Sosiego final de Saul Bellow
En la ¨²ltima carta que escribi¨® en su vida, un a?o antes de morir, Saul Bellow se acordaba de unas sandalias que su madre le hab¨ªa comprado cuando ten¨ªa seis o siete a?os, y que le gustaban tanto que las untaba con mantequilla para mantener fresco y flexible el cuero del que estaban hechas. Qu¨¦ asombroso c¨®mo todo se resume en un par de sandalias de cuero, dice Bellow en la ¨²ltima l¨ªnea, antes de la despedida. Quiz¨¢s uno de sus ¨²ltimos pensamientos o recuerdos antes de perder la conciencia s¨®lo un a?o despu¨¦s tendr¨ªa que ver con esas sandalias en las que se resum¨ªa su infancia: la cercan¨ªa de la madre que iba a morir muy poco tiempo despu¨¦s y el amor de un ni?o pobre por un peque?o regalo conseguido despu¨¦s de haberlo mirado mucho en un escaparate. En 2004 Saul Bellow era un anciano que viv¨ªa retirado en una zona rural de Nueva Inglaterra y ten¨ªa una esposa muchos a?os m¨¢s joven y una hija de cinco a?os. La ve¨ªa jugar cerca de ¨¦l cuando escrib¨ªa esa ¨²ltima carta y pensaba que la ni?a era m¨¢s peque?a de lo que ¨¦l hab¨ªa sido cuando se quitaba cuidadosamente sus sandalias de cuero antes de acostarse. Casi nonagenario ahora, sin proyectos de nuevos libros ni de viajes, quiz¨¢s le dio tiempo a disfrutar una serenidad y un desahogo que no hab¨ªa tenido nunca en su vida, desde que empez¨® a hacerse adulto en los duros barrios de emigrantes del Chicago de la Gran Depresi¨®n, cuando devoraba uno tras otro los libros retirados de la biblioteca p¨²blica al mismo tiempo que estudiaba y que intentaba buscarse la vida trabajando en cualquier oficio que se presentara. La mezcla de entusiasmo y penuria de aquellos tiempos iba a alimentar siempre su imaginaci¨®n y a determinar su actitud hacia el mundo: perseguir contra viento y marea aquello que uno desea o a lo que considera que tiene derecho; pelear si es preciso para que a uno no lo pisen y no dejar ninguna ofensa sin respuesta para ser respetado.
Convert¨ªa en literatura de manera inmediata las complicaciones de su vida, y cada libro le complicaba la vida m¨¢s a¨²n
"Es el oficio el que mantiene cuerdo, bendito sea", escribe en 1969, en medio de alguna de las tormentas usuales
El hijo de emigrantes jud¨ªos que no llegaron a hablar nunca bien ingl¨¦s despert¨® a la vocaci¨®n de escribir leyendo las obras maestras de la gran literatura y conversando y discutiendo con amigos tan pobres y tan literarios como ¨¦l, tan llenos de insensata ambici¨®n. Todo lo que m¨¢s quer¨ªan era inaccesible en aquella adolescencia de marginalidad y penuria, en una ciudad en la que la crisis econ¨®mica y la ferocidad de los inviernos revelaban en carne viva la crueldad de un sistema sin misericordia para los d¨¦biles o los pusil¨¢nimes. Los mejores cap¨ªtulos de Las aventuras de Augie March tienen un resplandor de calamidad como el de los horizontes de los infiernos de Brueghel o El Bosco: los tranv¨ªas alej¨¢ndose por extrarradios de casas pobres y mataderos industriales en amaneceres batidos por las tormentas de nieve; la sensaci¨®n de madrugar tanto que todav¨ªa es de noche y sentir anticipadamente el fr¨ªo de la calle y la humedad en los pies calzados con malas botas y chapoteando en la nieve sucia. La alta cultura que veneraba el muchacho demasiado fantasioso para tener sentido pr¨¢ctico era tan ajena a ¨¦l como el bienestar de las mansiones de los ricos. La cultura literaria ten¨ªa su lugar no en Chicago, sino en Boston o Nueva York, o m¨¢s lejos todav¨ªa, en Europa, y sus guardianes eran altivos intelectuales anglosajones que adem¨¢s no ocultaban su antisemitismo.
"Pero un idioma es una mansi¨®n espiritual de la cual nadie puede expulsarnos", escribi¨® Bellow toda una vida despu¨¦s, en el homenaje p¨®stumo a un compa?ero de generaci¨®n y de origen, Bernard Malamud, que igual que ¨¦l se hab¨ªa alzado desde la periferia del gueto jud¨ªo. Esa mansi¨®n espiritual la fue ensanchando Bellow con cada una de sus novelas, con sus cuentos y sus ensayos. Pero cuanto m¨¢s trabajaba y m¨¢s cerca se cre¨ªa de haber alcanzado una posici¨®n en la que le estuviera permitido tomar un respiro, otros sobresaltos, deseos incontrolados, pendencias conyugales y literarias, le hac¨ªan sentir que nunca iba a pisar un terreno firme. Sus personajes masculinos son seres que nunca descansan, que hablan sin parar, que se van de un sitio nada m¨¢s llegar a ¨¦l, que se divorcian tan r¨¢pidamente como se enamoran y se casan, que se ven enredados en conflictos legales, en diatribas que s¨®lo suceden dentro de sus cabezas o que si se hacen p¨²blicas terminan en esc¨¢ndalos. Leyendo las cartas uno confirma lo que sospechaba, aunque no hubiera conocido la extraordinaria biograf¨ªa de Bellow que public¨® hace unos a?os James Atlas: Saul Bellow convert¨ªa en literatura de manera inmediata las complicaciones de su vida, y como lo hac¨ªa tan descaradamente cada libro le complicaba la vida m¨¢s a¨²n. Dec¨ªa de s¨ª mismo que era un serial marrier: se cas¨® cinco veces y tuvo cuatro hijos de cuatro madres diferentes. Alguna de sus ex esposas lo llev¨® casi a la quiebra reclamando compensaciones econ¨®micas por haber inspirado los personajes femeninos en sus novelas de m¨¢s ¨¦xito. En una carta le da explicaciones y le pide excusas a una antigua amante a la que convirti¨® en un personaje que muere en un accidente a¨¦reo. Despu¨¦s de cada nueva novela Bellow tiene la tentaci¨®n de marcharse de viaje para huir de las quejas de ex esposas, ex amantes, amigos o simples conocidos que le piden cuentas por haberlos usado sin ning¨²n disimulo en la ficci¨®n. Pero tambi¨¦n ha de defenderse de los cr¨ªticos que lo atacaban con m¨¢s sa?a seg¨²n iba siendo m¨¢s conocido y expresaba m¨¢s abiertamente sus opiniones sobre la literatura o la pol¨ªtica. Era siempre, incluso en medio del ¨¦xito, el advenedizo que ha de abrirse paso a codazos y a fuerza de tes¨®n y arrogancia. En una carta de 1981 le confiesa a Philip Roth, refiri¨¦ndose al esc¨¢ndalo provocado por su novela m¨¢s reciente, El diciembre del decano: "La escrib¨ª en una especie de ataque y me ha quedado un residuo peculiar del que no s¨¦ c¨®mo librarme. Ni siquiera puedo describirlo... Hace alg¨²n tiempo descubr¨ª que no hay nada que me contenga de decir exactamente lo que pienso".
Y c¨®mo lo dec¨ªa. En la inmediatez de las cartas se nota con m¨¢s claridad el poder¨ªo de un estilo que no necesita los controles de la correcci¨®n posterior ni de la cautela para transmitir como una corriente el¨¦ctrica el flujo de una conciencia convertida en palabras. Entre viajes y angustias, citas clandestinas, compromisos retrasados, demandas de las ex esposas, exigencias de los hijos, diatribas con colegas, Bellow fue dejando un rastro de cartas escritas a toda prisa que dibujan para nosotros una autobiograf¨ªa y tambi¨¦n una po¨¦tica, una manera pasional y resabiada, severa y sarc¨¢stica a la vez de mirar la vida y la literatura. "Es el oficio el que mantiene cuerdo, bendito sea", escribe a un amigo en 1969, en medio de alguna de las tormentas usuales. "La ¨²nica curaci¨®n segura es escribir un libro", le hab¨ªa dicho a otro en 1960. En 2004, despu¨¦s de tantos libros y tantas peleas extenuadoras, quiz¨¢s lo ¨²nico que necesitaba era ver jugar a su hija y acordarse de aquel par de sandalias de cuero.
Letters. Saul Bellow. Penguin. 608 p¨¢ginas. antoniomu?ozmolina.es/
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