La evoluci¨®n de Savater
En algunas cosas el fil¨®sofo no defiende hoy lo mismo que en su juventud: el constitucionalista fue ¨¢crata, el fustigador de los nacionalismos perif¨¦ricos fue su defensor. Pensar libremente es tambi¨¦n cambiar de ideas
La fidelidad a las propias ideas choca a veces con el hecho de que pensar es cambiar de ideas. La trayectoria ideol¨®gica de Fernando Savater ofrece un ejemplo que, m¨¢s all¨¢ de su caso concreto, puede ser un buen punto de partida para analizar los fundamentos (y los riesgos) del librepensamiento.
Ya en su primer libro, publicado hace 40 a?os (Nihilismo y acci¨®n, 1970), aparece una frase premonitoria: "Cada hombre se parece m¨¢s a todos los hombres que a ese arbitrario y simple fantasma que llamamos ¨¦l mismo". Cuatro d¨¦cadas despu¨¦s son muchos los que afirman que Savater ha dejado de ser "¨¦l mismo", aunque no acaban de ponerse de acuerdo en qu¨¦ "¨¦l mismo" ha dejado de ser y en cu¨¢l se ha convertido. Hay quien le pide que explique si fue el coronel Tejero quien m¨¢s influy¨® sobre su evoluci¨®n intelectual, quien le reprocha que no siga diciendo lo mismo que dec¨ªa hace 30 a?os y quien le acusa de traicionar unos ideales que suelen estar m¨¢s cerca de las creencias del acusador que de las ideas del acusado.
El librepensador puede cambiar de ideas, pero lo que hace el creyente es cambiar de secta
Savater no es como quienes son 'neocon' con el esp¨ªritu de banda con que fueron mao¨ªstas
Cuando en 1974 public¨® Savater su tesis sobre Cioran se la dedic¨® a Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo, hoy claro ejemplo de un buen pensador que, sin embargo, ha logrado superar los 80 a?os pensando b¨¢sicamente lo mismo que pensaba a los 40.
Quiz¨¢ lo que mejor simboliza lo permanente en Savater es la met¨¢fora polite¨ªsta que desarroll¨® en libros juveniles (De los dioses y del mundo, Escritos polite¨ªstas, La piedad apasionada) y que en sus memorias, 30 a?os despu¨¦s, recuerda con poco aprecio. En aquellos sermones polite¨ªstas aparece claramente todo lo que iba a dejar atr¨¢s en a?os posteriores: la identificaci¨®n del Estado como enemigo abstracto, el ¨¦nfasis en el car¨¢cter puramente negativo del pensamiento cr¨ªtico, el abuso de las may¨²sculas para identificar objetivos m¨¢s o menos fantasm¨¢ticos a los que combatir... Pero tambi¨¦n aparecen sus constantes: la b¨²squeda de una perspectiva plural, la denuncia de los muchos disfraces del Dios ?nico, la defensa de la multiplicidad de valores posibles que cualquier totalitarismo niega, la s¨ªntesis de pensamiento te¨®rico y narrativa literaria, la libertad individual aut¨®noma frente a todos los gregarismos (religiosos, militares, ideol¨®gicos, nacionalistas...).
La valoraci¨®n del marxismo es un ejemplo de constancia en sus planteamientos. Desde los a?os setenta (cuando el marxismo todav¨ªa era la referencia com¨²n de casi toda la intelectualidad progresista) hasta la actualidad, Savater no ha dejado de criticar el sectarismo comunista ni de reconocer el n¨²cleo noble de varias tesis marxistas.
Por el contrario, quiz¨¢ el m¨¢s evidente de sus giros ideol¨®gicos fue el referente a los nacionalismos auton¨®micos. En 1981 escrib¨ªa: "Creo que la profundizaci¨®n de la democracia en Espa?a pasa, entre otras cosas, por el cumplimiento radical de las autonom¨ªas y el abandono por derribo del modelo de Estado madrile?o-centralista". Esta opini¨®n no era infundada, ten¨ªa s¨®lido apoyo en su fidelidad al pluralismo polite¨ªsta. Frente a los que advert¨ªan ya entonces contra los nuevos nacionalismos (que acabar¨ªan evidenciando la misma esencia sectaria del viejo nacionalismo espa?olista), Savater afirm¨® que el incipiente movimiento de las nacionalidades perif¨¦ricas supon¨ªa "una nueva forma m¨¢s directa de participaci¨®n de los ciudadanos en la gesti¨®n de sus asuntos, una nueva motivaci¨®n comunitaria menos abstracta que el Estado tradicional, la reinvenci¨®n de una solidaridad plural en lugar de monocorde". Esta actitud tuvo un momento ¨¢lgido cuando en 1981 apareci¨® en Barcelona un manifiesto de Amando de Miguel, Federico Jim¨¦nez Losantos y otros 2.300 abajo-firmantes que denunciaban el intento institucional de convertir el catal¨¢n en la ¨²nica lengua oficial, amenazando los derechos de los castellanohablantes. Savater lleg¨® a escribir: "Otro tema por el que asoman las orejas (?o el tricornio?) los de la ofensiva prorrecuperaci¨®n de la Espa?a ca?¨ª es el del manifiesto en defensa de los derechos del castellano en Catalu?a (...), que por lo visto pretende ajusticiar con an¨¦cdotas para manchegos inocentes toda la brega por recuperar una lengua maltratada y postergada".
Incluso los m¨¢s radicales partidarios de la costumbre de cambiar de ideas solemos sentirnos inc¨®modos cuando nos recuerdan el ardor con que defend¨ªamos anta?o argumentos contrarios a los que ahora nos parecen ciertos. Por eso hay tanta afici¨®n a edulcorar el pasado, maquillar los recuerdos y borrar los fragmentos molestos de las antiguas fotograf¨ªas. Pero el que un pensador cambie de ideas (es su trabajo) no excluye la posibilidad de que tome como objeto de reflexi¨®n precisamente esos cambios. Por eso es interesante preguntarle directamente a Savater lo que piensa, en 2010, sobre estas cosas que pensaba (y escrib¨ªa) all¨¢ por 1981. ?Se podr¨ªa decir que Amando de Miguel, Jim¨¦nez Losantos y compa?¨ªa se dieron cuenta ya entonces de cosas que otros tardamos mucho m¨¢s tiempo en ver con claridad? Su respuesta no pod¨ªa ser m¨¢s clara: "Probablemente s¨ª, aunque Jim¨¦nez Losantos, por otra parte, tambi¨¦n hab¨ªa defendido antes otras cosas. Pienso que ten¨ªan raz¨®n con aquel manifiesto, lo que pasa es que entonces las autonom¨ªas a¨²n no hab¨ªan tenido oportunidad de desarrollarse y aquella experiencia hab¨ªa que intentar hacerla. Yo fui claramente partidario de ello. Adem¨¢s, al principio era muy f¨¢cil, porque el franquismo parec¨ªa una gu¨ªa casi infalible que nos indicaba, a la contra, lo que hab¨ªa que hacer: si Franco hab¨ªa aplastado los nacionalismos nosotros los ten¨ªamos que defender, si Franco hab¨ªa perseguido las dem¨¢s lenguas nosotros las ten¨ªamos que apoyar... Por eso tengo la tranquilidad de que se intent¨®. El problema fue que a los 10 o 15 a?os nos dimos cuenta de que se estaban generando otras formas de autoritarismo y avasallamiento. La ¨²nica duda que te queda es: si todos hubi¨¦semos apoyado, ya en el a?o 1981, aquel primer manifiesto en defensa de la lengua castellana, ?hubieran ido mejor las cosas? No lo s¨¦, la verdad es que no lo s¨¦. Para mi conciencia es mejor no haberlo hecho, porque al menos ahora podemos argumentar: 'Oigan, yo les di a ustedes su oportunidad y miren lo que han hecho con ella".
Aquel Savater defensor de los nacionalismos perif¨¦ricos ha quedado tan lejos como el Savater ¨¢crata que ante el refer¨¦ndum constitucional de 1978 se burlaba desde las p¨¢ginas de Egin de "la entusiasta campa?a constitucional", afirmaba que "lo dif¨ªcil y moderno no es ya fabricarse otra Constituci¨®n, sino arregl¨¢rselas para no tener ninguna", y adelant¨¢ndose a la objeci¨®n de que en ese caso "cada cual podr¨ªa verse sometido a tropel¨ªas sin cuento", sosten¨ªa que "en cambio, con una Constituci¨®n las tropel¨ªas tienen al menos cuento y as¨ª, contadas de antemano, ya no duelen tanto...".
Puede ocurrir que el dogma creencial acierte alguna vez contra el pensamiento l¨®gico. Pero hay una diferencia fundamental: el librepensador acierta o se equivoca personalmente; argumenta a los 60 a?os contra las tesis que defendi¨® a los 20 porque cuatro d¨¦cadas de trabajo han dado sus frutos. El creyente se limita a cambiar de reba?o: la misma certeza clarividente con que a los 20 defend¨ªa uno el mao¨ªsmo, la pone a los 60 en la defensa del neoconservadurismo. El pensador reconoce sus errores y endereza el rumbo gracias a ello; el dogm¨¢tico siempre encuentra un argumento para justificarlos y un competidor al que culpar por ellos.
Por eso la diferencia entre el librepensador y el sectario no solo est¨¢ en la probabilidad de acertar, sino en la actitud de hacerlo por cuenta propia o por fidelidad a la banda de turno. Savater lo ejemplificaba al escribir en 1984: "En cuanto adopto con cierta determinaci¨®n un punto de vista, comienza a tentarme con fuerza la opci¨®n opuesta y soy m¨¢s sensible que nunca a sus encantos persuasivos. Esta propensi¨®n a encarnar la quinta columna de m¨ª mismo no me evita los furores de la toma de partido, pero, en cambio, me priva del d¨®cil nirvana de la afiliaci¨®n...".
Jos¨¦ L¨¢zaro es profesor de Humanidades M¨¦dicas en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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