El sonido m¨¢s fiel
Los preocupantes s¨ªntomas de hinchaz¨®n llevaron a Nikolaus Harnoncourt (Berl¨ªn, 1929) en los cincuenta a cambiar la historia de la m¨²sica en la descorazonada Austria de posguerra. El entonces violonchelista hab¨ªa detectado un bulto rom¨¢ntico, seg¨²n confiesa personalmente, el morat¨®n repetitivo de un arte que hab¨ªa perdido car¨¢cter y corr¨ªa el riesgo de infectar sin remedio los o¨ªdos del p¨²blico con aburrimiento, programas previsibles y ejecuciones cansinas: Brahms y Beethoven; Beethoven y Brahms con un interludio de valses de Strauss por a?o nuevo.
?l no era ning¨²n nombre de post¨ªn todav¨ªa. Un disciplinado e inquieto miembro de la Sinf¨®nica de Viena que dirig¨ªa por aquel entonces Herbert von Karajan. Corr¨ªan tiempos en los que las batutas ni admit¨ªan discusiones, ni r¨¦plicas, ni preguntas. As¨ª que Harnoncourt y sus amigos tuvieron que reunirse clandestinamente en su casa para llevar a cabo el milagro: crear una corriente de interpretaci¨®n de la m¨²sica barroca y antigua con instrumentos de ¨¦poca. Bach y compa?¨ªa recuperados en su pura esencia. "Objetivarlo todo", como dice ¨¦l en el libro La m¨²sica es m¨¢s que las palabras (Paid¨®s).
"Leonhardt tuvo reparos conmigo porque hab¨ªa pertenecido a las Juventudes Hitlerianas, pero, una vez le aclar¨¦ que no hab¨ªa m¨¢s opciones, nos hicimos amigos"
Viena despertaba de la pesadilla monstruosa del nazismo entre guerras subterr¨¢neas de esp¨ªas y a?oranzas de un imperio que luego result¨® rentable para el turismo. Pero segu¨ªa siendo el lugar donde casi siempre se hab¨ªa regenerado la m¨²sica, a veces de forma violenta. Hoy, en el XXI, existen escuelas, grupos y miles de partituras recuperadas por todo el mundo gracias a esa revoluci¨®n iniciada por ¨¦l con su grupo Concentus Musicus.
En su ¨¢nimo imperaba la discusi¨®n, la obsesi¨®n por el debate. Los g¨¦rmenes de lo que luego le ha hecho pasar a la historia por sus discursos sabios y revolucionarios acerca de la interpretaci¨®n. Entonces chocaba con las maneras dictatoriales de Karajan, a quien respetaba, por otra parte. Pero sobre todo con cierto conservadurismo que no pod¨ªa combatirse. No se admit¨ªan peros. Esa era una actitud poco convincente con quien desde ni?o hab¨ªa aprendido a pensar por s¨ª mismo precisamente por rebeld¨ªa. "Los directores entonces no admit¨ªan sugerencias. Yo hice tres preguntas en mi etapa de violonchelista y me respondieron: 'Porque lo digo yo'. Ahora, cuando me preguntan a m¨ª contesto hasta que se me acaban los argumentos y si no convenzo, entonces admito mi equivocaci¨®n y cambio de opini¨®n".
A Harnoncourt, su paso por las Juventudes Hitlerianas -una obligaci¨®n para los ni?os que no se pod¨ªan permitir el lujo de quedar apestados- le ense?¨® a ponerlo todo en solfa. Tanto bramido, tanto dogma, le repel¨ªa. "Deb¨ªa de obedecer, decir s¨ª a cada orden, pero en mi interior me preguntaba constantemente: ?y si en vez de s¨ª es no?".
Era un ni?o sensible, obsesionado con los teatros de marionetas. "De haber comprobado que pod¨ªa ganarme la vida con ello, me hubiese dedicado a eso", confiesa desde su casa del Tirol, rodeado de monta?as nevadas que hoy ya no puede escalar, pero que a¨²n le soplan el sonido acuchillado del viento. Pero fue la m¨²sica la que le ofreci¨® un futuro. La m¨²sica que siempre estuvo ah¨ª, compa?era fiel.
Nunca imagin¨® que el destino le deparara un lugar as¨ª en la historia. Las inquietudes constantes le llevaron lejos. Desde aquellas reuniones ocultas para Karajan hasta su nombre reivindicado hoy como punto de referencia mundial, ha llovido. "No le dec¨ªamos a Karajan qu¨¦ hac¨ªamos. De m¨ª, sab¨ªa que tocaba por entonces la viola de gamba y adoraba a Bach, pero todo era secreto".
Tanto que comenzaron a ensayar y a reunirse en 1953, pero vieron la luz por primera vez en 1957. "Fue muy dif¨ªcil, entonces no exist¨ªan los instrumentos que necesit¨¢bamos. Tuvimos que pedirlos prestados en los museos para ensayar", relata Harnoncourt. Tambi¨¦n decidieron leer y leer partituras. Despojarlas de las interpretaciones y los cambios que hab¨ªan ido sufriendo con el tiempo. Volver radicalmente a la esencia, sobre todo con Bach, su obsesi¨®n, pero sin perder el ancla de su tiempo. "Decidimos que interpretar¨ªamos a los barrocos, con toda su pureza, en el cincuenta por ciento de nuestro repertorio. La otra mitad ser¨ªa para los creadores contempor¨¢neos".
El Concentus Musicus de Harnoncourt se convirti¨® as¨ª en doble referencia. "Acudieron a vernos trabajar desde Stravinski a Hindemith, que, por cierto, eran mucho menos fieles a sus propias partituras que nadie. Cambiaban sus tempos como les ven¨ªa en gana, no se aten¨ªan a lo escrito. Muy curioso".
Poco a poco fueron extendiendo una tela de ara?a que crec¨ªa, crec¨ªa y envolv¨ªa con una nueva dimensi¨®n la interpretaci¨®n musical m¨¢s antigua. La contradicci¨®n era gloriosa. El sonido puro m¨¢s fiel a las ¨¦pocas pasadas se revelaba como algo completamente nuevo. Un efecto de autenticidad impactante que convirti¨® aquella corriente en una religi¨®n de la que hoy son devotas tres generaciones de m¨²sicos. De Harnoncourt a Fabio Biondi, pasando por John Eliot Gardiner, William Christie, Jordi Savall, Ton Koopman...
Los lazos no tardaron en surgir. Primero llegaron los holandeses, con figuras como Gustav Leonhardt a la cabeza. A la larga, ¨¦l ha sido m¨¢s papista que el Papa. "S¨¦ que al principio tuvo reparos conmigo porque hab¨ªa pertenecido a las Juventudes Hitlerianas, pero, una vez le aclar¨¦ que no hab¨ªa m¨¢s opciones, nos hicimos amigos". Luego apenas ha habido tensi¨®n entre ellos pese a que Harnoncourt ha seguido con todos los repertorios de las ¨¦pocas que le ha apetecido y el holand¨¦s, una especie de monje de clausura de la m¨²sica antigua, no quiere saber nada de instrumentos m¨¢s modernos que el clave o el ¨®rgano: "A Leonhardt, un piano le da miedo", asegura Harnoncourt. No puede entender que las partituras de Bach se adapten a un monstruo tan moderno.
Tampoco hace falta ser tan radical, cree el m¨²sico. "Yo lo soy, en muchas cosas, pero s¨¦ que nunca se puede lograr el cien por cien de los objetivos que se pone uno en la vida". Harnoncourt siempre ha sabido distinguir y entender lo que es sagrado o no lo es. Como las estructuras de pensamiento. Ambos campos se relacionan para el director.
La m¨²sica que ¨¦l ha resucitado est¨¢ consagrada a la gloria de Dios. Fue el principal motor de Bach. "Entender que el arte es lo que nos hace humanos puede ser una especie de bendici¨®n relativa a un sentimiento religioso. No existe pueblo en la tierra, entre Siberia o ?frica, que no consagre su creatividad a un sentido elevado. Siempre nos enfrentamos a un gran misterio sobre lo sagrado".
Las preguntas trascendentes nos diferencian de otras especies. "Creo que existen dos formas de pensamiento. La l¨®gica y la fant¨¢stica. Un mono puede contar con la primera. Puede coger una piedra y partir una nuez. Es decir, utilizar la tecnolog¨ªa. Un mono podr¨ªa fabricar un ordenador, pero no hacer un poema, para eso necesita el pensamiento fant¨¢stico. La m¨²sica pertenece a este tipo de pensamiento".
Tampoco es que reniegue de los avances. Aunque s¨ª ha llegado a una conclusi¨®n: "No creo en el progreso, pero s¨ª en el cambio". Un matiz amplio que da para mucho, aunque las grandes preguntas, las grandes dudas en el arte permanecen intactas y sin posibilidad de resoluci¨®n: "Desde los griegos, seguimos plante¨¢ndonos las mismas cuestiones".
Despu¨¦s est¨¢ la emoci¨®n. Y gran parte de la culpa de que el Concentus Musicus se pusiera en funcionamiento tuvo que ver con la b¨²squeda de nuevas sensaciones. "Cuando interpret¨¢bamos m¨²sica barroca produc¨ªa aburrimiento. Eso nos llev¨® a preguntarnos algo muy sencillo: ?Por qu¨¦ si al contemplar una escultura de Bernini nos pone los pelos de punta no nos sucede lo mismo con la m¨²sica que se hac¨ªa en la ¨¦poca?".
La respuesta estaba clara. Cuando contemplaban una obra de arte lo hac¨ªan sin tapujos, transparentemente ante sus ojos, pero cuando escuchaban una partitura hab¨ªa sido tan despojada de su primitivo sentido, adaptada con tanto artificio a su tiempo, que hab¨ªa perdido la capacidad de emocionar.
Y esa b¨²squeda, para Harnoncourt, es intemporal. La concienzuda recuperaci¨®n del pasado ha regenerado tambi¨¦n la interpretaci¨®n de todos los repertorios. Tambi¨¦n del romanticismo, periodo en el que este m¨²sico se centra sobre todo en su libro de entrevistas. En ¨¦l realiza disquisiciones interesantes que abarcan la obra de Beethoven, Schubert o los Strauss. "El primero me parece un agitador de su ¨¦poca, un luchador por la libertad, el rom¨¢ntico de dimensiones heroicas, mientras que Schubert es el rom¨¢ntico pegado al alma, el de dimensiones ¨ªntimas y tr¨¢gicas que no pudo llegar a escuchar sus sinfon¨ªas".
En cuanto a los Strauss, para Harnoncourt guardan una dimensi¨®n crucial en la identidad vienesa: "Cada ciudad interesante tiene su folclore, los Strauss y en cierto sentido tambi¨¦n Schubert son folclore vien¨¦s sin que eso signifique que hicieran una m¨²sica fr¨ªvola o ligera, en absoluto".
La m¨²sica es m¨¢s que las palabras. Nikolaus Harnoncourt. Traducci¨®n de Isidro Arias P¨¦rez. Paid¨®s. Barcelona, 2010. 384 p¨¢ginas. 29,90 euros.
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