En boca cerrada
Para ocupar espacios p¨²blicos de opini¨®n como este, uno tiene que apoyarse en varios supuestos b¨¢sicos. Que de ciertas ¨¢reas de la realidad solo cabe opini¨®n, es decir, conocimiento capaz de persuasi¨®n y no de demostraci¨®n rigurosa. Que lo opinable tiene que ver en especial con la acci¨®n o conducta humana, lo mismo individual que colectiva, y se encuadra as¨ª en el territorio de la ¨¦tica y la pol¨ªtica. Que las opiniones, y gracias a las emociones que suscitan, orientan el comportamiento humano en un sentido o en otro. Que ya solo por eso nos incumbe el deber de depurar nuestros prejuicios y apuntalar argumentalmente nuestras opiniones. Pero que no todas las opiniones son de igual valor y el sujeto cree que algunas de las suyas ser¨ªan m¨¢s valiosas que otras vigentes y por eso se decide a exponerlas al p¨²blico. Y a dar este ¨²ltimo paso le mueve asimismo la confianza de que sabr¨¢ escribirlas con cierta eficacia y, para qu¨¦ ocultarlo, tambi¨¦n la necesidad del aplauso ajeno.
Es extra?o que tantas personas que podr¨ªan enriquecer la opini¨®n p¨²blica desde?en esta tarea
Son legi¨®n los que se han prestado al "nacionalismo obligatorio"
Lo extra?o es que entre nosotros tantas personas a quienes les sobra el saber preciso para enriquecer la opini¨®n p¨²blica desde?en esta tarea. O bien consideran que entrar en este terreno rebajar¨ªa enseguida la altura de sus ideas, forzadas a acomodarse al lector ordinario, o que sus reflexiones nada iban a alterar la conciencia de sus conciudadanos. O bien dan por sentado que conviene evitar los juicios en tribunas p¨²blicas para librarse de los diversos riesgos que ello podr¨ªa acarrear (y entre esos riesgos, el de que "los suyos de toda la vida" comiencen a mirarles con recelo...). Lo cierto es que se contentan con cultivar para s¨ª o entre muy pocos un saber que por su naturaleza es para muchos. Se limitan a contemplar su objeto de estudio desde todos los ¨¢ngulos, menos desde ese en el que ese objeto muestra el sufrimiento que produce y demanda entonces una acci¨®n justa. As¨ª llegan bastantes a tomar por teor¨ªa pura lo que es un conocimiento de y para la pr¨¢ctica o la acci¨®n. Arist¨®teles ya nos ense?¨® que en ¨¦tica "no investigamos para saber qu¨¦ es la virtud, sino para hacernos buenos".
Pues bien, d¨¦jenme indicarles qu¨¦ clase de acad¨¦micos y qu¨¦ tipo de problemas p¨²blicos -entre tantos posibles- echo m¨¢s en falta en la arena p¨²blica de la opini¨®n. Para empezar por uno mismo y sus colegas, mal se comprende que los estudiosos de la democracia dejemos pasar como si tal cosa las palabras que los ¨²ltimos Sumos Pont¨ªfices o las autoridades eclesi¨¢sticas de nuestro pa¨ªs suelen dedicar a esta forma de gobierno. En este asunto uno duda si tales palabras encierran una penosa confusi¨®n sobre su naturaleza o una dosis notable de cinismo interesado. Siempre desde la convicci¨®n de ser los depositarios de esa Verdad que ilumina incluso las instituciones p¨²blicas, las re
-cientes enc¨ªclicas papales reprochan a la democracia que en ella la verdad sea dictada por la mayor¨ªa o var¨ªe seg¨²n los diversos equilibrios pol¨ªticos. ?No habr¨¢ que disipar cuanto antes tama?o disparate entre los cat¨®licos de este pa¨ªs que acogen esa ense?anza?
Cambiemos de tercio. Salvo los mismos pedagogos y titulados afines, me parece que no hay gremio asociado a la ense?anza en cualquiera de sus escalones que no acumule muy serios reparos contra el despotismo (tan poco ilustrado) de la pedagog¨ªa instalada entre nosotros durante los ¨²ltimos 30 a?os. A decir verdad, no conozco a nadie que no comparta las cr¨ªticas de sus dict¨¢menes o, entre sus partidarios, a alguien que sea al menos capaz de replicar estas cr¨ªticas con cierto fundamento. Y, sin embargo, estos juicios denegatorios por regla general eluden el pronunciamiento p¨²blico y con ¨¦l un debate que podr¨ªa aclarar las cosas. De manera que prosigue boyante el blablabl¨¢ did¨¢ctico, la jerga curricular, la pedanter¨ªa de las "habilidades" y dem¨¢s t¨¦cnicas del vac¨ªo. Hace ya alg¨²n tiempo que esa marea alcanz¨® tambi¨¦n a la Universidad a la hora de dictar m¨¦todos, evaluar m¨¦ritos y medir rendimientos. Aliada con el proceso de Bolonia, pronto se har¨¢n notar aqu¨ª sus estragos.
?tem m¨¢s. Son legi¨®n los historiadores, soci¨®logos, fil¨®logos o antrop¨®logos locales que se han prestado a lo largo de todo este tiempo de nacionalismo obligatorio a recuperar las se?as de identidad de sus respectivas regiones o directamente a su construcci¨®n nacional. Han fingido hacer ciencia cuando hac¨ªan pol¨ªtica, y una pol¨ªtica injustificable. De la historia han deducido presuntos derechos hist¨®ricos, lo mismo que de la toponimia de su tierra han derivado pol¨ªticas ling¨¹¨ªsticas o del folclore en extinci¨®n derechos culturales. Pero ah¨ª est¨¢n tambi¨¦n -unos m¨¢s, otros menos- los que han consentido esos desafueros, pese a disponer de razones para ponerlos en la picota. Conozco a historiadores sabedores de falsas historias que, al no ser desmentidas, han acabado consagrando hitos nacionalistas cre¨ªdos a pies juntillas; a soci¨®logos que se averg¨¹enzan de la calidad de tantos sondeos cuyos incre¨ªbles resultados sustentan incuestionables derechos ling¨¹¨ªsticos..., pero que tampoco chistan. Temen que su carrera profesional y hasta su sosiego personal saldr¨ªan malparados en cuanto asomaran la nariz fuera de sus clases universitarias.
A¨²n est¨¢ caliente la sentencia sobre el Estatut catal¨¢n como para olvidarnos de que antes y despu¨¦s abundaron los comentarios despectivos y hasta amenazantes. Uno de los argumentos m¨¢s voceados ha sido el de que el Tribunal Constitucional no deb¨ªa recortar lo m¨¢s m¨ªnimo de un proyecto de reforma estatutaria que hab¨ªa recibido los debidos pl¨¢cets democr¨¢ticos. Fue entonces cuando se not¨® la ausencia de fil¨®sofos jur¨ªdicos y constitucionalistas, siquiera de los contrarios a aquel argumento, que hubieran ense?ado lo que el ciudadano com¨²n y pol¨ªticos no tan comunes seguramente ignoran. En pocas palabras, que como la mera regla de la mayor¨ªa puede adoptar decisiones enfrentadas a los principios constitucionales de libertad e igualdad ciudadanas, una revisi¨®n judicial del m¨¢ximo rango se encargar¨¢ de reponer esos derechos conculcados. Como en tantos otros pa¨ªses, los redactores de nuestra Constituci¨®n establecieron que una instituci¨®n minoritaria podr¨ªa prevalecer sobre algunas decisiones mayoritarias..., justamente para asegurar entre nosotros la pervivencia del orden democr¨¢tico. No consta que Catalu?a quedara exenta de este cuidado constitucional.
Pero habr¨¢ que poner por ahora punto final. No se extra?en si incluyo en esta lista a los fon¨®logos, esos especialistas en los sonidos y entonaci¨®n de nuestra lengua com¨²n. Lo entender¨¢n a poco que reparen en el tono que han impuesto durante las tres ¨²ltimas d¨¦cadas los locutores sin rostro de las noticias en TV (pero tambi¨¦n las azafatas de los vuelos e innumerables telefonistas) y lo comparen con el que todos empleamos en la vida diaria. Ha nacido una nueva entonaci¨®n del espa?ol, exclusiva de aquellos profesionales, y nadie parece incomodarse por ello. Le dediqu¨¦ un art¨ªculo en este mismo lugar en 1988 (Darse tono) que no tuvo m¨¢s eco que el silencio. Que los signos de puntuaci¨®n -con los ritmos y pausas que marcan- confieren su sentido a lo relatado, que no cabe improvisar altibajos musicales a voluntad y en cualquier lugar de la frase le¨ªda, todo ello se ha vuelto normas arcaicas. Mientras los dem¨¢s hablamos, ellos "locutan", que es un modo de mostrarnos que est¨¢n por encima del hablante ordinario. Y, puesto que tan horr¨ªsono sonsonete no ha podido pasar desapercibido a los o¨ªdos de fon¨®logos o acad¨¦micos de la Lengua, ?c¨®mo es que alguno de ellos no levanta su autorizada voz para acabar con esas otras voces que desentonan?
Y as¨ª sucesivamente.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la Universidad Polit¨¦cnica de Valencia y autor de Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente (Alianza, 2010).
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