La prostituci¨®n, aqu¨ª, a plena luz
Espa?a es el pa¨ªs de la UE que m¨¢s recurre al sexo de pago y donde menos se esconde - La tolerancia ha normalizado la percepci¨®n social del comercio sexual
Luces rojas, blancas o amarillas. Reclamos de ne¨®n con figuras de chicas exuberantes. Largas piernas. Voluptuosos labios. Las carreteras de salida de ciudades como Madrid, Valencia o Sevilla est¨¢n plagadas de clubes donde se vende sexo. Donde uno puede tomarse una copa y acostarse con una chica (o no) por unos cuantos euros. Burdeles grandes o peque?os. Caros o baratos. La oferta es enorme. Pero tampoco hace falta irse al extrarradio, a la oscuridad de la salida de una autov¨ªa. En el centro de las ciudades abundan los burdeles y las zonas en las que las mujeres venden su cuerpo en plena calle y a la luz del d¨ªa. Puede molestar o no, pero a nadie le extra?a.
Espa?a, donde la prostituci¨®n se mueve en el limbo de la alegalidad, es uno de los pa¨ªses europeos en los que la sociedad es m¨¢s tolerante hacia este fen¨®meno. La oferta, adem¨¢s, ha ido aumentando en la ¨²ltima d¨¦cada debido fundamentalmente al crecimiento de la inmigraci¨®n. En la actualidad, se calcula que hay alrededor de 300.000 meretrices ejerciendo, y sus clientes cada vez son m¨¢s j¨®venes, se?al de que las nuevas generaciones observan el intercambio de sexo por dinero m¨¢s lejos de los tab¨²es y m¨¢s cerca de lo socialmente aceptado. Ejemplo para algunos de una forma de entender el ocio, la noche y la vida, y que para otros supone la manifestaci¨®n de la doble moral cat¨®lica y de la pervivencia de una sociedad patriarcal que a¨²n contempla a la mujer como objeto; el resto de un tiempo donde la iniciaci¨®n sexual de muchos hombres ten¨ªa lugar en burdeles.
La Iglesia no cree que la ramera sea una amenaza para la familia; la amante, s¨ª
Hay unas 300.000 meretrices y sus clientes son cada vez m¨¢s j¨®venes
"Los protestantes tienen otra ¨¦tica personal y social", dice un historiador
Durante el franquismo hubo control sanitario de las profesionales
Si se ampl¨ªa la mirada -separando el foco del inevitable debate de si conviene regular o prohibir la prostituci¨®n, de si las mujeres que la ejercen lo hacen libremente o explotadas- y se pasea por la calle Montera de Madrid, a dos minutos de la Puerta del Sol, por el c¨¦ntrico Raval de Barcelona o por cualquiera de los pol¨ªgonos industriales donde las mujeres, llueva o truene, aguardan a los clientes, se percibe esa realidad (de aceptaci¨®n o de ojos vendados, como se prefiera) en la que a muy pocos se les abre la boca de incredulidad ante el paisaje de minifaldas y escotes. La prostituci¨®n se observa bajo una lente de normalidad.
Los datos hablan por s¨ª mismos. En Espa?a, el 39% de los hombres ha pagado por mantener relaciones sexuales a lo largo de su vida, seg¨²n datos recogidos por la ONU en su informe Trata de personas hacia Europa con fines de explotaci¨®n sexual. Nuestro pa¨ªs representa un "valor at¨ªpico" en Europa, analiza la ONU, frente a cifras mucho m¨¢s bajas de otros lugares como Suecia (13%), Holanda (14%) o Suiza (19%). El dato, adem¨¢s, por muy alto que parezca, no es puntual. Seg¨²n la ¨²ltima Encuesta Nacional sobre Salud Sexual elaborada por el Ministerio de Sanidad, un 32% de los hombres consultados declararon haber pagado alguna vez por sexo. El 4,6% lo hab¨ªa hecho en los ¨²ltimos 12 meses.
Una radiograf¨ªa que muestra que en Espa?a, a pesar de que no existe un barrio rojo en el que, como ocurre en Holanda, las mujeres se exponen tras vitrinas de cristal, la prostituci¨®n est¨¢ m¨¢s aceptada y es m¨¢s visible que en otros pa¨ªses de su entorno. No es casualidad que hace poco se inaugurase en La Jonquera (Girona) -aunque en medio de una gran pol¨¦mica- el burdel m¨¢s grande de Europa. Lo que s¨ª puede resultar inquietante, o cuanto menos curioso, es por qu¨¦ un pa¨ªs de ra¨ªz cat¨®lica tolera y visibiliza de esa forma algo que, te¨®ricamente, es pecado. "Pues precisamente por ese catolicismo", contesta el historiador Jean Louis Guere?a, autor del libro La prostituci¨®n en la Espa?a contempor¨¢nea (Marcial Pons, 2003).
De hecho, la Iglesia cat¨®lica nunca ha sido adversaria de la prostituci¨®n. "Era observada como un mal social inevitable, pero como un mal menor. Para esta confesi¨®n, lo verdaderamente importante siempre ha sido la familia leg¨ªtima", explica Guere?a. Y la prostituta, al contrario que la amante, no pon¨ªa en peligro el matrimonio. "Una querida era observada en cierta manera como otra esposa, con el riesgo de que el marido abandonase su verdadera familia, pero muy pocos se?ores se casaban o fugaban con una prostituta. Los hab¨ªa, pero eran escasos", aclara el historiador.
Por el contrario, en los pa¨ªses de tradici¨®n evang¨¦lica ha primado y prevalecido la corriente abolicionista, de forma general en un principio, y con excepciones despu¨¦s, como es el caso de Alemania y Holanda, donde est¨¢ legalizada. "Los protestantes tienen otra ¨¦tica personal y social; y han buscado el ideal de protecci¨®n de toda la comunidad, m¨¢s que solo el de la familia", argumenta el soci¨®logo e historiador Jes¨²s Puentes. Los evang¨¦licos, que tradicionalmente han querido volver a la austeridad de os primeros cristianos, siempre han criticado la "vida disoluta" que llevaban los m¨¢ximos representantes de la Iglesia cat¨®lica a los que, hasta el Concilio de Trento (1545), se les permit¨ªa vivir en concubinato.
As¨ª, en un pa¨ªs cat¨®lico como Espa?a poco cuajaron los discursos abolicionistas que, defendidos por la inglesa y protestante Josephine Butler en el ¨²ltimo cuarto del siglo XIX, s¨ª encontraron seguidores en otros pa¨ªses de Europa. Y cuando las intenciones de prohibir esta actividad avanzaban, siempre terminaban por dar un paso atr¨¢s. El decreto que prohib¨ªa la prostituci¨®n adoptado por la II Rep¨²blica en 1935 apenas pudo entrar en vigor por el inicio de la Guerra Civil, por ejemplo. Y en 1941, en plena dictadura franquista, los burdeles, cerrados durante la guerra, no solo volvieron a reabrirse sino que se oficializ¨® la prostituci¨®n y se realizaban controles sanitarios a las meretrices. Pero Espa?a quer¨ªa entrar en la ONU y fueron las presiones internacionales (Naciones Unidas hab¨ªa firmado un decreto abolicionista) las que motivaron el cierre de las manceb¨ªas en 1956.
"Desde entonces, y esencialmente a partir de la democracia, Espa?a conoce una situaci¨®n de tolerancia pasiva hacia la prostituci¨®n", sostiene Guere?a. "Podemos hablar de una cultura de la prostituci¨®n o al menos de su banalizaci¨®n e integraci¨®n en las pr¨¢cticas sociales de los varones. Lo que cualquiera puede observar hoy es la variedad de la oferta y su visibilidad, sea en clubes o locales de alterne de carretera o urbanos o en anuncios en prensa", asegura el historiador.
La soci¨®loga italiana Licia Brussa, experta en estudios sobre la prostituci¨®n en Europa, tambi¨¦n cree que en Espa?a este fen¨®meno es particularmente visible. "En otros pa¨ªses est¨¢, pero quiz¨¢ no se vea tanto, o se limite a lugares m¨¢s espec¨ªficos y reducidos", dice. Brussa sabe de lo que habla, afincada en Holanda -un pa¨ªs donde la prostituci¨®n es legal y las prostitutas cotizan a la seguridad social- desde hace d¨¦cadas, lleva mucho tiempo trabajando para Tampep, una asociaci¨®n que defiende los derechos de las trabajadoras del sexo. Sostiene que la situaci¨®n en Espa?a tiene mucho que ver con la tolerancia de las autoridades y con que las mujeres ejerzan una actividad que no est¨¢ permitida ni prohibida.
Brussa tambi¨¦n habla de c¨®mo la doble moral cat¨®lica ha contribuido a construir una realidad que percibe la prostituci¨®n como forma de placer inmediato. "La Iglesia siente que no molesta. Dicen 'como es la actividad m¨¢s antigua del mundo y no podemos acabar con ella'...", afirma.
Ingredientes sociales, hist¨®ricos y culturales que han contribuido a crear un caldo de cultivo en el que la prostituci¨®n se aprecia como algo cada vez m¨¢s normal. Como una simple transacci¨®n r¨¢pida de sexo por dinero. Y al abrigo de esa percepci¨®n, crecen los j¨®venes que la utilizan, o quienes frecuentan los burdeles solo para tomar una copa, o para celebrar un cumplea?os o una despedida de soltero. "No siempre para tener sexo", aclara Ruben C. L. Este funcionario de 35 a?os reconoce que acude "de vez en cuando" a clubes nocturnos con sus amigos. "Solemos ir porque cierran tarde o pr¨¢cticamente no cierran, no son desagradables, te echas unas risas y quien quiere pues termina en la cama. No es obligatorio y no todos lo hacen", cuenta. "Adem¨¢s, si lo que quieres es solo sexo ahorras tiempo y el dinero que te cuesta invitar a copas a una chica con la que no quieres nada m¨¢s que pasarlo bien un rato", a?ade. Economizan tiempo y sentimientos.
As¨ª, y muestra del culmen de esa normalizaci¨®n, el perfil de cliente de la prostituci¨®n en Espa?a ha rejuvenecido progresivamente. La imagen de un cincuent¨®n en busca de trato y sexo con una mujer, con la que cumplir sus fantas¨ªas en la cama o simplemente desfogarse, ya no es lo m¨¢s com¨²n. Ahora el patr¨®n de usuario o consumidor de prostituci¨®n es d¨ªa a d¨ªa m¨¢s parecido a Rub¨¦n, o incluso m¨¢s joven. En 1998 el cliente habitual era un var¨®n casado y con cargas familiares, mayor de 40 a?os, seg¨²n los estudios de la Asociaci¨®n para la Prevenci¨®n, Reinserci¨®n y Atenci¨®n de la Mujer Prostituida (APRAMP). Hace tan solo cinco, nuevos estudios revelaban que la presencia de j¨®venes de 20 hab¨ªa aumentado, y que la media de edad se situaba ya en los 30 a?os.
Mar¨ªa del R¨ªo, vocal de Derechos Humanos de M¨¦dicos del Mundo, profesora de Derecho Penal en la Universidad P¨²blica del Pa¨ªs Vasco y experta en temas de prostituci¨®n, sostiene que ese cambio paulatino es fruto del germen de una realidad fundamentalmente cultural. "La espa?ola es a¨²n una sociedad patriarcal. Se ve a la mujer como objeto de deseo y al hombre como deseante, y parece que la sexualidad de la mujer est¨¢ al servicio de la los hombres", dice. "Aunque poco a poco se ha ido avanzando, conceptos machistas y patriarcales siguen muy presentes, y no disminuyen en la gente joven", agrega.
?Qu¨¦ se quiere terminar bien una cena de negocios? Pues unas copas en un local de alterne. ?Qu¨¦ se pretende agasajar a un cliente especial? Un pase¨ªto por uno de los clubes m¨¢s exclusivos de la ciudad. "Es una costumbre que viene de atr¨¢s. Hace muchas d¨¦cadas ya que se asent¨® la costumbre de finalizar una cena o una comida en un burdel. Ya en los a?os veinte era muy habitual acudir a uno de estos locales, aunque fuera solo para jugar a los naipes", cuenta Guere?a, que llama la atenci¨®n sobre una realidad ciertamente impensable en otros pa¨ªses. "En Asturias, a 20 metros de uno de los mejores restaurantes del pa¨ªs hay un burdel. Y as¨ª funcionan no pocos ejecutivos: comida de negocios y luego invitan al club", dice.
Brussa, desde Holanda, no lo ve extra?o. Sostiene que la prostituci¨®n puede ser una forma m¨¢s de ocio. Y ese es uno de los motivos, a?ade, de que en un pa¨ªs como Espa?a, en el que el ocio est¨¢ en la calle, se sale mucho y hay un bar en cada esquina, y donde la vida nocturna tiene mucha agitaci¨®n, sea tan visible y est¨¦ tan normalizado. Del R¨ªo, sin embargo, lo ve como una forma de violencia de g¨¦nero: "Las personas en una situaci¨®n d¨¦bil acaban siendo mercantilizadas", dice- y critica la procacidad con la que se muestra y desarrolla.
Marta Fern¨¢ndez, coordinadora de la ONG Proyecto Esperanza, que trabaja con mujeres v¨ªctimas de la trata de seres humanos, se muestra preocupada ante el rejuvenecimiento del cliente y por c¨®mo esa tolerancia hacia el fen¨®meno de la prostituci¨®n puede ocultar la realidad que viven muchas v¨ªctimas de la explotaci¨®n sexual. "Falta concienciaci¨®n. Los clientes que contratan servicios sexuales no son conscientes de que muchas de esas mujeres, no digo todas, pero s¨ª muchas, pueden ser v¨ªctimas de trata. De que no est¨¢n tomando la decisi¨®n de vender su cuerpo forzadas por muchos condicionantes", dice.
Una opini¨®n que comparte Del R¨ªo, que llama la atenci¨®n sobre la circunstancia de que la tolerancia del fen¨®meno es fundamentalmente hacia el cliente, al que no se critica (o cada vez menos) ni observa de manera negativa. Por el contrario, a la prostituta se la contin¨²a viendo como alguien excluido de la sociedad.
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