Big Daddy en el cielo con diamantes
Hace a?os, una actriz argentina que acababa de interpretar La gata sobre el tejado de zinc me dijo: "Es un regalo envenenado. La obra se llama as¨ª, pero Maggie no es la protagonista. Ya puedes dejarte la piel en el primer acto: llega Big Daddy, te roba la funci¨®n, y s¨®lo vuelves a llevar la voz cantante en la escena final. Es como si Tennessee Williams no hubiera sabido qu¨¦ hacer con ella". Me temo que mi amiga ten¨ªa bastante raz¨®n. El dramaturgo afirma en sus memorias que Can On a Hot Tin Roof es su obra favorita, pero se apresura a se?alar que el desp¨®tico y agonizante Big Daddy es "su mejor creaci¨®n". La mayor¨ªa de las obras de Williams son, en esencia, duettos. Hay una confrontaci¨®n muy vigorosa entre dos personajes y los dem¨¢s act¨²an un tanto como sat¨¦lites. En este caso hay un extra?o deslizamiento, ignoro si casual o deliberado, y la confrontaci¨®n pasa de marido y mujer a padre e hijo. No es su ¨²nico problema. Ustedes saben que no soy partidario de las versiones aligeradas, pero por una vez le doy la raz¨®n (con reparos) a ?lex Rigola, que para reinaugurar el Lliure de Gr¨¤cia (excelente sala y gran ¨¦xito) ha dejado la funci¨®n en hora y media y el reparto en seis actores. De entrada, Rigola tiene el detalle de se?alar que Gata sobre teulada de zinc calenta (versi¨®n catalana de Joan Sellent) es una "adaptaci¨®n libre" que como tal asume y dirige. Su poda tiene sentido: el original rebosa palabrer¨ªa; "informa" en vez de mostrar o sugerir; los personajes de Gooper y Mae, cu?ados de Maggie, parecen villanos de opereta (sure?a), y sobra por completo el desfile de secundarios: el cura, el m¨¦dico, los ni?os, los criados.
Hay un extra?o deslizamiento, y la confrontaci¨®n pasa de marido y mujer a padre e hijo
Rigola ha dejado la funci¨®n en hora y media y el reparto en seis actores. Su poda tiene sentido: el original rebosa palabrer¨ªa
Hay en el trabajo de Rigola resoluciones admirables (la forma en que Big Daddy intuye la verdad de boca de su hijo, mucho m¨¢s sutil que en el original) y, qu¨¦ vamos a hacerle, un poco de lo mismo que le reproch¨¦ a Tolcachir en Todos eran mis hijos: parece que a veces no es f¨¢cil encontrar un equilibrio entre la ret¨®rica y el telegrama. En su reenfoque del texto tambi¨¦n hay ganancias y p¨¦rdidas: Rigola humaniza a Gooper (Santi Ricart) y Mae (Ester Cort), pero convierte a Big Mama (Muntsa Alca?iz), que quiere realmente a Big Daddy (Andreu Benito) y en el tercer acto ten¨ªa peso y emoci¨®n, en una criatura errabunda y casi fantasmal, por no decir cercana a un zombi.
La escenograf¨ªa de Max Glaenzel ya indica un intento de maridaje, no siempre feliz, entre naturalismo y estilizaci¨®n: la cama bajo un ¨¢rbol muerto, la floraci¨®n de arbustos de algod¨®n, el piano atestado de botellas, y el r¨®tulo en ne¨®n que indica, por si hiciera falta, el mantra de la obra: Why Is It So Hard To Talk? En los sesenta habr¨ªan dicho que La gata era un texto sobre la incomunicaci¨®n; quiz¨¢s sea m¨¢s preciso decir que versa sobre el autoenga?o, sobre lo que rechazamos saber hasta que no queda m¨¢s remedio: el origen de la culpa de Brick, la enfermedad de Big Daddy. Hablando de incomunicaci¨®n, el primer acto roza, en manos de Rigola, la parodia de Antonioni. Es sugestivo que Brick (Joan Carreras) beba susurrando canciones junto al piano, como si su mente estuviera en un bar de las afueras de Marte, mientras Maggie (Chantal Aim¨¦e) clama por su retorno al t¨¢lamo, pero no me parece buena idea la insistencia en tenerles a seis metros y habl¨¢ndose de perfil, distancia s¨®lo interrumpida por un fallido intento de felaci¨®n.
El clima creado por el espl¨¦ndido pianista Raffel Plana, que parece tocar realmente desde otro planeta, como si las notas heladas se derritieran al contacto con la t¨®rrida atm¨®sfera terrestre, es notabil¨ªsimo, aunque la iluminaci¨®n l¨®brega y el calor de la sala empujan la magia hacia una cierta letargia. Carreras interpreta a Brick como un golden boy ca¨ªdo, empapado en alcohol, exhalando asco hacia todo y especialmente hacia s¨ª mismo: parece un primo hermano de Seymour Glass y de los antih¨¦roes de Fitzgerald. Es muy dif¨ªcil interpretar desde el arrasamiento y embocar el punto justo: Carreras lo consigue. No puedo decir lo mismo de Chantal Aim¨¦e, que se entrega pero no convence, quiz¨¢s porque su combinaci¨®n de agon¨ªa an¨ªmica y desborde pasional resulta un tanto forzada. Falta m¨¢s viveza en sus parlamentos, a ratos demasiado enf¨¢ticos. Quiz¨¢s, curiosamente, requerir¨ªa algo m¨¢s de texto, algo m¨¢s de la verborrea nerviosa del original. Quiz¨¢s, a fin de cuentas, el pugilato entre Brick y Maggie no tenga un inter¨¦s superlativo. Todo cambia, y c¨®mo, con la entrada de Andreu Benito, que interpreta a Big Daddy con su mezcla habitual de autoridad y melancol¨ªa (muy cercano a su Dorn en La gaviota de la Villarroel), pero con una fuerza y unas embestidas de rabia que nunca le hab¨ªa visto. El brutal anhelo de sinceridad del personaje centuplica el voltaje de la funci¨®n: por fin pasan cosas, por fin se coge el toro por los cuernos, por fin nos sentimos implicados en el conflicto (aunque, la verdad, suena muy raro que Brick le llame "abuelo").
Benito y Carreras no s¨®lo bordan un mano a mano de antolog¨ªa: el careo entre Brick y Big Daddy es la funci¨®n, es lo que nos toca y lo que se recuerda; lo dem¨¢s es planteamiento y desenlace, estructuralmente necesarios pero con muy inferior garra dram¨¢tica. Incluso me atrever¨ªa a decir, cargando un poco la mano, que la historia se entender¨ªa perfectamente s¨®lo con ese tramo. El desenlace sigue las pautas formales de un oratorio, iniciado en la culminaci¨®n emocional del segundo acto con Song to the siren, de Tim Buckley/This Mortal Coil. Aqu¨ª Rigola est¨¢ muy cerca de sus escenas del desierto en 2666 o de las n¨ªtidas fantasmagor¨ªas de Castellucci: los personajes contra la pared, como oficiantes de un ritual arcaico; los algodonales relumbrando en la penumbra como v¨ªrgenes fluorescentes; la m¨²sica girando sobre s¨ª misma, en un loop infinito, como una eleg¨ªa funeral o una tormenta acerc¨¢ndose. La intensidad po¨¦tica es sobresaliente, aunque a costa de forzar la nota pesimista. A la amputaci¨®n del personaje de Big Mama, se?alada al principio, hay que sumar la condena de Maggie a la inoperancia: sin lanzamiento de botellas, sin reafirmaci¨®n vital, sin redenci¨®n para su hombre. Pero as¨ª lo ha querido el director y adaptador.
Gata sobre teulada de zinc calenta,de Tennessee Williams. Traducci¨®n de Joan Sellent. Direcci¨®n de ?lex Rigola. Teatro Lliure de Gr¨¤cia. Barcelona. Hasta el 12 de diciembre. www.teatrelliure.com.
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