La fiesta del poder
Seg¨²n una reciente encuesta de Metroscopia para este diario, la mayor¨ªa de los espa?oles cree que la prohibici¨®n de las corridas de toros aprobada por el Parlamento en Catalu?a fue "un acto liberticida te?ido m¨¢s de razones pol¨ªticas que humanitarias".
Si es as¨ª, no ser¨ªa la primera vez. Todo r¨¦gimen en Espa?a, cuando no estaba ignorando la Fiesta o intentando abolirla, ha explotado el toreo para sus propios fines.
Alfonso X el Sabio persigui¨® a los matatoros de las fiestas populares: los toreros ten¨ªan que ser arist¨®cratas a caballo para que el establishment se llevara la gloria de organizar los festejos.
Incluso despu¨¦s de que los plebeyos invadieran el ruedo como profesionales de a pie, el poder remach¨® su superioridad: los programas anunciaron en grandes letras que era "el Rey Nuestro Se?or" quien daba su permiso para que se celebrara esta corrida.
Desde siempre los mandamases han utilizado las corridas de toros en beneficio propio
En la Transici¨®n, muchos intelectuales ve¨ªan los toros como un anacronismo de derechas
La monarqu¨ªa era un incansable promotor de la Fiesta. Hasta bien entrado el siglo XX no hab¨ªa coronaci¨®n, boda o nacimiento reales, victoria militar o visita de Estado que no tuviera su correspondiente corrida de toros. O varias.
Cuando en 1906, el d¨ªa de la boda de Alfonso XIII, la bomba de un anarquista dej¨® 28 muertos y centenares de heridos, se pens¨® en suspender la corrida programada para celebrar el enlace. Luego se decidi¨® lo contrario: se estim¨® que una suspensi¨®n provocar¨ªa tristeza y alarma entre el pueblo.
En el a?o del desastre de 1898, la pol¨ªtica invadi¨® el redondel con las corridas patri¨®ticas para apoyar la guerra de Cuba. En el festejo del 12 de mayo en Madrid, se?ala un cronista, "no cesaron de sonar los himnos patri¨®ticos (...) y los entusiastas vivas a Espa?a provocados por los inflamados brindis de los espadas". Guerrita: "?Brindo al presidente y a sus compa?eros, con el deseo de que el toro se transforme ahora en yanqui!" Mazzantini: "?Que todo el dinero recaudado en esta corrida se gaste en dinamita para romper en mil pedazos aquel pa¨ªs de aventureros llamado Estados Unidos!".
Desde siempre muchos liberales consideraron el toreo como un invento b¨¢rbaro de reaccionarios: todos esos animales que viv¨ªan en grandes latifundios mejor que los propios campesinos, toda esa sangre, violencia y machismo.
Sin embargo algunos progresistas explotaron el toreo cuando tuvieron la oportunidad. Para festejar la venida de la Segunda Rep¨²blica, se celebr¨® una corrida en Madrid, con la asistencia del presidente, a pesar de que el edificio todav¨ªa estaba sin terminar. El cartel se adorn¨® con la nueva bandera tricolor, y el dinero recaudado se destin¨® a los obreros en paro.En corridas ben¨¦ficas durante la guerra civil, los toreros en la zona nacional hac¨ªan el pase¨ªllo brazo en alto mientras la banda de m¨²sica tocaba canciones patri¨®ticas; conforme avanzaba la contienda, los carteles anunciaban el primer, segundo o tercer "A?o Triunfal Desde el Comienzo del Glorioso Levantamiento Nacional".
En la zona republicana toreros y p¨²blico se saludaban pu?o en alto y a veces cantaban La Internacional. Muchos combatientes de este bando aprovecharon para liquidar camadas enteras de reses bravas, y no solo para comida: el Ministerio de Agricultura sentenci¨® que "los toros bravos no son de ninguna utilidad para el pa¨ªs".
A los pocos meses de terminar la guerra se celebr¨® la magna Corrida de la Victoria en Madrid. Parte del albero se adorn¨® con el nuevo escudo patrio, y las banderillas llevaron los colores de la nueva bandera y de la Falange. El dinero recaudado se entreg¨® directamente al Caudillo.
En los primeros a?os, cuando Franco asist¨ªa a las corridas los espectadores, brazo en alto, gritaban "?Franco, Franco, Franco!".
El nuevo r¨¦gimen utiliz¨® la Fiesta para proclamar metas ambiciosas: los m¨¢rgenes de muchos programas llevaron frases de una naturaleza expansionista ("???Por el Imperio Hacia Dios!!!"), parecidas a las de la Alemania y la Italia fascistas.
Desgraciadamente, tras la contienda apenas quedaban toros con edad y trap¨ªo. Lo m¨¢s l¨®gico hubiera sido limitar el n¨²mero de corridas hasta que las ganader¨ªas pudieran recuperarse. Pero para un r¨¦gimen que intentaba desesperadamente distraer a los espa?oles de su miseria, privarles de su fiesta favorita hubiera sido impensable. El resultado fue el fraude, y durante a?os se lidiaron reses sin peso ni edad.
Durante la transici¨®n a la democracia, muchos espa?oles, especialmente los intelectuales, consideraban el toreo como un anacronismo de derechas -mero folclor, una falsificaci¨®n, parte de la Espa?a de pandereta-. Y sin embargo era un espect¨¢culo colorido y emocionante, ?no? ?No hab¨ªan sido aficionados Goya, Lorca, Picasso, Ortega y Gasset, Alberti?
Hubo un examen de conciencia, y ya en los a?os ochenta, un renovado inter¨¦s por los toros, igual que por el flamenco. Como siempre, los pol¨ªticos arrimaron el ascua a su sardina: durante el primer mandato socialista desde la guerra civil se aprob¨® una nueva versi¨®n del Reglamento Taurino (aunque fue un desacierto y muy criticado por los aficionados).
Y ahora, ?qu¨¦ pasar¨¢ tras lo de Catalu?a? El Partido Popular ha anunciado que recurrir¨¢ la prohibici¨®n en los tribunales y que promover¨¢ legislaci¨®n para que las corridas sean declaradas Bien de Inter¨¦s Cultural. Aunque parece obvio el af¨¢n de aprovechar una situaci¨®n vol¨¢til y dejar mal al Gobierno, como aficionado, aplaudo con calor su iniciativa.
?Y los socialistas? A juzgar por la historia, se podr¨ªa esperar una faena atropellada rematada con un bajonazo. Sin embargo, la pol¨ªtica, como el toreo mismo, ofrece eficaces recursos al lidiador valiente y resolutivo.
William Lyon es periodista y aficionado taurino norteamericano.
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