ª el inicio de una larga historia de conflictos con el PCE y para la propia IC, desde la fundaci¨®n hasta que por fin el PSUC acepta convertirse en filial del partido espa?ol.
Bandera roja
David Priestland
Cr¨ªtica
667 p¨¢ginas
38 euros
Trotski, revolucionario sin fronteras
Jean-Jacques Marie
Fondo de Cultura Econ¨®mica
613 p¨¢ginas
Entre Franco y Stalin
Josep Puigsech
El Viejo Topo
325 p¨¢ginas
21 euros
Los viejos camaradas
Santiago Carrillo
Planeta
206 p¨¢ginas
20,50 euros
El libro negro del comunismo
St¨¦phane Courtois
Ediciones B
1.056 p¨¢ginas
33 euros
Josep Puigsech reconstruye "el dif¨ªcil itinerario de los comunistas en Catalu?a, 1936-1949", como reza el subt¨ªtulo de la obra, de manera minuciosa e inteligente. Algo comparable a lo que efect¨²a Philip Pomper en su biograf¨ªa del hermano mayor de Lenin, ahorcado por atentar contra el zar (El hermano de Lenin, Ariel), excelente para comprender el medio familiar y cultural en que surgi¨® el protagonista de Octubre.
Todo lo contrario que Santiago Carrillo en su evocaci¨®n de compa?eros suyos del pasado en Los viejos camaradas. Una mala wikipedia, deliberadamente no explicativa, cuyo valor consiste en sacar del olvido algunos nombres. Para la historia del comunismo el inter¨¦s es nulo. Apenas cuenta nada significativo de hombres a quienes conoci¨® de sobra (Amaro Rosal, Ignacio Gallego, L¨ªster, Uribe). Todo aspecto, por importante que sea, que no le conviene en cada biograf¨ªa resulta suprimido. El ¨²nico punto a tomar en consideraci¨®n es su insistencia en afirmar que el origen del eurocomunismo se encontr¨® en Stalin, por la carta a Largo Caballero, para nada en el comunismo italiano. Desde luego, tal fue el origen de su eurocomunismo; as¨ª sali¨® la cosa.
El libro de Priestland, Bandera roja, responde obviamente a otro tipo de metodolog¨ªa. Frente a la insistencia en reconstruir los aspectos represivos del comunismo, que juzga propia de la historiograf¨ªa "anticomunista", Priestland incide sobre su dimensi¨®n modernizadora, la cual sin duda fue importante en los a?os de captaci¨®n de la izquierda hasta 1936. Resulta m¨¢s dudosa en cambio la tendencia de Priestland, no a reconstruir y explicar los procesos y las grandes decisiones, sino a buscarles siempre una explicaci¨®n, lo cual es algo diferente y le lleva al borde de una justificaci¨®n exculpatoria, incluidos el Gran Terror de Stalin, el Gran Salto Adelante de Mao, la Revoluci¨®n Cultural o la invasi¨®n de Checoslovaquia, sin olvidar la alianza con Hitler de 1939. As¨ª, no solo cuenta Stalin a su juicio al desencadenar la gran purga de 1936-1938, sino "los aspectos mesi¨¢nicos radicales de la cultura bolchevique y su respuesta a la amenaza de guerra". Adem¨¢s, advierte, "fueron muchos los que participaron" (cierto, desobedecer a Stalin estaba al alcance de cualquiera). Es una muestra del sesgo que se repite a lo largo del libro y que lleva a dejar de lado el an¨¢lisis en profundidad de la concepci¨®n del poder de los principales actores (excepci¨®n Mao).
De forma correlativa, cap¨ªtulos y apartados se abren con citas y breves rese?as de obras literarias o pel¨ªculas que sirven de introducci¨®n al tratamiento m¨¢s general que sigue. A veces, tal pr¨®logo es de utilidad, como sucede con Cemento de Gladkov, otras, al reproducir la conversaci¨®n entre el etn¨®logo franc¨¦s y el verdugo de Tuol Sleng en Camboya, sirve a la habitual tendencia a buscar explicaciones de la violencia de los jemeres rojos. El papel de la represi¨®n y del terror es siempre un a?adido a la visi¨®n general, nunca un aspecto crucial de la misma. En la p¨¢gina 109, solo unas l¨ªneas refieren el nacimiento de la Cheka, y para mayor despiste se la compara con los departamentos de propaganda y control creados por "muchos gobiernos europeos".
La dimensi¨®n estrictamente pol¨ªtica resulta de este modo afectada, al rehuir la articulaci¨®n de las piezas fundamentales en el sistema sovi¨¦tico. El papel de la Internacional Comunista resulta infravalorado y la superficialidad se acent¨²a cuando Priestland aborda la tem¨¢tica de frentes populares y democracias populares: como Carrillo, es incapaz de distinguir entre unos y otras. Hay adem¨¢s fallos de documentaci¨®n. Se ve que conoce mal la primavera de Praga.
El esfuerzo de Priestland ha sido impresionante, pero excesivo, y estuvo en muchas ocasiones guiado por la mencionada pauta interpretativa, a la sombra de Prometeo, quien sin duda estuvo encadenado pero para la cuesti¨®n que nos ocupa dedic¨® demasiados esfuerzos a la fabricaci¨®n de nuevas cadenas. Una lectura cr¨ªtica del libro es ¨²til, como lo es la de la reciente biograf¨ªa Trotski, revolucionario sin fronteras que desde la simpat¨ªa evidente hacia su figura nos ofrece, con notable rigor, Jean-Jacques Marie.
?ltima noticia: reedici¨®n de El libro negro del comunismo, coordinado hace trece a?os por St¨¦phane Courtois, y que hoy puede ser le¨ªdo con mayor serenidad, partiendo del magn¨ªfico cap¨ªtulo de Nicolas Werth sobre la violencia de Estado en la URSS.
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