Hacer y destruir
Hacer siempre es dif¨ªcil. Hacer una mesa s¨®lida, dar una buena clase, preparar una comida sabrosa, escribir un art¨ªculo redondo, pintar un cuadro misterioso, cortar un vestido elegante, crear una novela memorable, componer una canci¨®n para recordar. Hacer algo bien es siempre dif¨ªcil. Pero, si me apuran, aunque el resultado no apunte a la excelencia, la mesa no sea pr¨¢ctica, la clase resulte tediosa, la comida insulsa y la canci¨®n olvidable tambi¨¦n habr¨¢ detr¨¢s un trabajo. Hacer supone un riesgo. No siempre los resultados son como uno espera. Sea como fuere, me merecen m¨¢s respeto los que hacen que los que, protegidos por su inactividad, se dedican solo a reaccionar ante las obras de otros. Cu¨¢nto le gustaba a Pla esa frase de Paul Val¨¦ry, "la horrible facilidad de destruir". S¨ª, ese es el signo de los tiempos, la tendencia imparable a emitir un juicio inmediato sobre lo que otros hacen. Todos formamos parte de un jurado popular. Entramos en un art¨ªculo y comentamos, "este t¨ªo no tiene ni puta idea de lo que dice"; o alertamos a nuestros amigos de las redes sociales, "mucho me temo que ese libro es pura bazofia". Casi ni hace falta ver las cosas que otro hace para juzgarlas. Lo importante, en esta democracia de la reacci¨®n, es la rapidez con que uno puede aliviar su ira. Jaron Lanier, uno de los pioneros de Internet que populariz¨® el t¨¦rmino "realidad virtual", ya alert¨® sobre esa cultura reactiva, que no se limita a la Red sino que se ha instaurado como costumbre: incluso las columnas est¨¢n plagadas de reacciones ante lo que han escrito otros. Hacer siempre es dif¨ªcil; reaccionar, sencillo. Hay personas que viven reaccionando. Y me pregunto c¨®mo hay tantas reacciones en horario laboral: ?no ser¨¢ que quienes reaccionan tan iracundos ante lo que hacen otros no est¨¢n cumpliendo adecuadamente con su propio trabajo?
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