Orestes y la mafia
Hay un momento decisivo de la antigua literatura griega que nos concierne especialmente: al final de la Orest¨ªada, la ¨²nica trilog¨ªa de Esquilo que hemos conservado hasta nuestros d¨ªas. En ese desenlace el poeta tr¨¢gico ofrece un cambio revolucionario en la percepci¨®n de la naturaleza humana. Orestes, de acuerdo con la tradici¨®n anterior, deb¨ªa verse sometido a la f¨¦rrea ley de la sangre y la venganza, de modo que, como autor de la muerte de su madre Clitemnestra, ten¨ªa que pagar el precio de la implacable norma oscura: ¨¦l hab¨ªa matado a su madre como cobro del parricidio cometido por esta en la figura del padre, Agamen¨®n; este, a su vez, hab¨ªa sucumbido para expiar el filicidio de su propia hija, Ifigenia, sacrificada para favorecer a la expedici¨®n griega contra Troya. Sangre, venganza y sangre otra vez: la f¨¦rrea cadena que comunica los odios, deseos y ambiciones de las estirpes y los clanes. Ojo por ojo, diente por diente. La ley del tali¨®n. O, dicho de otro modo: la comunidad sometida a la oscura y turbulenta ley de la sangre.
Al capitalismo, ya sin contenci¨®n ¨¦tica, le seduce cada vez m¨¢s la visi¨®n mafiosa del mundo
Si reina la mafia, en cualquiera de sus acepciones, la libertad se debilita hasta anularse
Orestes, en consecuencia, de acuerdo con esta ley deb¨ªa morir, pagando as¨ª la irreversible deuda contra¨ªda. Sin embargo, en un giro espectacular desde el punto de vista c¨ªvico y espiritual, Esquilo resuelve salvar a su h¨¦roe. Orestes, en lugar de ser juzgado y condenado en el recinto interior de la sangre, es presentado ante el tribunal de Atenas, el Aer¨®pago. Al valorar la actuaci¨®n del desgraciado descendiente de un linaje maldito el jurado divide sus votos, estableci¨¦ndose un empate entre los partidarios y contrarios del ajusticiamiento del h¨¦roe. Con suficiente simbolismo Esquilo hace que Palas Atenea, patrona de la ciudad, ejerza su voto de calidad como presidenta del tribunal para absolver a Orestes y romper, de este modo, la cadena de la venganza. Desde ese momento, las Erinias, las negras deidades portadoras de la venganza, se transforman en las Eum¨¦nides, diosas benevolentes y protectoras de una comunidad fundamentada en la ley c¨ªvica. ?nicamente atendiendo a este revolucionario final de la Orest¨ªada ya deber¨ªamos recordar a Esquilo como el poeta de la joven democracia ateniense, el primero que propuso sustituir las complicidades de la tribu y el clan por los principios jur¨ªdicos de una ciudadan¨ªa libre. De hecho se ha comparado, con acierto, la conclusi¨®n de la tragedia esquilea con el movimiento coral que culmina la Novena sinfon¨ªa de Beethoven. En ambos casos se tratar¨ªa de hilos est¨¦ticos en la construcci¨®n de una conciencia democr¨¢tica.
En los a?os ochenta del siglo anterior tuvo lugar una inigualable representaci¨®n de la Orest¨ªada ante las ruinas de Gibellina, una ciudad devastada por el terremoto que en 1968 hab¨ªa sacudido el noreste de Sicilia. En tres veranos sucesivos -1983, 1984 y 1985-, bajo la direcci¨®n de Filippo Crivelli, fueron escenificadas las tres piezas de la obra de Esquilo hasta completar la entera representaci¨®n.
Adem¨¢s del gran valor art¨ªstico del acontecimiento, otros factores contribu¨ªan, obviamente, a resaltar la tensi¨®n moral del argumento. El hecho de que los versos resonaran en las piedras de la ciudad fantasmal multiplicaba el poder de la palabra. Pero no era menos impresionante advertir que todo aquel esfuerzo teatral, que intentaba llamar la atenci¨®n de Europa sobre los efectos de la cat¨¢strofe, se desarrollaba en un territorio en el que el poder¨ªo de la mafia era incuestionable y en el que, por tanto, hab¨ªa quedado congelada la ilusi¨®n democr¨¢tica so?ada por Esquilo. Baste indicar que a poca distancia del lugar donde se representaba la Orest¨ªada se hallaban, alrededor de Corleone, los parajes popularizados en aquellos mismo a?os por Coppola en su pel¨ªcula El Padrino, tambi¨¦n una trilog¨ªa que tiene algo de Orest¨ªada contempor¨¢nea, aunque sin final conciliador.
He pensado algunas veces en el elevado significado evocador de aquellas representaciones sicilianas pues dif¨ªcilmente pod¨ªan estar presentes en un territorio m¨¢s reducido los dos grandes modelos, enfrentados entre s¨ª, de la organizaci¨®n social humana: la comunidad libre basada en el derecho objetivo de la ciudad y la mafia que ampara los intereses particulares de familias, tribus, clanes o, seg¨²n un lenguaje posterior, aparatos. Al rememorar esta tensi¨®n, y aquellas representaciones teatrales ante las ruinas de la ciudad destruida, lo que me alarma es encontrar indicios en el mundo de que el esp¨ªritu de Corleone se impone al esp¨ªritu de Gibellina, y que la opci¨®n de la libertad ciudadana retrocede ante el ¨ªmpetu de la visi¨®n mafiosa.
Es verdad que, si bien lo pensamos, la democracia constituye una excepci¨®n (la excepci¨®n humanista ilustrada) en los modos de organizaci¨®n del ser humano, pero cuesta aceptar que la lecci¨®n de Orestes se vaya desvaneciendo entre nosotros. Y, sin embargo, todo parece indicar que es as¨ª cuando aceptamos sumisamente el poder de los aparatos de los partidos financieros y productivos.
El capitalismo, que se ha desembarazado al fin de cualquier contenci¨®n ¨¦tica, aparece cada vez m¨¢s reacio a cualquier ejercicio de calidad democr¨¢tica y m¨¢s seducido por la visi¨®n mafiosa del mundo. En esa direcci¨®n no me extra?a que aumenten los portavoces del dinero que se manifiestan encantados con la "v¨ªa china de crecimiento" pues han llegado a la deducci¨®n de que para los buenos negocios -esos que no tienen que atender razones jur¨ªdicas o humanitarias- no existe mejor familia que un partido ¨²nico que regule con pulso firme lo que haya que regular. El miedo, por no decir p¨¢nico, de los gobernantes occidentales ante las autoridades chinas, y el consiguiente silencio frente a los permanentes atropellos de los derechos humanos, tiene, por supuesto, el apoyo entusiasta de los grandes consorcios empresariales y financieros. Si algo molesta de China no es su desprecio de la libertad individual sino la amenaza de su presente, y sobre todo de su futuro, poder¨ªo econ¨®mico. Y algo similar cabe decir de Rusia, un pa¨ªs que, si bien se desembaraz¨® del totalitarismo pol¨ªtico, parece ofrecerse al mundo como el mejor ejemplo de la sinton¨ªa entre un capitalismo desbocado, sin contenci¨®n alguna, y la perspectiva mafiosa de organizaci¨®n social.
Tampoco es de extra?ar la pr¨¢ctica derrota de Obama en su intento de poner coto a los depredadores de Wall Street, milagrosamente renacidos tras el susto de hace tres a?os. Pese a tantas pel¨ªculas de Hollywood no hay conciliaci¨®n posible entre la concepci¨®n mafiosa y la democracia. Si la mafia, en cualquiera de sus acepciones, reina la libertad se debilita hasta anularse.
Y, en sentido contrario, la lecci¨®n de Orestes, brindada por Esquilo, es que solo con el retroceso del ego¨ªsmo y la rapi?a, solo con la erradicaci¨®n de los intereses de familia, a los que siempre aluden los mafiosos de toda ralea, puede construirse una comunidad libre.
Rafael Argullol es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.