Las cenizas de John Sayles y el experimentalismo grotesco
El prestigioso gueto del cine independiente norteamericano ha alumbrado infinidad de pel¨ªculas que pretend¨ªan ser ins¨®litas y se quedaban en vacuas, nader¨ªas experimentales, balbuceos penosos que se arrogaban la supuesta heroicidad de estar realizadas de espaldas al sistema. Los m¨¢s astutos entre los impostores han conseguido hacer larga y olvidable carrera a pesar de su irremediable impotencia creativa. Otros fueron flor de un d¨ªa. Y los directores con incuestionable talento y f¨¦rrea militancia en la independencia no parecieron sufrir excesivo trauma cuando los grandes estudios les ofrecieron financiar sus proyectos e integrarse en eso tan odioso de la industria. Tambi¨¦n han existido, por supuesto, los creadores aut¨¦nticos que desde?aron el canto de las voraces sirenas y siguieron a su rollo, intentando rodar libremente las historias que les apetec¨ªa contar. John Sayles pertenece a ese honorable grupo.
El Sayles de 'Passion fish' o 'Lone star' no tiene nada que ver con la plana 'Amigo'
Desde sus comienzos, el cine de Sayles revel¨® una sensibilidad notable, capacidad para hablar con inteligencia, sentimiento y veracidad de gente en circunstancias dif¨ªciles. Y toc¨® el cielo con la extraordinaria Passion Fish, centrada en la problem¨¢tica relaci¨®n entre una mujer desolada y sarc¨¢stica que vuelve a sus ra¨ªces despu¨¦s de haber quedado hemipl¨¦jica tras un accidente y una antigua yonqui a la que ha contratado para que la cuide, y con la compleja y hermosa Lone Star, que retrata la dolorosa investigaci¨®n que hace un hombre honesto sobre el reverso de su legendario padre.
El estado de gracia que desprenden esas dos pel¨ªculas nunca ha vuelto a aparecer en la obra errante, abundante y posibilista de Sayles, un Che Guevara del cine dispuesto a recorrer el mundo con su c¨¢mara retratando los desmanes que cometen los fuertes en cualquier parte y la supervivencia de los perdedores. Hay alg¨²n acierto en ese camino, permanentes buenas intenciones, pero nada de verdad memorable.
Sayles ambienta Amigo en un pueblo de Filipinas, a finales del siglo XIX, durante la invasi¨®n del ej¨¦rcito norteamericano. Cuenta el tr¨¢gico dilema del jefe del poblado, presionado por los soldados yanquis que se han apoderado de la aldea y amenazado por los insurgentes, que le consideran un traidor por el supuesto colaboracionismo que mantiene con los invasores. Resulta transparente que Sayles utiliza esa ¨¦poca y esos escenarios para hacer una par¨¢bola sobre lo que est¨¢ ocurriendo en Irak. Tambi¨¦n para criticar el poder castrador de la religi¨®n y el militarismo que solo conf¨ªa en la fuerza y desprecia el intento de comprender la mentalidad del invadido. Todo ello est¨¢ contado de forma plana, con tono naif, con evidente y penosa falta de medios, con actores que parecen aficionados (algo que resulta evidente en los momentos en que aparece el muy profesional Chris Cooper), sin el poderoso aliento que alguna vez posey¨® el cine de este hombre.
A pesar de las progresivas carencias, el cine de Sayles siempre merecer¨¢ expectativas. Me ocurre todo lo contrario, un inalterable, higi¨¦nico y justificado deseo de salir corriendo cada vez que observo en la pantalla el temible r¨®tulo Luis Mi?arro presenta, sensaci¨®n solo comparable a la de Paulo Branco presenta. Independientemente del director con el que estos productores hayan ejercido el mecenazgo, ya s¨¦ el castigo que me espera. Lo ¨²nico que me fascina en ellos es su habilidad para conseguir en nombre de la estafada cultura eterna financiaci¨®n institucional y p¨²blica (eso no excluye encontrar alg¨²n capital privado encaprichado en subvencionar el vac¨ªo pretencioso) para seguir alimentando el sello de la casa. No concibo para m¨ª un metodo de tortura tan siniestro como que me inmovilizaran en una silla, me impidieran cerrar los ojos y tuviera que tragarme sin pausas y sin prisas la filmograf¨ªa de estos dos productores.
Ignoro lo que pretende contar Aita, dirigida por Jos¨¦ Mar¨ªa de Orbe, pero tengo claros los quince primeros minutos, dedicados a una conversaci¨®n supuestamente espont¨¢nea y letalmente fatigosa entre dos fulanos que no vuelven a parecer y a un se?or que va abriendo una por una las ventanas de un caser¨®n deshabitado que al parecer oculta alg¨²n misterio y en el que por la noche se reflejan im¨¢genes en las paredes que rememoran la historia de sus moradores. Tambi¨¦n aparece un cura vestido de paisano que habla de cad¨¢veres con el restaurador de la mansi¨®n y le consuela sobre el efecto torturante de una luz sobrenatural. Pero no es una pel¨ªcula de terror, ni una evocaci¨®n l¨ªrica, ni un retrato sicol¨®gico. Es la nada intentando nadear en 80 minutos insufribles. De acuerdo, tiene el inapreciable don de que una parte de ese metraje est¨¢ hablado en euskera. Quiero imaginar que lo m¨¢s selecto que puede ofrecer el ¨²ltimo cine espa?ol no es lo que est¨¢ exhibiendo la secci¨®n oficial de este festival. Si el pat¨¦tico experimentalismo de Aita es demostrativo de las esencias de la cosecha actual, todo invita al temblor.
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