El sol de Breda
Escapando de las maquinaciones cortesanas (donde la pluma causa m¨¢s v¨ªctimas que la espada), Alatriste se reengancha, con ??igo como mochilero, en los tercios de Flandes. All¨ª se re¨²ne con un viejo camarada, Sebasti¨¢n Copons, correoso monta?¨¦s del Pirineo oscense cuyo adusto trato, casi hosco, oculta una intensa humanidad, el cual se har¨¢ cada vez m¨¢s estrecho amigo y compa?ero de aventuras del capit¨¢n. Juntos, participar¨¢n en diversas acciones (en el transcurso de las cuales conocen a un prometedor joven a¨²n desconocido, Pedro Calder¨®n de la Barca), en especial las duras tareas del asedio de Breda, que ese a¨²n incipiente literato inmortalizar¨ªa m¨¢s tarde en su comedia El sitio de Breda. Diez a?os despu¨¦s, ser¨¢ ??igo el encargado de referirle a otro amigo de Alatriste, el pintor de c¨¢mara de su Majestad Diego Vel¨¢zquez, las circunstancias necesarias para pintar el gran lienzo titulado La rendici¨®n de Breda y tambi¨¦n conocido como El cuadro de las lanzas, con destino al Sal¨®n de Reinos del madrile?o Palacio del Buen Retiro.
La ¨²nica y sola incertidumbre del soldado es si ver¨¢ la luz al d¨ªa siguiente
En Los tres mosqueteros, cuyo influjo en la g¨¦nesis de las aventuras del capit¨¢n Alatriste es bien expl¨ªcito, el sitio de La Rochelle constituye un divertido picnic regado con vino de Anjou, donde los combatientes hugonotes no incomodan a D'Artagnan y a sus amigos m¨¢s que una molesta nube de mosquitos en medio de la pradera. Pero la guerra de verdad es s¨®rdida, mezcla de sangre y barro bajo cielos grises e inmisericordes. Solo un antiguo reportero conocedor de primera mano de los campos de batalla pod¨ªa evitar caer en la tentaci¨®n de seguir los pasos de una novela objeto de su admiraci¨®n declarada tanto como de huir de la versi¨®n gloriosa de soldados avanzando, la mirada clara y lejos, y las banderas al viento, por el Imperio hacia Dios.
Adem¨¢s, en la guerra no hay trama ni enredo ni intriga. La ¨²nica incertidumbre y la sola esperanza del soldado enfangado en las trincheras es saber si ver¨¢ la luz del d¨ªa siguiente, aunque sea la de ese "sol hereje, que ni calienta ni seca la lluvia que te moja los huesos para siempre". Por eso, a diferencia de las dos entregas anteriores de la serie, en El sol de Breda no hay una acci¨®n unitaria (ya saben, de las planteamiento, nudo y desenlace), sino un conjunto de lances o aventuras que van revelando los distintos aspectos y modos de guerrear, entre el hambre, el fr¨ªo, la impuntualidad de las pagas y, claro est¨¢, el riesgo de perder la vida en la pr¨®xima operaci¨®n en la que uno participe. Estas suelen tener poco de glorioso combate, cuerpo a cuerpo en campo abierto, aunque de todo haya. Seguramente la mejor imagen de lo que era de verdad hacer la guerra sea la de Alatriste y sus compa?eros cuando se arrastran por el barro de una caponera o estrecho subterr¨¢neo abierto por los zapadores, despu¨¦s de haber acometido con ¨¦xito una contramina, escapando del vapor de azufre con el que los holandeses contraatacan e intentando no clavarse, en la apresurada huida, la astilla de alg¨²n hueso, cuyo pinchazo ser¨ªa fatal, de las que est¨¢ lleno el angosto t¨²nel porque cruza de parte a parte las fosas de un viejo cementerio.
Si en tono y argumento la novela de P¨¦rez-Reverte se aparta de los episodios b¨¦licos de su admirado Dumas, en cambio coincide con ¨¦l en cierto prop¨®sito ¨²ltimo. Como ha escrito Claude Schopp, uno de los mejores conocedores de la obra del novelista franc¨¦s: "El patetismo del ser humano arrojado en la historia que ¨¦l construye, casi siempre como instrumento ciego, es el v¨ªnculo que une ese pasado con frecuencia olvidado con el presente, al antiguo con el contempor¨¢neo, a los personajes hist¨®ricos con los lectores de novelas. El escritor restituye al cuerpo social amn¨¦sico una memoria que arroja luces sobre los tiempos presentes". Estas palabras pueden aplicarse punto por punto a las aventuras del capit¨¢n Alatriste, y en especial a El sol de Breda, donde justamente se huye de la f¨¢cil mitificaci¨®n de la Historia, con may¨²scula, hecha de supuestas fechas gloriosas y nombres pretendidamente ilustres. Aqu¨ª el tema real es el destino com¨²n de los peones de brega de la historia, con min¨²scula. Esos que hacen, de una forma honesta a su manera, el trabajo sucio que cimenta la gloria de generales, validos, pr¨ªncipes-cardenales y reyes a cambio de una m¨ªsera soldada que a menudo se queda por el camino de Madrid a Flandes, mientras otros se reparten los r¨¦ditos econ¨®micos o pol¨ªticos y se ci?en a las sienes los laureles.
En medio de este marasmo, lo ¨²nico que les queda a Alatriste y a los de su camarada (como entonces se dec¨ªa) es el coraje y el compa?erismo. Ese valor personal que, en palabras del propio P¨¦rez-Reverte, es la aristocracia del ser humano; esa lealtad a los que est¨¢n combatiendo codo a codo con uno, y que en definitiva implica un ¨ªntimo sentido del decoro, ese m¨ªnimo de dignidad personal e intransferible, que nada tiene que ver con condecoraciones y fanfarria, y que toda persona que se precie habr¨ªa de considerar irrenunciable.
Ma?ana, viernes, por solo 7,95 euros con EL PA?S, El sol de Breda.
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