A qui¨¦n le importa lo que yo haga
Emulando el verso de Rub¨¦n Dar¨ªo -"Yo soy aquel que ayer no m¨¢s dec¨ªa / el verso azul y la canci¨®n profana"-, declaro que yo soy aquel que ayer no m¨¢s dec¨ªa -Babelia de 6 de noviembre- que el cintur¨®n de seguridad obligatorio era un ejemplo de uso totalitario del Derecho. Era aqu¨¦l un art¨ªculo celoso de la libertad individual frente a las intromisiones del poder y abogaba por la plena competencia de cada uno para elegir c¨®mo ser feliz, si es que quiere serlo, porque la felicidad no es un ning¨²n deber ¨¦tico ni tampoco en puridad un derecho (?frente a qui¨¦n?), sino una posibilidad humana entre otras y quiz¨¢, por su exceso de ¨¦nfasis, hoy en d¨ªa un poco anticuada. No tenemos, pues, derecho a ser felices, pero s¨ª a tomar, sin injerencias no consentidas, las decisiones que determinan nuestro destino sobre la tierra.
Durante milenios, la vida humana fue asunto de Estado, un instrumento pol¨ªtico al servicio del bien com¨²n. Pero, en determinado momento, el hombre tom¨® conciencia de s¨ª mismo y de su condici¨®n de fin y nunca de medio, ni siquiera medio del inter¨¦s general del Estado, y promovi¨® un proceso de privatizaci¨®n de la vida personal frente a esa permanente pretensi¨®n estatal de politizarla. Se sinti¨® como uno de esos territorios colonizados que reclama para s¨ª la soberan¨ªa de las riquezas naturales que produce. Tras una larga guerra contra los ileg¨ªtimos ej¨¦rcitos ocupantes -las metaf¨ªsicas y teolog¨ªas pol¨ªticas que codician el tesoro de fuerza, talento, tiempo y energ¨ªa que acumula cada ciudadano- , finalmente las fuerzas de liberaci¨®n proclamaron la independencia del nuevo pa¨ªs, que recibi¨® el nombre de "Vida Privada".
Por respeto a la vida privada, la ley no deber¨ªa multar el incumplimiento del deber de abrocharse el cintur¨®n de seguridad, como se razon¨® en el art¨ªculo anterior; sin embargo, ahora hay que a?adir: una mala interpretaci¨®n de la naturaleza de este concepto est¨¢ conduciendo a la anomia moral que caracteriza nuestro tiempo. ?D¨®nde reside el malentendido?
Proceder¨ªa ahora aducir textos filos¨®ficos de pensadores egregios que han excogitado admirablemente sobre la vida privada, como Locke, Voltaire, Kant, Mill o Isaiah Berlin. Pero la vida privada es un mito fundacional -el de ese pa¨ªs gozosamente descolonizado: el mundo de la conciencia libre y la intimidad personal- y ese tipo de verdades no se comprenden cabalmente cuando se leen, sino s¨®lo cuando se cantan y se bailan. Y, por esa raz¨®n, y por mis puntas de orgullo patrio -y por concederme una tierna complicidad hacia mi febril adolescencia-, prefiero echar mano de la molto cantabile y ballabile verdad de una conocida y todav¨ªa coreada canci¨®n de Alaska y Dinarama, cuyo estribillo dice as¨ª: "Mi destino es el que yo decido / el que yo elijo para m¨ª / ?A qui¨¦n le importa lo que yo haga? / ?A qui¨¦n le importa lo que yo diga? / Yo soy as¨ª, y as¨ª seguir¨¦, nunca cambiar¨¦".
A continuaci¨®n, glosar¨¦ estos influyentes enunciados morales.
"Mi destino es el que yo decido, el que yo elijo para m¨ª". Hubo un tiempo en que este aserto era un electrizante y movilizador grito revolucionario, porque expresaba un ideal de la autenticidad -"s¨¦ t¨² mismo", "vive a tu manera", etc¨¦tera- que daba aliento a la desinhibici¨®n de la espontaneidad instintiva del yo largamente anhelada y enterrada bajo una sucia costra social que la reprim¨ªa. Pero hoy la vida privada es un pa¨ªs soberano, reconocido internacionalmente, y si alguien dijera el verso del estribillo, la respuesta ser¨ªa un encogimiento de hombros: "Tu vida es tuya, por supuesto, ?qui¨¦n lo duda?". La cuesti¨®n es ahora otra: no hagamos como esos veteranos de Vietnam que, de vuelta a casa tras licenciarse, siguen vistiendo uniforme mimetizado y pasan el d¨ªa disparando a una lata en un descampado, incapaces de integrarse en la vida civil. Como las sociedades avanzadas ya se componen de millones y millones de personalidades liberadas, las prioridades han cambiado. Ahora la pregunta no es "?c¨®mo ser yo mismo?", sino "?c¨®mo vivir juntos?".
?A qui¨¦n le importa lo que yo haga o diga? Importa, y mucho. No al Estado. Se puede estar inequ¨ªvocamente a favor de la vida privada como derecho fundamental que protege frente a las coacciones estatales -el caso del cintur¨®n obligatorio- y al mismo tiempo se?alar el hecho incuestionable de que el dogma de la vida privada ha sido el abrigo para la vulgaridad ¨¦tica y la an¨®mica ausencia de reglas en el ¨¢mbito personal. Pareciera que hoy la ¨¦tica es exigible s¨®lo en la esfera p¨²blica y no en la privada, donde todo valdr¨ªa lo mismo, si no perjudica a tercero. Por eso conviene distinguir entre lo que, desde una perspectiva jur¨ªdica, tenemos derecho a hacer como ciudadanos libres, y lo que, desde una perspectiva ¨¦tica, consideramos formas superiores e inferiores de vida privada. ?Que a qui¨¦n le importa, dec¨ªas? A los dem¨¢s: lo que t¨² hagas y digas tiene un impacto, fecundo o desmoralizador, en el c¨ªrculo de tu influencia, pues habitas en una red de influencias mutuas; y, aunque no le importa al Estado, deber¨ªa sobre todo importarle a tu conciencia.
Cuando la canci¨®n sigue diciendo: "Yo soy as¨ª, y as¨ª seguir¨¦, nunca cambiar¨¦", uno se acuerda de esos japoneses que contin¨²an escondidos en la selva del Pac¨ªfico sin haberse enterado de que la guerra mundial termin¨® hace d¨¦cadas. Unas vidas privadas son mejores que otras, superiores en nuestra estima moral y m¨¢s propicias para la convivencia y la amistad c¨ªvica. Ya somos libres jur¨ªdicamente, ahora hay-que-ser-libres-juntos, y eso exige cambiar algunos h¨¢bitos y algunos estilos de vida. Si t¨² no lo haces, ser¨¢s tan estrafalario y anacr¨®nico como el Rey del Glam: "Con tu tac¨®n de aguja / los ojos pintados / dos kilos de r¨ªmel / muy negros los labios / te has quedado en el 73 / con Bow y T. Rex".
![Portada de <i>No es Pecado</i> (1986), de Alaska y Dinarama.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/PEASHVULTFW5MNIYCP2ECYY4WA.jpg?auth=b066f3f3a8d39d5efa78450af4461052e5e22a2f8911da67b51aae214ee27e4f&width=414)
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