Se?oras que aman la cultura
"Espa?a es ese pa¨ªs donde las abuelas ven pel¨ªculas de Pedro Almod¨®var y no solo no se escandalizan, ?es que se sienten identificadas!". Esta era la humor¨ªstica definici¨®n que hace a?os nos brindaba un hispanista americano de este peque?o pero intenso pa¨ªs, Espa?ita. La mirada del forastero te permite ver lo que t¨² no has visto, porque la cercan¨ªa empa?a el juicio, siempre condicionado por la historia personal. Al fin y al cabo, ?qu¨¦ es la patria sino el paisaje en el que vivimos la juventud o, como dec¨ªa, Max Aub, donde estudiamos el bachillerato? Yo nunca habr¨ªa reparado en que en Estados Unidos, por ejemplo, ser¨ªa impensable que una se?ora de cierta edad aceptara situaciones y bromas para las que hay que ser muy abierto de mente. Veo mujeres mayores en los cines de Manhattan, s¨ª, pero por el aspecto (abunda el modelo Susan Sontag) les supongo una alta preparaci¨®n intelectual. Acuden al cine a ver a Almod¨®var como el que asiste a un acto cultural, a la obligada cita con el cine de autor. Son personas entrenadas para catalogar la irreverencia como una decisi¨®n creativa. Pero lo que al hispanista le hac¨ªa gracia era que en Espa?a este director perd¨ªa su condici¨®n de artista de culto para ser, con abuelas incluidas, un cineasta popular. Su comentario es de hace unos diez a?os, yo a¨²n no hab¨ªa reflexionado sobre c¨®mo las personas que se criaron en la posguerra fueron las que de manera m¨¢s dr¨¢stica tuvieron que adaptarse a un nuevo pa¨ªs. Al fin y al cabo, para los j¨®venes no hay m¨¢s tiempo que el presente, pero ellos, ni?os de la guerra, ven¨ªan de una patria (con escasos alumnos de bachillerato) que se convertir¨ªa en otra. Hoy sabemos que fueron las mujeres las que de manera m¨¢s r¨¢pida asumieron los cambios. Ellas, las se?oras que perdieron sus a?os de escuela, fueron las que mayoritariamente aceptaron sus lagunas de conocimiento y se apuntaron a los centros de adultos. Ahora, invaden los actos culturales. Ajenas a la pereza y con ansias de recuperar el tiempo perdido, hacen cola en los museos, reciben clases de historia, entran del bracete en las conferencias, aprovechan el d¨ªa del espectador, se apuntan a viajes de car¨¢cter cultural, y en muchos casos, dejan a sus maridos en casa, con el mando a distancia y unos Tupper en el congelador. Tienen algo c¨®mico. Quiz¨¢ sea su esp¨ªritu positivo, tan ajeno a los tiempos, y una curiosidad a prueba de ese desd¨¦n que tan a menudo sobrevuela los c¨ªrculos culturales. Son se?oras. Se?oras que han plagado el Facebook con los grupos m¨¢s votados y m¨¢s ingeniosos que pululan por las redes: "Se?oras que ven a j¨®venes volviendo del After y piensan que han madrugado", "Se?oras con la bolsa en la cabeza cuando llueve", "Se?oras que te preguntan, ?te has quedado con hambre?, ?te fr¨ªo un huevo?", "Se?oras que se vieron todos los programas de Saber Vivir y se han vuelto inmortales", "Se?oras que se guardan las mejores bragas para el d¨ªa en que van al m¨¦dico", "Se?oras que aseguran que su vecino asesino siempre las saludaba", "Se?oras que se sacan la silla a la puerta y se montan su propio S¨¢lvame Deluxe". Adoradas por la gente m¨¢s joven que reconocen en esas actitudes a sus abuelas o a sus madres, son celebradas como las reinas de la cultura pop, a las que les da igual ocho que ochenta, una exposici¨®n de Sorolla, un curso de cocina japonesa o la noche en blanco. El cine deber¨ªa aprovechar m¨¢s su tir¨®n humor¨ªstico, no con esas Chicas de oro a la espa?ola (por Dios, qu¨¦ idea m¨¢s desafortunada) sino retratando el car¨¢cter de resistentes que las convierte en imbatibles en el tercer acto de su vida. La gente que integra el mundo de la cultura deber¨ªa caracterizarse por su esp¨ªritu abierto y desprejuiciado, pero no, mi experiencia me dice que lo que en el mundo real despierta simpat¨ªa es visto, a menudo, con la ceja alzada por parte de los cosechadores de ese huerto. A veces, aunque parece incre¨ªble, hay quien se atreve a hacer p¨²blico ese desprecio, escribiendo sobre esa literatura que consumen las se?oras, sobre esas se?oras que inundan las exposiciones y no te dejan disfrutar de los cuadros, o aquellas otras que se apropian de los primeros asientos de una conferencia. Misoginia y clasismo en un pack. El desd¨¦n no es nuevo. Ya en el siglo XVIII se despreciaba la novela por ser un g¨¦nero destinado a se?oritas (como dir¨ªa Guerra, sin ¨¢nimo de ofender). Ahora, con la boca grande o la chica se las desprecia, en p¨²blico o en privado, se mira por encima del hombro a ese p¨²blico sin el cual fracasar¨ªan la mayor parte de los actos culturales, actos para los que los hombres, s¨ª, los maridos de esas se?oras hiperactivas, se muestran a menudo perezosos o, peor a¨²n, vergonzosos. Menos mal que ellas, tan due?as ya de su destino, ajenas a la burla, se abrir¨¢n paso con mucha educaci¨®n y a codazos (en su sistema moral no es incompatible) y discutir¨¢n sobre Primo Levi, como est¨¢n haciendo ahora en algunos clubes de lectura andaluces, o se acercar¨¢n a una biblioteca donde esa tarde habla el escritor o la escritora de la que est¨¢n leyendo un libro. Mientras el novelista diserta, una se?ora murmurar¨¢, "est¨¢ m¨¢s viejo que en la foto del libro", a lo que la otra responder¨¢, "le habr¨¢n hecho el fotochop".
Hay se?oras mayores que acuden al cine a ver a Almod¨®var como el que asiste a un acto cultural
Ya en el siglo XVIII se despreciaba la novela por ser de se?oritas (como dir¨ªa Guerra, sin ¨¢nimo de ofender)
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