De premios
Cada treinta segundos se concede un premio en Espa?a. Lo que suena, a priori, a pa¨ªs generoso, puede resultar una infecci¨®n de proporciones b¨ªblicas. El Pr¨ªncipe de Asturias es uno de los premios m¨¢s eminentes y habr¨ªa que distinguirlo de, por ejemplo, el Zurriagazo de Oro del Casino Agropecuario de Somormujos. Adem¨¢s, el Premio Pr¨ªncipe de Asturias ha servido y sirve para que nuestro pr¨ªncipe Felipe conozca a gente, que no est¨¢ f¨¢cil la cosa, y adem¨¢s gente valiosa e irrepetible y no descerebrados de cualquier aristocracia de por ah¨ª. Ayer La Roja sali¨® ganadora en la categor¨ªa de mejor deportista. El jurado lo conformaban, en su mayor¨ªa, una serie de destacados periodistas deportivos, los mismos que si La Roja no hubiera ganado el Mundial habr¨ªan acometido la ardua tarea de ponerlos a parir uno a uno, desde el entrenador al tercer portero, y adem¨¢s pedir cabezas hasta del eterno presidente federativo. El triunfo nos da a todos una oportunidad para ser mejores personas. Y hay que aprovecharla.
Hace poco, en este mismo peri¨®dico, el escritor Juan Goytisolo argumentaba en un art¨ªculo las razones que le llevaron a rechazar una distinci¨®n. No es la primera vez que analiza en profundidad la grandeza de su desprecio a un galard¨®n y aunque presumir de rechazar un premio es bastante peor que recogerlo con discreci¨®n, puede que pronto, dado el volumen de premios, lo exquisito sea rechazarlos como quien rechaza un canap¨¦ rancio. La selecci¨®n de f¨²tbol nos hizo felices cuando m¨¢s lo necesit¨¢bamos, ¨¦se es el enorme premio que nosotros les reservamos adentro. El v¨¦rtigo est¨¢ en abusar de la comparaci¨®n de los triunfos deportivos, forzar al f¨²tbol a ser met¨¢fora del existir. Una mediocre vida bien llevada siempre arrastra m¨¢s m¨¦ritos que cualquier triunfo deportivo restallante. Ser¨¢ bueno ahorrar mitificaciones, no sea que pase como en la caravana de recibimiento a los ganadores del Mundial por las calles de Madrid, donde los locutores no paraban de repetir que aquellos futbolistas eran un ejemplo para la juventud, mientras desbarraban borrachos en la azotea de un autob¨²s. O que nos pase como con el profesor Neira, de h¨¦roe a villano y tiro porque me toca, en el desenfrenado parch¨ªs de la histeria colectiva medi¨¢tica.
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