El capit¨¢n Alatriste
Corr¨ªa el a?o de gracia (es un decir) de 1996 cuando los observatorios literarios detectaron, no sin perplejidad, la aparici¨®n de una nueva estrella, de considerable magnitud, en el firmamento novel¨ªstico. Contra todo pron¨®stico, una novela que parec¨ªa dirigirse solo al p¨²blico m¨¢s joven (su ya famoso autor, Arturo P¨¦rez-Reverte la firmaba de consuno con su hija Carlota, de 12 a?os a la saz¨®n) y ser casi un mero capricho de un devoto confeso de Los tres mosqueteros, no solo se aup¨® a los primeros puestos de las listas de venta, sino que inscribi¨® un nuevo personaje en eso que se ha dado en llamar el imaginario colectivo. Protagonista y novela compart¨ªan nombre: el capit¨¢n Alatriste.
"No era el hombre m¨¢s honesto ni el m¨¢s piadoso, pero era un hombre valiente"
Antiguo soldado de los tercios de Flandes, abandonado a su suerte como tantos otros, Diego Alatriste y Tenorio, apodado capit¨¢n por m¨¦rito propio, aunque nunca pas¨® de cabo, malvive en el Madrid de Su Majestad Cat¨®lica el cuarto Filipo (como entonces se dec¨ªa), desempe?¨¢ndose de espadach¨ªn a sueldo. Esa vida al borde del hampa no oculta a un fil¨¢ntropo de capa y espada. Alatriste no es un justiciero en sus ratos libres, como el Zorro, ni roba a los ricos para d¨¢rselo a los pobres, seg¨²n el mito del buen bandido que va de Robin Hood a Luis Candelas. Se limita a sobrevivir como buenamente puede, m¨¢s bien hura?o, atormentado por sus propios fantasmas de amor y muerte (o muertes, ser¨ªa mejor decir). Una figura de luces y sombras cuyo contraste no har¨¢ sino acentuarse en las sucesivas entregas de la serie. Si al capit¨¢n hay algo que le redime es su peculiar sentido de la dignidad y su talante. Ya saben vuesas mercedes, "No era el hombre m¨¢s honesto ni el m¨¢s piadoso, pero era un hombre valiente".
Reconcentrado, casi un mis¨¢ntropo, s¨ª, pero a Alatriste no le faltan amigos. Y qu¨¦ amigos. Unos son viejos veteranos como ¨¦l: Juan Vicu?a, soldado estropeado y garitero (dicho a la moderna, invalido de guerra y propietario de un local de juego); Mendo el Toscano, que ha pasado a regentar unos ba?os y a ejercer de barbero; Mart¨ªn Salda?a, cuyo cargo de teniente de alguaciles (obtenido, seg¨²n las malas lenguas, a cambio de sobrellevar una abultada cornamenta) no deja de ser de ayuda para alguien que, como el capit¨¢n, se mueve al filo de la ley; a los que en la tercera entrega de la serie se unir¨¢ Sebasti¨¢n Copons, que se har¨¢ inseparable de Alatriste. Otros son parroquianos asiduos de la taberna del Turco, que regenta la medio amante del capit¨¢n, Caridad la Lebrijana (destinada, la pobre, a pintar cada vez menos en el lienzo de la vida de su Diego), donde se dan cita el D¨®mine P¨¦rez, jesuita y preceptor; el Tuerto Fadrique, boticario, y el Licenciado Calzas, picapleitos, cuyos respectivos saberes tambi¨¦n han ayudado al espadach¨ªn tras algunos malos lances. Pero los amigos de Alatriste no se reclutan solo entre gente, como ¨¦l, de medio pelo (o directamente ralo). Tambi¨¦n antiguo compa?ero de armas (aunque cada uno en su sitio), otro amigo del capit¨¢n es el conde de Guadalmedina, arist¨®crata refinado, poeta y vividor, con una mano en la pluma y otra en el cubilete de dados. Y como broche de oro, don Francisco de Quevedo, tan diestro con la pluma como con la espada, azote sat¨ªrico de bobos y mangantes, tan capaz de hundir una reputaci¨®n con una letrilla como de asomarse al abismo del ser y del tiempo en un soneto.
Pero si una persona queda en parte retratada por sus amigos, no lo queda menos por sus enemigos, aunque a estos rara vez los elija uno. Dime a qui¨¦n te enfrentas y te dir¨¦ qui¨¦n eres. Los antagonistas de Alatriste est¨¢n, sin duda, a la altura, y entre ellos destacan un pol¨ªtico corrupto, don Luis de Alqu¨¦zar, secretario del Rey Nuestro Se?or; un cura fan¨¢tico, fray Emilio Bocanegra, miembro del Consejo Supremo del Santo Oficio de la Inquisici¨®n, y un sibilino sicario, siciliano por m¨¢s se?as, Gualterio Malatesta, que, como el propio capit¨¢n, vive de alquilar su acero. Ni que decir tiene que de entre todos ellos, el ¨²nico que despierta cierta simpat¨ªa en el lector es esta especie de mafioso avant la lettre, que aunque no sea igual que el capit¨¢n, tampoco es tan distinto. Algo que no deja de enturbiar la mirada de Alatriste cuando se ve reflejado en el espejo de su contrincante.
Esta galer¨ªa ha de cerrarse, claro est¨¢, con ??igo Balboa y Ang¨¦lica de Alqu¨¦zar. Ella, la hu¨¦rfana sobrina de don Luis, es la bella dama sin piedad que perseguir¨¢ a ??igo con el rigor que solo da la inextricable aleaci¨®n de amor y odio. ?l, el joven paje (m¨¢s bien, hijo adoptivo) del capit¨¢n, hu¨¦rfano a su vez de uno de sus viejos camaradas del Tercio Viejo de Cartagena, aguerrido compa?ero y narrador privilegiado de las aventuras de Diego Alatriste. La primera de ellas (unos misteriosos j¨®venes ingleses acaban de llegar en secreto a Madrid y alguien quiere deshacerse de ellos) est¨¢ dispuesta a empezar.
Ma?ana domingo, El capit¨¢n Alatriste, por 2,95 euros con EL PA?S.
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