Yo la adoro, pero... (elogio del chisme)
Un ¨ªndice del nivel cultural de un pa¨ªs es la calidad de las conversaciones sociales que mantienen sus ciudadanos por puro pasatiempo. El tiempo pasa quieras que no y el pasatiempo es aquello que torna ese pasar inexorable en algo deleitoso. La conversaci¨®n de recreo, entre familiares y amigos, durante comidas y cenas, en la terraza de un bar sobre el asfalto o a la aireada orilla del mar, es, por el placer que produce, la forma suprema de entretener nuestros ocios. ?Todos los pa¨ªses conversan igual? Yo creo que no y me temo que, en perspectiva comparada, la conversaci¨®n espa?ola, por regla general, no pica muy alto. Al menos entre los hombres, cuyos temas versan normalmente sobre deportes, pol¨ªtica, negocios, trabajo y mujeres. En tanto que ¨¦stas, las mujeres, adem¨¢s de pedirse mutuamente consejo sobre cuestiones pr¨¢cticas -consecuencia de soportar a¨²n hoy la mayor parte del peso de la casa y la organizaci¨®n familiar-, llevan con mucha m¨¢s frecuencia esos temas de conversaci¨®n amistosa hacia materias personales, ¨ªntimas y confidenciales. Si, en una reuni¨®n de hombres, uno inicia un argumento, por liviano que sea, sobre estas peliagudas arenas movedizas, al punto cae sobre ¨¦l la tacha de "intenso", afectado o pedante. Posiblemente sea Espa?a el pa¨ªs con el menor n¨²mero de pedantes de todo el mundo, porque una polic¨ªa de lucha antipedanter¨ªa est¨¢ aqu¨ª siempre vigilante para que nadie escape a las pautas de roma conversaci¨®n masculina. En cambio, las mujeres se intercambian noticias reservadas, abren su coraz¨®n a la amiga, comparten sus experiencias vitales y critican, critican mucho. Para introducir su cr¨ªtica, usan una f¨®rmula ad cautelam: "Yo adoro absolutamente a X (nombre de una amiga o conocida), pero...", y a continuaci¨®n censuran algo del modo de ser de la aludida o de su comportamiento reciente. Dir¨¢n que, ech¨¢ndomelas al principio de feminista, al final me ha traicionado mi machismo recalcitrante que perpet¨²a roles tradicionales entregando a las mujeres al feo vicio del comadreo. Eso ser¨ªa cierto si pensara que criticar es un ejercicio perverso, como de hecho parece creerlo la mayor¨ªa de la gente al mismo tiempo que lo practica con fruici¨®n. Pero yo tengo graves razones filos¨®ficas para esbozar una apolog¨ªa del arraigado h¨¢bito de criticar a nuestro pr¨®jimo. Por supuesto, no me refiero a la maledicencia, la calumnia y la difamaci¨®n, modos degenerados de la buena cr¨ªtica; y, cierto, criticando a terceros nos arriesgamos a perjudicar famas y nombres.
Eppur...
Y, sin embargo, la cr¨ªtica -el juicio que nos merecen los ejemplos de conductas y estilos de vida ajenos- constituye la ¨²nica v¨ªa posible de aprendizaje moral. Esto se debe a la peculiar naturaleza de la verdad moral, tan distinta de la l¨®gica o cient¨ªfica. Si queremos conocer una ley de la naturaleza, debemos estudiar las proposiciones conceptuales o matem¨¢ticas en las que viene enunciada; si quiero aprehender la esencia de una mesa, las mesas fenom¨¦nicas de mi experiencia s¨®lo son andaderas que me elevan hacia su Idea y, comprendida ¨¦sta, los ejemplares emp¨ªricos de ella nada a?aden a mi comprensi¨®n; la manzana que cae del ¨¢rbol es un ejemplo de la ley de la gravedad, pero la concreta manzana que golpe¨® la peluca empolvada de Newton es irrelevante. ?Sucede lo mismo con la verdad moral? Deseando comprender o que otro comprenda la esencia de la valent¨ªa, ?echar¨¦ mano del diccionario o la enciclopedia para leer all¨ª su definici¨®n? Seguro que no, porque, para cuestiones morales, la definici¨®n l¨®gica no agota ni de lejos toda la verdad moral, la cual se revela en toda su plenitud exclusivamente a trav¨¦s de la concreci¨®n emp¨ªrica del ejemplo: lo que la valent¨ªa sea se aprehende s¨®lo mediante la intuici¨®n contenida en un ejemplo tangible de valent¨ªa, no a trav¨¦s de los tratados discursivos, porque s¨®lo el ejemplo propone a la intuici¨®n del hombre, con evidencia sensible, la esencia de la acci¨®n enjuiciada. Aqu¨ª el ejemplo de la valent¨ªa pertenece a la esencia de la valent¨ªa, no funciona como la manzana de Newton. El entero aprendizaje moral del hombre, en fin, depende de un continuado juicio cr¨ªtico sobre los ejemplos significativos que nos rodean.
En consecuencia, hay que criticar al pr¨®jimo, siempre y sin cesar (por una vez el deber coincide con la inclinaci¨®n humana). La cr¨ªtica -el cotilleo, las hablillas, el chisme- no s¨®lo sazona el a veces rancio bocado de la vida, sino que es el veh¨ªculo privilegiado de acceso a la moralidad, pues s¨®lo en el ejemplo criticado -la conducta de un tercero- comparece ante m¨ª la virtud, presente o ausente, y se me hace intuible en su indefinible esencia. Imaginemos la primera cita de una pareja que desea conocerse mejor. Para ese fin, no le preguntar¨¢ uno al otro si le agrada lo bueno, bello y honesto que hay en la vida, porque la previsible contestaci¨®n positiva apenas permite avanzar en ese conocimiento. El momento decisivo de la conversaci¨®n sobreviene al concretar los ejemplos donde se materializan dichas cualidades abstractas: un hecho hist¨®rico, un libro, una pel¨ªcula, una canci¨®n; y, con especial intensidad, los ejemplos personales: amigos comunes, notoriedades p¨²blicas, pol¨ªticos. Nuestra sentimentalidad, el hond¨®n de nuestra alma, no se deja conocer directamente sino s¨®lo por v¨ªa refleja, proyect¨¢ndose sobre quienes son objeto de nuestros juicios morales.
S¨®crates iba por las calles de Atenas preguntando qu¨¦ es la virtud y se enredaba en interminables conversaciones con sus conciudadanos, que al final le costaron la vida exhibiendo un ejemplo imborrable de aquello mismo que preguntaba. Pero hemos visto que su interrogaci¨®n estaba mal formulada, porque deb¨ªa haber inquirido no qu¨¦ es la virtud sino qui¨¦n la encarna. Si, encontr¨¢ndome con ¨¦l en una de aquellas escenas que narra Plat¨®n, S¨®crates me hubiera dirigido su conocida pregunta, yo le hubiera replicado: "Yo te adoro, S¨®crates, pero... la virtud eres t¨²".
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