El "tonillo" maldito
Siestas de verano. Qu¨¦ maravilla. A pesar del inevitable mal humor en el despertar, la siesta de verano neutraliza sus efectos secundarios con una tarde que se prolonga durante horas. Siestas de verano. Ya quedan pocas. Yo, como muchas mujeres confiesan y tantos hombres ocultan, las duermo entre seriales y me siento en la gloria mecida por las voces de otros. Esta forofa de la siesta se sumerge en un sue?o tan hondo que los productores de Amar en tiempos revueltos debieran plantearse el patentar un ATR nocturno que adormeciera a los que a partir de las doce nos convertimos en desesperados insomnes. Siestas de verano. Son tan largas que se prolongan m¨¢s all¨¢ de una sola telenovela, y hay que buscarse dos. Este a?o di con la soluci¨®n perfecta. Encontr¨¦ la vieja serie Fortunata y Jacinta en un canal cuyo nombre no recuerdo. Como gran consumidora de series que soy tengo un sensor en mi cerebro que me despierta cuando suena la m¨²sica de los t¨ªtulos de cr¨¦dito. Casi sin abrir los ojos, con el mando en la mano como si fuera un rosario, cambiaba a la Primera y me acolchaba los cojines para enfrentarme a ATR. Lo extraordinario de las siestas es que no est¨¢n re?idas con enterarse de lo fundamental del argumento. El buen guionista de serial sabe que escribe para amantes de la siesta y de vez en cuando repite informaci¨®n para fijarla en nuestro cerebro. Este verano he vuelto a disfrutar de las hero¨ªnas de Gald¨®s, de aquella serie que se realiz¨® en 1980 y que est¨¢ a disposici¨®n de cualquiera en la web de TVE. Merece la pena. Aunque la realizaci¨®n se ha quedado algo est¨¢tica para c¨®mo ha avanzado el arte de las series, los guionistas supieron transmitir magistralmente el lenguaje galdosiano; no es casualidad que uno de los que firma el gui¨®n sea Pedro Ortiz Armengol, el autor de la ¨²nica gran biograf¨ªa de don Benito. Ya nos vale. El gran prodigio de la serie son sus actores: Paco Rabal, Mar¨ªa Luisa Ponte, Ana Bel¨¦n, Maribel Mart¨ªn, Mario Pardo, Manolo Zarzo, Manuel Alexandre? Era una ¨¦poca previa a que se impusiera en algunas escuelas de interpretaci¨®n la man¨ªa de una naturalidad que despreciaba el lenguaje. Hasta tal punto cundi¨® que hoy algunos j¨®venes actores hablan con un "tonillo", que copian, imagino, de los insoportables doblajes actuales. El virus del "tonillo" no est¨¢ s¨®lo en boca de los actores, lo han copiado reporteros, locutores, corresponsales. Ese "tonillo" rid¨ªculo desvirt¨²a la m¨²sica del castellano y banaliza el mensaje que se quiere transmitir. El "tonillo" se fue imponiendo a ¨²ltimos de los ochenta; parec¨ªa que no se era buen reportero o presentador si no se hac¨ªan esas subidas y bajadas extra?as con la voz. Tras leer mi primer bolet¨ªn de noticias recib¨ª un consejo de un jefe de informativos que no he olvidado: "No imites el soniquete de otros. Eso no te har¨¢ mejor periodista". A mediados de julio se public¨® un art¨ªculo del americano John Healey, que dio mucho que hablar en el mundo de los actores. Healey ven¨ªa a decir que hab¨ªa algo en la forma que ten¨ªamos los espa?oles de hablar y gesticular que nos incapacitaba para la interpretaci¨®n. Conozco a Healey y s¨¦ del gran cari?o que tiene a Espa?a, es decir, que no hab¨ªa ni prejuicio ni mala fe, pero creo que su hip¨®tesis sociol¨®gica era tan infundada como considerar que los negros llevan el ritmo en la sangre o que los gitanos cantan flamenco mejor que los payos. Por qu¨¦ cargar sobre los hombros de los actores la responsabilidad de una mala pel¨ªcula. El cine es milagroso y hasta los malos actores parecen buenos cuando est¨¢n en manos de un buen director y a la inversa. Estoy segura de que casi ning¨²n actor de los que aparec¨ªan en Fortunata y Jacinta eran del "m¨¦todo". Muchos de ellos se educaron trabajando y proyectando la voz sobre un escenario para que les entendiera el de la ¨²ltima fila. Si Gald¨®s convert¨ªa en heroicas las vidas de personas comunes, estos actores hac¨ªan exactamente lo mismo en los plat¨®s y en escena. Sus voces, a pesar de que me llegaban a trav¨¦s del filtro de mi duermevela, inundaban a mis o¨ªdos como agua cristalina, en voz alta para que se les entendiera, como suelen hacer las criaturas cuando conversan. Dec¨ªa Katharine Hepburn que le impacientaban las personas que no hablan claro. C¨®mo lo comparto. Por cierto, hab¨ªa una tierna coincidencia en la sobremesa: mientras una joven Ana Bel¨¦n recreaba a Fortunata, su hija, Marina San Jos¨¦, hac¨ªa de se?orita en la de los Tiempos revueltos. El caso es que viendo la serie galdosiana pensaba esto que escribir¨ªa en mi primer art¨ªculo: "Si los actores de la vieja escuela, de la que se nutr¨ªa de la calle, eran tan cre¨ªbles quiere decir que el mal, si es que lo hay, no es end¨¦mico". Puede que a fuerza de ense?ar a los actores a hacer ejercicios de introspecci¨®n algunos hayan acabado hablando para su camisa; que a fuerza de exagerar el habla de barrio se tienda a imitar al lumpen; que a fuerza de abaratar el doblaje algunos jovencillos son v¨ªctimas del "tonillo". Nada que no se pueda arreglar. Hay actores maduros que han visto que los viejos llevaban raz¨®n: hay que saborear las palabras. La serie me ha animado a leer de nuevo Fortunata. C¨®mo ser¨¢ de poderoso ese personaje de Gald¨®s que siempre que me acerco a su final se me parte el coraz¨®n.
El virus no est¨¢ s¨®lo en boca de los autores, lo han copiado reporteros, locutores, corresponsales
A fuerza de exagerar el habla de barrio se tiende a imitar al lumpen. Hay saborear las palabras
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