La noche sin due?o de El Cairo
Un hormiguero de ciudadanos an¨®nimos se afanaba en saquear la sede del Partido Nacional Democr¨¢tico y otros celebraban el triunfo sobre la polic¨ªa

El humo y el gas lacrim¨®geno componen una mezcla t¨®xica. Pero el s¨¢bado de madrugada, en El Cairo, esa mezcla venenosa ol¨ªa a libertad. Libertad en bruto, en dosis tan altas que embriagaban. Tras una jornada de batallas callejeras y de violencia indiscriminada, la polic¨ªa desapareci¨®. Decenas de miles de personas comprobaron que el toque de queda era una orden vac¨ªa y que la autoridad se hab¨ªa evaporado. Cualquiera pod¨ªa hacer lo que le diera la gana. Saquear el museo egipcio, por ejemplo. Uno de los mayores tesoros del mundo se salv¨® porque hubo gente que decidi¨® protegerlo de los afanes predatorios de otra gente.
Hacia la una de la madrugada, cinco tanques del Ej¨¦rcito permanec¨ªan estacionados en la parte trasera del museo. Los soldados manten¨ªan una actitud pasiva, ocasionalmente amistosa hacia los manifestantes. El discurso televisivo del presidente Hosni Mubarak, tan ignorado como el toque de queda, se interpretaba como un signo de que el r¨¦gimen hab¨ªa perdido contacto con la realidad. La calle carec¨ªa de due?o.
Una cadena humana protegi¨® el Museo Egipcio de los asaltantes
A esa hora, merodeaban por el centro de la ciudad grupos feroces, enardecidos por la victoria sobre la polic¨ªa, embriagados por algo m¨¢s que el humo y los gases. El edificio colindante con el museo era la sede central del gubernamental Partido Nacional Democr¨¢tico, que ard¨ªa desde media tarde. Un laborioso hormiguero de ciudadanos an¨®nimos se afanaba en saquear el interior del edificio. Butacas, oropeles, archivos, ordenadores, retratos de Mubarak eran transportados al exterior y desaparec¨ªan en la oscuridad, con destino ignoto.
El saqueo de la sede del partido de Mubarak estimul¨® ciertos apetitos. Era facil¨ªsimo saltar desde el patio trasero de la sede al patio trasero del museo, un edificio bajo, accesible, sin especiales medidas de seguridad, repleto de joyas, momias y objetos arqueol¨®gicos de valor incalculable. ?Cu¨¢nto podr¨ªa valer la m¨¢scara de oro de Tutankamon?
Un n¨²mero indeterminado de personas intent¨® penetrar en el museo. Los asaltantes no consiguieron su objetivo porque otras personas formaron una cadena humana en torno al edificio para protegerlo. "No debemos arruinar esta revoluci¨®n, no debemos mostrarnos al mundo como ladrones, solo queremos libertad", insist¨ªa uno de ellos.
M¨¢s all¨¢, en la plaza Tahrir, una ¨²ltima trinchera policial defend¨ªa el Ministerio del Interior. Tras una l¨ªnea de tanques sin otra misi¨®n aparente que impedir el paso de veh¨ªculos, los polic¨ªas lanzaban todav¨ªa algunos botes de humo, balas de goma y ocasionales r¨¢fagas de fuego real. Avanzada la madrugada, esa ¨²ltima l¨ªnea se introdujo en el ministerio y bloque¨® las puertas. La plaza emblem¨¢tica de la revoluci¨®n, el lugar donde el martes comenz¨® un proceso vertiginoso, se rindi¨® de forma definitiva a los cairotas.
Hubo saqueos en algunos comercios del centro. El mobiliario urbano (ruinoso desde siempre) fue destruido o incendiado, al igual que numerosos autom¨®viles. El paisaje era el que cab¨ªa esperar tras una batalla cruenta en la que el bando vencedor se descubr¨ªa sin enemigos, sin jefes, sin l¨ªmites. Pod¨ªa ocurrir cualquier cosa. Lo que ocurri¨® en ese momento inicial de la victoria fue, en realidad, relativamente moderado. Gracias, de nuevo, a las personas de ¨¢mbitos muy diversos que procuraron calmar los ¨¢nimos, sofocar la rabia exultante y mantener un m¨ªnimo orden en una situaci¨®n volc¨¢nica. Eran las mismas personas que a la ma?ana siguiente intentaban limpiar la plaza Tahrir. Esas personas simbolizaban la anarqu¨ªa en su sentido m¨¢s puro y noble.
Se hace dif¨ªcil describir el ambiente de esos momentos. Orgullo, adrenalina, felicidad, ansiedad, vac¨ªo. Era como si miles de futbolistas acabaran de ganar una imaginaria Copa del Mundo y permanecieran sobre el c¨¦sped de un estadio gigantesco: unos se tumbaban en el suelo y lloraban, otros se abrazaban, otros caminaban sin rumbo fijo. Hab¨ªan ganado. Con una peculiaridad: la polic¨ªa se hab¨ªa ido, pod¨ªan sentirse libres, pero Mubarak segu¨ªa en su puesto y segu¨ªa abierta la posibilidad de que la final de la Copa del Mundo volviera a comenzar al d¨ªa siguiente. La amenaza de un ba?o de sangre permanec¨ªa en el aire.

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