La mujer del taxista tapat¨ªo
Mi amiga Gloria L¨®pez Morales insisti¨® tanto en que deb¨ªa asistir a la velada que se realizar¨ªa en Morelia, para celebrar la proclamaci¨®n de la comida mexicana como "patrimonio inmaterial" de la Humanidad, por parte de la Unesco, que finalmente decid¨ª prescindir del billete de avi¨®n Guadalajara-Ciudad de M¨¦xico para viajar a la capital de Michoac¨¢n. Aunque la cocina mexicana -riqu¨ªsima por otra parte- me parec¨ªa poco "inmaterial", como tampoco lo son el flamenco o los castellers, otros de los bienes proclamados en la reuni¨®n de Nairobi, la amistad con Gloria, a la que no ve¨ªa desde hac¨ªa a?os, me decidi¨® a una visita necesariamente fugaz pues no pod¨ªa aplazar el retorno a Europa. Al fin y al cabo tampoco era una desviaci¨®n exagerada: Gloria me enviar¨ªa un taxista que, en cosa de cuatro horas, me llevar¨ªa a Morelia. Al d¨ªa siguiente, en un tiempo semejante, ser¨ªa conducido a Ciudad de M¨¦xico. A¨²n dispondr¨ªa de varias horas antes de ir al aeropuerto para emprender el vuelo. Nada que oponer, por tanto.
Ten¨ªamos que comprar loter¨ªa de Navidad de la polic¨ªa si quer¨ªamos seguir hacia Uruapan
Admiti¨® que nos hab¨ªamos internado en una zona de narcos
Y el d¨ªa se?alado el taxista apareci¨® ante mi hotel de Guadalajara. Era, la verdad, un coche bastante arruinado, lejos de esos todoterrenos imprescindibles en las cosas oficiales u oficiosas que se realizan en M¨¦xico. Pero esa carec¨ªa de importancia pues, en definitiva, se trataba de recorrer una autov¨ªa durante cuatro horas. En el interior del veh¨ªculo, en el asiento trasero, estaba hundida una mujer muy menuda. El taxista me pregunt¨® si me importaba que su esposa nos acompa?ara hasta Morelia, donde podr¨ªa visitar a no s¨¦ qu¨¦ pariente enfermo. Le dije que no. El taxista, un hombre joven y rechoncho, estaba ilusionado con el desplazamiento pues, seg¨²n dijo, nunca hab¨ªa salido del ¨¢rea de Guadalajara. Era, de acuerdo con sus palabras, un "mero tapat¨ªo".
Durante las dos primeras horas de la traves¨ªa la mujer permaneci¨® muda. La autov¨ªa era bastante mon¨®tona aunque el paisaje se anim¨® un poco cuando dejamos atr¨¢s Jalisco y nos adentramos en Michoac¨¢n. Sin dejarse vencer por la monoton¨ªa el taxista, de vez en cuando, se mostraba admirado por lo que ve¨ªa, en especial si se trataba de vacas o caballos. No abundaban los letreros que informaran de lo que faltaba para llegar a Morelia, pero cuando vi uno que situaba esta ciudad a 190 kil¨®metros interrogu¨¦ al conductor sobre la hora en que llegar¨ªamos a la capital de Michoac¨¢n. El taxista, con toda naturalidad, dijo que si fu¨¦ramos a Morelia llegar¨ªamos a las dos de la tarde, pero no ¨ªbamos a Morelia. Me qued¨¦ bastante sorprendido y le pregunt¨¦ que, entonces, ad¨®nde nos dirig¨ªamos. Se hizo un silencio embarazoso, al final del cual el taxista pidi¨® ayuda a suesposa. "Uruapan", pronunci¨® esta. Los acontecimientos se precipitaron.
Le dije que detuviera el coche y me aclarara el cambio de destino. En medio de las explicaciones confusas del taxista deduje que a ¨²ltima hora se hab¨ªa modificado la sede de la celebraci¨®n del ¨¦xito de la cocina mexicana y que Gloria le hab¨ªa pedido que me llevara a Uruapan en lugar de a Morelia, pero que con la excitaci¨®n del viaje se le hab¨ªa olvidado comunic¨¢rmelo. Trat¨¦ de llamar a Gloria por el tel¨¦fono m¨®vil, sin conseguirlo. ?D¨®nde demonios estar¨ªa Uruapan? Ped¨ª un mapa. El taxista no solo no ten¨ªa un mapa sino, lo que era mucho peor, siempre pronunciaba de una manera distinta la palabra "Uruapan" y ped¨ªa consejo a su mujer para recordar el nombre. En lugar del mapa ten¨ªa un dibujo realizado por otro taxista de Guadalajara: era tan confuso que yo no entend¨ªa nada, y mi compa?ero de asiento menos que yo. Nos pusimos de nuevo en marcha hasta llegar a una peque?a y destartalada gasolinera, donde tampoco hab¨ªa ning¨²n mapa. El empleado, hombre de pocas palabras, alcanz¨® a decir que la salida de la autov¨ªa para Uruapan era la anterior pero que si tom¨¢bamos la siguiente, y despu¨¦s de numerosos giros a la izquierda y a la derecha, todav¨ªa pod¨ªamos orientarnos hacia el camino correcto. Le rogu¨¦ al taxista que no sali¨¦ramos de all¨¢ sin que hubiera memorizado el alambicado sistema de giros expuestos por el gasolinero. Afirm¨® sin convicci¨®n que lo ten¨ªa todo incrustado en la memoria.
Partimos. En la primera encrucijada confi¨¦ en su pericia; en la segunda, tuve la intuici¨®n de que confund¨ªa la derecha con la izquierda; y en la tercera, la seguridad de que no sab¨ªamos por d¨®nde ¨ªbamos. Lo ¨²nico que estaba claro era que nos encar¨¢bamos a la sierra michoacana. Dejamos atr¨¢s un pueblo llamado Zacapu, sin que el taxista hallara el lugar adecuado para preguntar por nuestro rumbo. Despu¨¦s de Zacapu, pregunt¨® a varias personas, con resultados tan dispares que, para unos, Uruapan estaba all¨ª mismo y para otros, a no menos de cinco horas. Pasamos sin problemas un control militar y luego otro, de la polic¨ªa federal, sin embargo tras atravesar El Pueblecito, un peque?o n¨²cleo de cuatro casas, nos topamos con una patrulla de la poblaci¨®n estatal. Tuvimos que detener el veh¨ªculo. El taxista sali¨® a preguntar y volvi¨® melanc¨®lico y cabizbajo. No pod¨ªamos continuar. Durante un largo minuto no hubo manera de que especificara algo m¨¢s la situaci¨®n mientras, a unos 10 metros, tres polic¨ªas uniformados de negro permanec¨ªan a la espera. Por fin supe la verdad: ten¨ªamos que comprar loter¨ªa de la Navidad de la polic¨ªa si quer¨ªamos continuar con nuestra excursi¨®n.
Compr¨¦ 300 pesos de loter¨ªa navide?a policial y reemprendimos la marcha. Sin embargo, el taxista hab¨ªa perdido la ilusi¨®n inicial por la aventura y resoplaba continuamente. La carretera era mala, sin asfaltar en muchos tramos, y solo sab¨ªamos que si lleg¨¢bamos a Paracho, "donde se fabrican los violines", estar¨ªamos cerca de Uruapan. Tras el incidente de la loter¨ªa el taxista solo interrump¨ªa su mudez para quejarse de que despu¨¦s de cada descenso ven¨ªa un ascenso. Y de repente la esposa habl¨®: "As¨ª es la cordillera, amor" Llev¨¢bamos m¨¢s de casi seis horas metidos en el coche y de pronto la mujer del taxista tapat¨ªo se puso al mando de la expedici¨®n. Examin¨® el dibujo del amigo de su marido, que ni este ni yo hab¨ªamos entendido en absoluto, y pronostic¨® con franqueza la ruta: primero Cheran, despu¨¦s Paracho, finalmente Uruapan. Luego, inesperadamente para m¨ª, admiti¨® que nos hab¨ªamos internado en una zona de narcos, pero que no hab¨ªa nada que temer.
La mujer de taxista parec¨ªa saberlo todo acerca de la situaci¨®n. Repiti¨® el comentario que ya varios mexicanos me hab¨ªan hecho sobre las funestas consecuencias del bloqueo de fronteras ordenado por Estados Unidos tras el 11 de septiembre del 2001. La acumulaci¨®n de la droga procedente de Colombia antes con un destino m¨¢s f¨¢cil en el mercado norteamericano, hab¨ªa devastado las ciudades de la franja septentrional y desatado la violencia asesina entre los distintos clanes. La guerra del presidente Calder¨®n contra el narcotr¨¢fico se hab¨ªa superpuesto a la guerra de los c¨¢rteles entre s¨ª por el dominio del territorio. La consecuencia hab¨ªa sido decenas de miles de muertos. Adem¨¢s, en la actualidad, en ciertas regiones de M¨¦xico como Michoac¨¢n, sobre todo donde nos hall¨¢bamos, en la Sierra, y m¨¢s all¨¢, hacia el mar, en Tierra Caliente, los narcos tienen una tupida red de plantaciones y laboratorios.
La mujer del taxista era una experta. Al llegar a Cheran ya me hab¨ªa informado de todas las habilidades de la Familia Michoacana, y al cruzar Paracho, llena de artesan¨ªa e instrumentos musicales, yo tambi¨¦n me consideraba casi un experto.
Llegamos a Uruapan. Gloria ri?¨® al taxista por su torpeza y me conmin¨® a seguirle al banquete de celebraci¨®n. Antes, sin embargo, me desped¨ª del taxista. Por suerte la carretera entre Uruapan y Morelia era, al parecer, excelente. A ella le di la loter¨ªa de Navidad, con la extra?a seguridad de que le tocar¨ªa el premio.
Rafael Argullol es escritor.
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